Algunas personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte (ECM) cuentan experiencias subjetivas como la sensación de salir del cuerpo, atravesar un túnel, encontrarse con seres de luz y, a veces, la revisión de eventos significativos de la vida: ver la vida entera como en una película. Aunque esas sensaciones varían de una persona a otra, Elisabeth Klüber-Ross cuenta su experiencia personal que coincide con la de muchos pacientes: “Después de haber sido acogidos por nuestros padres y amigos en el más-allá, por nuestros guías espirituales y ángeles de la guarda, pasamos por una transición simbólica que a menudo se describe como un túnel. Algunas veces se vive como un río, otras como un pórtico, siempre según los valores simbólicos respectivos. Mi propia experiencia fue en una cima de montaña con flores silvestres, por la sencilla razón de que mi representación del cielo se refiere a las montañas y a las flores silvestres que fueron la alegría y felicidad de mi juventud en Suiza. El concepto de cielo depende, pues, de factores culturales”.
Y va señalando detalles de ese mundo mágico que sólo algunas personas han podido visualizar: “Después de haber pasado por una transición visual muy bella, digamos una especie de túnel, nos acercamos a un manantial luminoso que muchos de nuestros enfermos han descrito y que a mí me fue dado a conocer. Pude vivir la experiencia más maravillosa e inolvidable, lo que se llama la conciencia cósmica. En presencia de esta luz, que la mayoría de los iniciados de nuestra cultura occidental llaman Cristo, Dios, Amor o simplemente Luz, estamos envueltos en un amor total e incondicional de comprensión y de compasión”.
Hoy día, se está desarrollando en Europa esta toma de consciencia de nuestra espiritualidad, que ya hace algunos años en América está estudiándose: el desarrollo de la consciencia tiene que ver con la iluminación que todas las tradiciones espirituales, tanto orientales como de occidente, ponen al vértice de nuestra interioridad más rica que conecta con la trascendencia (contacto con Dios, el Absoluto, el campo akáshico o campo 0, o cualquier otro nombre con el que se denomine). Se trata de una energía que podemos llamar “chispa divina”, que participa de algo más grande de lo que formamos parte.
Y sigue contando Elisabeth: “Esta luz tiene su origen en la fuente de la energía espiritual pura y no tiene nada que ver con la energía física o psíquica. La energía espiritual no puede ser creada ni manipulada por el hombre. Existe en una esfera en la que la negatividad es imposible. Esto quiere decir también que en presencia de esta luz no podemos tener sentimientos negativos, por mala que haya podido ser nuestra vida, y sean cuales fueren nuestros sentimientos de culpabilidad”. Sin duda, el sentido de culpa ha marcado la cultura occidental y su psicología: nos ha atormentado de una manera inútil, debido a cierto maniqueísmo dominante en nuestra moral (lo corporal es malo, solo el espíritu es bueno), cuando en realidad la espiritualidad de la que hemos bebido era originalmente pura y cristalina, de amor sin límites. Por eso me parece interesante la experiencia de esta doctora que coincide con mi experiencia: todas las personas que he visto morir, varias docenas, han muerto en paz, sin sensación de culpa en esos últimos momentos.
Y sigue diciendo: “En esta luz que muchos llaman Cristo o Dios es también imposible ser condenado puesto que Él es amor absoluto e incondicional. En esta luz nos damos cuenta de lo que pudimos ser y de la vida que hubiéramos podido llevar. En presencia de esta luz, rodeados de compasión, de amor y de comprensión, debemos revisar toda nuestra vida para evaluarla. Ya no estamos unidos a la inteligencia física que ha limitado nuestro cuerpo terrestre; por lo tanto, ya no estamos atados a un espíritu o cerebro físico que nos limita, y poseemos el saber y la comprensión absoluta. Es ahora cuando debemos revisar, evaluar y juzgar cada pensamiento, cada palabra y cada acto de nuestra existencia y cuando comprendemos sus efectos sobre nuestro prójimo. En presencia de la energía espiritual, no necesitamos una forma física. Nos separamos del cuerpo etérico y volvemos a tomar la forma que teníamos antes de nacer sobre la tierra, entre nuestras vidas, y la que tendremos en la eternidad, cuando nos unamos a la Fuente, es decir a Dios, después de haber cumplido nuestro destino”.
De un modo sencillo podemos decir que hemos venido a esta vida a cumplir una misión de aprendizaje, como en una escuela, y cuando hemos tenido esas experiencias de crecimiento (un cierto destino) vamos adquiriendo el desarrollo de la consciencia para cumplir esa misión, para ofrecer a los demás un servicio aquí en esta vida, y continuar evolucionando en ese aprendizaje más allá de ella. Además, somos seres únicos, amados por Dios, pensados por él para este itinerario que es salir de ese Manantial, hacer nuestro proceso e ir volviendo a Él: “Importa mucho comprender que desde el principio de nuestra existencia hasta nuestro retorno a Dios conservamos siempre nuestra propia identidad y nuestra estructura de energía y que entre los millares de seres de todo el universo no hay dos estructuras de energía iguales; por lo tanto, no existen dos personas que sean idénticas ni siquiera si se considera el caso de los gemelos homocigotos. Si alguien dudara de la grandeza de nuestro Creador no tiene más que reflexionar en el genio que hace falta ser para crear millones de estructuras energéticas sin una sola repetición. Así recibe cada hombre el don de su singularidad. Podría compararse esto a los infinitos copos de nieve que caen sobre la tierra, todos diferentes en sí. Me fue concedida la gracia de ver con mis propios ojos físicos, en pleno día, centenares de estas estructuras energéticas en movimiento. Parecían copos con pulsaciones, colores y formas diferentes. Así seremos después de la muerte y así hemos existido antes de nuestro nacimiento”.
En ese “viaje” que se nos escapa a la imaginación, por lo desconocido que es, las personas que han tenido esas experiencias nos aportan relatos fantásticos, que pueden ayudarnos a enriquecer nuestro conocimiento, al compartir ellas esas vivencias subjetivas: “No se necesita espacio ni tiempo para trasladarse de una estrella a otra, ni del planeta Tierra a otra galaxia. Las estructuras energéticas de estas mismas entidades pueden encontrarse entre nosotros. Si tan sólo tuviéramos ojos para ver nos daríamos cuenta de que no estamos nunca solos, sino rodeados de entidades que nos guían, que nos aman y nos protegen. Intentan guiarnos y ayudarnos para que permanezcamos en el buen camino con el fin de cumplir nuestro destino”.
Es la presencia de seres espirituales, de otras dimensiones, que participan de nuestra compañía, enviados (ángeles) para ayudarnos: “Hay veces, en momentos de gran dolor, de gran sufrimiento o de gran soledad, en que nuestra percepción aumenta hasta el punto de poder reconocer su presencia.
También, podríamos hablarles por la noche antes de dormirnos y pedirles que se muestren a nosotros, y hacerles preguntas conminándoles a darnos las respuestas en los sueños. Los que recuerdan los sueños saben que muchas de nuestras preguntas encuentran una respuesta. En la medida en que nos acercamos a nuestra entidad interior, a nuestro yo espiritual, nos damos cuenta de cómo somos guiados por esta entidad interior que es la nuestra y que representa nuestro yo omnisciente, esta parte inmortal que llamamos: « mariposa»”. La doctora presenta así nuestra vida como un proceso de transformación a algo mejor, como el gusano que vive su experiencia de cárcel en su nuevo cuerpo, el capullo, para abrir las puertas después de eso que llamamos “muerte”, a un nuevo amanecer.
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