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Vino nuevo en odres nuevos

Se necesita un corazón sensibilizado por el Espíritu Santo para entender la Palabra de Dios
Octavi Pereña
lunes, 11 de diciembre de 2023, 09:07 h (CET)

Los cristianos recogieron todos los elementos de las Saturnales para cristianizar dicha celebración popular pagana del solsticio de invierno que se celebraba del 21 al 25 de diciembre. La transición de las Saturnales a la Navidad duró siglos. Fue el Concilio de Tours (567) que decretó período festivo entre el 25 de diciembre al 6 de enero.


En el contexto de la queja que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos que ayunaban le hacen llegar a Jesús, Éste les dice: “¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras esté con ellos el esposo? Entretanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar” (Marcos 2: 19).


En el tiempo de Jesús el extremismo legalista representado por los fariseos que contraponiéndose a la misericordia de Dios hecha carne en la persona de Jesús, no podían coexistir. Eran dos conceptos irreconciliables. Es por este motivo que Jesús se convierte en el enemigo público número uno de fariseos y de la casta sacerdotal. Con el propósito de ilustrar la incompatibilidad entre legalismo y misericordia, Jesús narra la parábola: “Nadie echa vino nuevo en odres viejos, de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden, pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar” (v. 22).


Vayamos a la celebración de la Navidad. Tenemos que tener presente que la celebración del natalicio de Jesús no es bíblica. La iglesia apostólica no la celebraba. A medida que la iglesia se iba distanciando de la enseñanza bíblica se iban infiltrando en ella doctrinas heréticas. Una de ellas es la celebración del nacimiento de Jesús. Si el lector examina a conciencia los relatos bíblicos relacionados con el nacimiento de Jesús no encontrará nada que tenga que ver con la Navidad, que es una cristianización de las Saturnales paganas que ha anclado tan profundamente en el cristianismo que nos hace creer que tiene que hacerse así.


He citado la parábola de los odres de vino porque creo que encaja perfectamente con la Navidad. Los odres viejos representan el legalismo incompatible con la misericordia divina, como el paganismo lo es con el cristianismo. Si el legalismo representaba la asfixia del mensaje liberador de Jesús, el cristianismo paganizado es un impedimento para que las personas encuentren la salvación que ofrece Jesús. El mensaje de Jesús que es el vino nuevo no puede ponerse  en los odres viejos del paganismo. Necesita odres nuevos. ¿Cómo deshacerse de los odres viejos del paganismo para sustituirlos por los nuevos que son el mensaje liberador de Jesús? El cambio se inicia al sentir insatisfacción con el cristianismo paganizado que se comporta como agua salada que intensifica la sed en quienes beben sus aguas salobres. Ello hace que se vaya a beber en fuentes contaminadas que gratifican momentáneamente pero desengañan con el paso del tiempo. El cristianismo paganizado es una píldora amarga que deja mal sabor de boca. El cristianismo paganizado ha convertido la Navidad en carnaval desmoralizador. Los responsables del desbarajuste en que se ha convertido el cristianismo recae en las autoridades eclesiásticas que no se preocupan en examinar si lo que enseñan se ajusta a la enseñanza bíblica o no. La Biblia es la plomada que verifica si la iglesia edifica sobre la Roca que es Jesús o sobre la arena que son las filosofías paganas.


¿Qué nos dice la Escritura de Jesús que es el protagonista principal del cristianismo?  Un ángel del Señor se le apareció en sueños a José, padre potestativo de Jesús, y le dijo: “No temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su Nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”(Mato 1: 20, 21). “El Señor había dicho por medio del profeta: He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su Nombre Emmanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (vv. 22, 23).


“Es importante recordar que celebrar la Navidad, en un momento en que esta fiesta ha adquirido tantos sentidos, que merece memoria reiterada del nacimiento de Jesucristo” (Josep Planelles, arzobispo de Tarragona). Se le tendría que recordar al arzobispo que existe un evangelio que no es el Evangelio y se anuncia un Jesús que no es el Jesús evangélico (2 Corintios 11: 4), “sea maldito” (Gálatas 1: 8), dice el apóstol.


Se afirma que la imaginería nació debido al analfabetismo existente. Detengámonos en Mateo 1: 24 que dice: “Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero  no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito, y le puso el Nombre Jesús”. ¿Qué le dice a quién contempla una pintura de Jesús yaciendo en el pesebre, con María y José junto a Él y unos pastores que le adoran? Pienso que bien poca cosa si nadie le instruye basándose en el texto bíblico. Después de admirar el valor artístico de la obra contemplada regresará a su casa ignorando el sentido que tiene el Nombre Jesús. Tiene que haber alguien que le haga entender las Escrituras. Aquí se encuentra la importancia de la predicación. El apóstol Pablo resume así su ministerio: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, no con sabiduría de palabras, para que no es haga vana la cruz de Cristo” (1 Corintios 1: 17), y, “no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20: 22). El predicador no tiene que distraer a los oyentes con oratoria elocuente, “sabiduría de palabras”, dice el apóstol. El predicador tiene que cautivar al auditorio con la fuerza de la palabra ungida por el Espíritu Santo que es lo que hace que los oyentes entiendan y crean el mensaje escuchado y empiecen a andar en novedad de vida. Si no es así, la predicación es como fuegos artificiales que emocionan durante escasos minutos y poco después las emociones sentidas se desvanecen.

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