La sociedad que hoy conocemos nada tiene que ver con tiempos pasados. Las personas que formamos dicha sociedad, también somos diferentes si las comparamos con años atrás. Y no es que sea mejor ahora o peor, sino que las situaciones y las épocas han evolucionado. El día a día hace que estemos siempre ocupados y que apenas tengamos tiempo para pensar, excepto cuando estamos tranquilos y con nosotros mismos. La rutina y las obligaciones con horarios nos generan estrés, preocupaciones y sobre todo, ansiedad. Pero llega la noche y es ahí, en esos momentos en los que nos paramos a reflexionar sobre las vivencias no ya sólo del presente, sino de todo en general, de nuestros miedos, inquietudes o fracasos. Y pudiera ser que tengamos épocas en las que somos capaces de evadir muchos de los pensamientos que pasan por nuestra cabeza y otros, en los que debido a las circunstancias necesitemos compartirlos con alguien para desahogarnos o simplemente, para que la otra persona nos entienda o apoye.
Pero lo cierto, es que todos necesitamos ser escuchados. Todos necesitamos tener a alguien con quien poder hablar y lo que es más importante, contar con una persona o red social física y presencial que nos genere confianza para conversar no sólo de temas triviales sino de aquellos que nos preocupan o afligen.
¿Cuántas veces uno se queda como nuevo después de hablar con un amigo?, ¿cuántas veces uno se siente más comprendido después de contarle a su pareja cómo se siente? O incluso, ¿cuántas veces uno es capaz de abrir el corazón al otro y tras esto sentirse más auténtico o realizado?
Somos seres sociales y por eso mismo, necesitamos entablar relaciones con nuestro grupo de pares pero también somos seres individuales y por tanto, tenemos una serie de necesidades que debemos cubrir para poder sentirnos mejor, para poder seguir avanzando. Y debido a las presiones que sentimos de forma constante, podemos ahogarnos en según qué circunstancias, algunas porque las hemos elegido nosotros y otras, porque han venido impuestas por la propia vida. Pero de una forma u otra, una de las maneras de lidiar con la impotencia de algunos días que no han salido como esperábamos, de intentar superar la rabia contenida o de sanar ante muchas de las dificultades con las que nos encontramos es hablando con alguien que nos entienda, que nos escuche y que sea capaz de empatizar.
No se trata de dar buenos consejos, no se trata de fomentar las salidas sociales y menos aún, de animar a evadirse con planes de diversa índole, sino que es tan simple como que alguien de nuestro entorno nos genere la confianza suficiente como para poder sentirnos comprendidos, para no sentirnos solos porque la peor sensación que uno puede tener es la de estar rodeado de personas, pero no contar con nadie con quien poder hablar. Y eso, hoy, pasa en demasiadas ocasiones, porque las relaciones se han convertido en algo superficial y sobre todo, útil. Hoy las personas no quieren escuchar porque se escudan en eso de que ya tienen demasiados problemas como para aguantar los de otros. Hoy, son muchos, los que practican el egoísmo y no son capaces más que hablar de ellos mismos sin tener en cuenta a ninguno más y eso, con el tiempo, genera una serie de carencias no sólo a nivel del desarrollo personal sino, sobre todo, en la escala de valores.
Encontrar a alguien que sepa escuchar de verdad es tener un tesoro porque a través de la escucha podemos conectar y apoyarnos. El simple hecho de mirar a los ojos y de que exista alguien que se quede a nuestro lado sin pedir nada a cambio es un premio para la vida. Conoceremos a muchas personas en nuestro camino, algunos se quedarán, otros se irán o seremos nosotros mismos quienes los apartemos, pero serán muy pocas las personas que encontremos que tengan el don de escuchar. Por eso mismo, siempre hay que preguntarse quiénes nos oyen y quiénes de verdad nos escuchan porque en caso de no tener a nadie y sucede más de lo que pensamos, tenemos otras soluciones externas de profesionales porque cuando alguien necesita hablar, merece sentirse escuchado ya que se trata de prestar atención a la persona que tenemos enfrente. Es hacerle sentir cómodo e indagar en los detalles de aquello que nos cuenta y no tener reparo si tenemos dudas en preguntarle eso de “me estás oyendo, pero ¿me escuchas?” y en función de la respuesta, valorar si merece la pena seguir con la conversación porque todo el mundo oye, pero muy poca gente escucha.
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