De un tiempo a esta parte me han sorprendido ciertos artículos, noticias y manifestaciones culturales en las que por encima de todo destaca la intención evidente de trasladar memoratísimos legados cargados de odio a una casualidad aparentemente ingenua de conversión moral a través de asociaciones laxas creadas 'ad hoc' para el acomodo de una política advenediza, cosa que nos deja, a más de uno, a la altura del betún. Entiendo oportuno y necesario el contrapeso a esta propensión exonerante para con el rechazo e intolerancia sufrido por la emigración interior llegada a Cataluña desde inicios de los años cincuenta hasta la década de los setenta.
Les referiré retazos de vida narrados por gente provecta centrales al episodio.
En aquellas circunstancias lo habitual para el emigrante en comunidad era que el lugareño le regalase - sin que él lo pidiera y para bien de su integración - un apodo distintivo de su condición, de tal forma que : Francisco, no era el Sr. Francisco (ni mucho menos), a pesar de que sus allegados le llamasen Paco, pasaría a conocerse bien por su oficio / habilidad o por su origen y, en ocasiones, por ambos. Quedando el tratamiento de tal gusto: ‘el paleta del tercero primera’, ‘el murciano que vive al final de la calle’ o ‘el yesero cordobés’ , que los pocos días que disponía de descanso los dedicaba a enyesar cualquier obra. Ni que decir tiene que por norma habitual el apodado siempre evocaba (sin reserva) al vecino por su nombre o apellido aunque tuviera que aprender a pronunciarlo.
Pasado o presente, no olviden que estas actitudes se basan en la discriminación y en juicios negativos hacia el otro en tanto que miembro de un grupo. No es baladí.
Muchos de ellos trabajaban en la obra pública destinada a mejorar la red de suministros básicos para la ciudad, aunque esto tampoco tejía grandes complicidades (todo lo contrario) Era una Barcelona de cielo oscuro, llena de zanjas repletas de emigrantes con pico y pala cubiertos de tierra, mayoritariamente andaluces, donde <el acérrimo viandante> a su paso por ellas miraba hacia abajo y profería un : “¡fora xarnegos!” para acabar finalmente escupiendo en el foso. El espacio llamado a ocupar por el emigrante en el fenómeno del crecimiento económico resultaba en su gran mayoría entornos de trabajo poco o nada seguros donde los accidentes laborales eran más que frecuentes. Solo en el año 1979 se produjeron en el país más de un millón, de los cuales dos mil fueron mortales. Me es imposible acallar el recuerdo aún cercano de obreros mutilados, padres de otros niños que al igual que yo, pese a la rotundidad del instante, jugábamos en la calle sin apenas hacernos preguntas. Si cualquiera de los citados durante su camino vital corría otro tipo de suerte, se atribuía entonces a una particular anomalía del estereotipo: (bajo estatus y poder) es decir, un incompetente. Traducido para aquellos catalanes acérrimos al espíritu de Guifré ‘el Pilós’: <un tonto con suerte>. No me arriesgaría a asegurar que tal extremo esté superado. Y añado, en el mejor de los casos se trata de analizar del porqué ahora esta nueva solidaridad repleta de incoherencias equidistantes con la emigración actual o el hecho de reconceptualizar el origen social de la despectiva y desafortunada expresión de ‘‘charnego’’ mediante la tangencialidad del discurso (subrayar que por el momento no existe ningún pronunciamiento institucional reconociendo semejante discriminación histórica ni el porqué de su silencio) o arrogarle al <marginado genealógico> un valor etiquetado bajo la única inspiración de las ideas deformes y nada corticales que unos cuantos suponían de otras identidades regionales que ahora, sin más, tienen que soportar estoicamente el ‘spin-off’ de aquella xenofobia hoy rebautizada con el nombre de ‘neocharneguismo’ y guionizada como producto cultural alternativo previsto para el reclamo popular y/o <festivales> para el entretenimiento. El propósito es evolucionar el arquetipo (!), o acaso, la ambición es que el <charneguismo> transite a una suerte de romanticismo (!)
No conozco nada igual en ningún orden histórico ni ético.
Subrayar la opinión escrita por el periodista tristemente fallecido Antonio Burgos, que examina el trasfondo partidista del objeto y que vengo a reescribir parte de sus palabras al expresar mi voluntad de no actuar como ‘sherpa’ político con la continua deslealtad de la izquierda y menos aún sumarme a una crónica ciega donde no asoma la incómoda verdad de lo ocurrido en la voz de los que sí estuvieron allí ni las consecuencias ulteriores de un ejemplo tan vergonzoso para el pueblo catalán. Imagino, que al igual que yo, hay muchos ciudadanos nacidos en Cataluña con el deseo de una descripción más justa y alejada de la turra frívola que produce la sociología de salón. De no ser por la valentía y capacidad de aquellos catalanes nada hubiera sido posible.
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