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Incoherencias vitales

La cuña del pensamiento propio, no debe plegarse sin fundamento
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 3 de mayo de 2024, 11:04 h (CET)

Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores. Insistimos con energía en esa especie de identidad adquirida a lo largo de las vicisitudes de la edad. Aunque apenas nos detenemos en otra de las características que nos conciernen, es la de estar INFILTRADOS por un sinfín de agentes externos, la mayor parte indetectables. El amplio desconocimiento convierte en sospechosa la pretendida identidad consolidada y sus atribuciones.


Cuántas palabras de han emitido sobre si uno nace o se hace, como si lo importante fuera dilucidar esa disyuntiva a favor de una de las dos afirmaciones. No suele hablarse tanto de ese bagaje recibido con el nacimiento o de los detalles cruciales sobre cómo ha de ir creciendo ese sujeto concreto. No valen generalidades, se trata del empeño particular. Funcionamos muy apegados al soniquete colectivo, que por su propia naturaleza tiende a ocuparse de ideas generales. Cuando comienzan las intenciones, el encanto personal, afectos, repercusiones, ideas y actitudes se delimita el verdadero RUMBO personal. Y para ello, no basta la suma de datos, surge la tarea exigente de la elaboración propia; la coherencia con el resto, sólo puede venir después.


Son incontables los momentos expuestos al sobresalto, por robos, abusos, votos empapados de recompensas inconfesables, maquinaciones en las élites empresariales o del gobierno, tergiversaciones informativas, crispaciones y la agresividad siempre al acecho. Los simples comentarios no son suficientes para contrarrestar ese panorama desdichado. Quizá por esta frustración, las protestas airadas, las voces estentóreas, encuentran su razón de ser; en una ruidosa manifestación que agranda la disgregación. Entre el aprovechamiento de unos y el desencanto de muchos, destaca el SILENCIAMIENTO progresivo del teclado humano, desde la franqueza a la bondad, con las mejores cualidades relegadas a los desvanes polvorientos, sin recibir visitas.


La manera habitual de ver las cosas se ha convertido en la observación de una serie de destellos esporádicos en rápida sucesión. Mirar, mirar, escuchar, escuchar, ya no está tan claro, en realidad hemos percibido trazas desperdigadas. Estamos colonizados por numerosas directrices ajenas de dudosa justificación a la vista de las trapisondas escandalosas como nos manejan. Si estar atentos exige el acercamiento a las diferentes capas subyacentes de lo que observamos, destaca la DESPREOCUPACIÓN con la cual nos sometemos a las consignas originadas en fuentes ocultas bien pertrechadas. Dejamos escapar los vestigios y fundamentos de la realidad. Ni tan siquiera hechizados por propuestas consistentes, sino engullidos por un carrusel de banalidades.


Los hechos se suceden y las impresiones provocadas en los observadores ocupan un amplio espectro según las características de los acontecimientos; intensidades, afectos, intenciones y conocimientos, modifican su percepción. Tanto desde la vertiente informativa, como desde la atención prestada por los receptores, son muchos los condicionantes involucrados. Sin embargo, hablando de incongruencias, me referiré a una actitud distractora deformante. Ante las SEÑALES provenientes de un hecho concreto, cada individuo capta los datos a su alcance de una manera determinada, pero apenas se detiene en el análisis de los mecanismos causantes, en los cuales pudo tener cierto grado de complicidad el actual observante.


Da igual que nos refiramos a Hamás, crímenes de ETA, diversos abusos, altercados cercanos o conflictos personales. El impacto causado será de distinto calado según las circunstancias; pero, como digo, nos centramos con preferencia en los detalles a partir del acto relacionado. Se difuminan las consideraciones de las colaboraciones o complicidades previas, sean votos, opiniones, actitudes prácticas, de envergadura creciente según el rango social de los involucrados. Es algo así como un BORRADO por conveniencia. De tal manera, pueden abrirse grandes socavones relacionados con lo ocurrido. Se nota un preocupante desequilibrio entre las declaraciones y lamentos posteriores, con respecto a los numerosos factores previos implicados en los eventos.


Con su gracejo del absurdo, Samuel Beckett apuntaba sobre los contrasentidos; su personaje está dispuesto a creer en la incapacidad de decir lo que no se sabe, es un fallo muy habitual. No se trata ya de creer lo que se sabe o no; sino de decir, decir, sin saber, a palo seco. Son posturas confluyentes en auténticos juegos de palabras, de notable actualidad en los ambientes actuales; en los cuales, el juego se ha convertido en un alarde de parloteos AHUECADOS. Al aplacarse las voces, se pone en evidencia la escasez de argumentos, son altisonantes gorgoritos sin partitura ni guiones. Un fallo de gran popularidad y de imprevisibles consecuencias. Si es cuestión de incapacidades o de voluntades, no sé si el tiempo se atreverá a dilucidarlo.


Los rasgos definen a las agrupaciones, asumirlos nos conduce al encuentro de compañeros con sensibilidades afines. La detección de dichos perfiles suele provocar una adaptación progresiva y unas normas comunes; siempre con esa jerarquía natural de los miembros con capacidades emprendedoras. Los líderes sobrepasan con frecuencia los acuerdos iniciales, desdeñan y prescinden del resto de la gente agrupada. Resalta la incongruencia de semejante DESVIACIÓN, con la consiguiente frustración de quienes asumieron los acuerdos iniciales. Es de notar también, el seguidismo impropio de quienes se ciñen al líder escapado, sin parar mientes en el verdadero sentido de los cambios que desvirtúan el grupo.


La desfachatez y los abusos siempre existieron, con las nuevas tecnologías incrementan sus posibilidades; estas debieran facilitar también las expectativas individuales. La credulidad y la estupidez vienen de antiguo, tampoco sorprenden a nadie. Con la multiplicación de los avances nos sentimos agobiados por un ALUVIÓN de propuestas y sorprendentes novedades. Indudablemente nos ponen a prueba sobre la coherencia práctica como personas particulares, nos abocan a una disyuntiva definitoria. Adherirnos a unas determinadas opciones, alardeando de un falso conocimiento comodón. O bien, activarnos en una selección permanente e inconformista de las diferentes fuentes. Nos va en ello la propia entidad personal y sus sensibilidades.


Las tensiones son naturales en la sociedad. La conexión humana con el resto añade nuevas disensiones en un desafío constante. Eso de quedarnos PLEGADOS a cuanto acontece, permite la mediocridad y la desesperación, doblados por la rutina o la resignación, hasta el aplauso servil dirigido a quienes protagonizan las actividades. Con la consiguiente proclamación de la nulidad personal a todos los efectos.


En la versión opuesta predomina la actitud DIVERGENTE, para introducir la cuña de la propia presencia activa como sujeto real. Si las circunstancias tambaleantes se repiten a lo largo de los tiempos y de la vida personal, la identidad del individuo le confiere la suficiente cota de rebeldía para introducir los matices morales y de responsabilidad en cuantas acciones intervenga, sin renuncias injustificables e inútiles.

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