Lo importante es caminar en sintonía con la naturaleza y el cosmos. La vida, por si misma, es una dependencia existencial, que nos llama a ocuparla de modo armónico. Sin embargo, las acciones humanas surgen de la iluminación o de la ignorancia. Esto es lo que tenemos que trabajar, haciéndolo con la energía del corazón y con la actitud de análisis de la mente, para no caer en la deshumanización e inhumanidad de los tiempos actuales. En todo caso, es bueno despertar, para que nazcan las sanas vibraciones y poder modular la tonalidad de timbres, como estado anímico de amor, ante la tremenda sed espiritual de muchas de las personas de nuestro tiempo. De entrada, debemos ganar pertenencia para sumar fuerzas y poder asegurarnos un mundo en el que merezca la pena, más que morar, vivir. Tampoco juzguemos cada día por la cosecha recogida, sino por las semillas sembradas. Preservar la sanidad vegetal para alcanzar el hambre cero es una buena labor a considerar.
Las desigualdades nos matan, la desgana también. Hemos de salir de este absurdo, cuajado de un caótico endiosamiento material que nos corrompe, extendiendo la mirada hacia otros horizontes que nos interrogan, para que no caigamos en el estado enfermizo que nos asola. Por ejemplo, si ahora sabemos que el cuidado botánico es clave para el desarrollo sostenible de la agricultura y más que necesario para alimentar a una población mundial creciente, favorezcamos a los agentes productores. Al fin y al cabo, todo tiene su momento de savia y su instante preciso para poder desvivirse. Lo que no podemos continuar es en la contradicción. Algo nos falla, quizá el sentido común. Activemos el reencuentro. Porque es cierto, estamos en la era de las comunicaciones, aunque la soledad impuesta sea mayúscula. Sin duda, nos falta corazón y nos sobran contextos empedrados de hipocresía. Quizás la sanación esté dentro de nosotros, es cuestión de activarla, reviviendo otro carácter. ¡Conozcámonos!
No contamos con otro itinerario de mutación, más que el de activar con raciocinio el espíritu fraterno, sin distinción alguna, para favorecer el acuerdo natural de corporeidad mística, que ha de reconducirnos a la unidad reconciliada de todo cuanto existe. Plantemos el árbol de la sabiduría y ganaremos aliento en el ocaso. Por eso, es esencial no sólo protegernos a nosotros, también aquello que nos rodea, fomentando prácticas respetuosas con el medio ambiente. Nos hemos globalizado en plenitud, ya todo es de todos, hasta el extremo que millones de contenedores circulan entre países, transportando mercancías que incluyen verduras, hortalizas, legumbres, arbustos y flora diversa, lo que plantea riesgos de bioseguridad. En efecto, todo es vida, también la marea verde, de ellas dependen el 80% de los alimentos que comemos y el 98% del oxígeno que respiramos. De ahí, la importancia de garantizar la inocuidad del comercio de plantas y productos vegetales, cumpliendo con las normas internacionales sanitarias.
Indudablemente, lo prioritario, es hacer las paces. Ya no sólo con nosotros mismos, también con aquello que nos rodea, puesto que está cargado de subsistencia. Sin el sostén que brinda la naturaleza, no podemos avanzar, ni siquiera dar continuidad al linaje en nuestro orbe. Únicamente construyendo y reconstruyendo unidos, es como se puede conseguir un mundo que viva en armonía. El todo radica en cada cosa y cada cosa en el todo. Desmembrarlo es un imposible. Por eso, las guerras son inconcebibles en una sociedad de gentes pensantes que han descubierto la interconexión de toda la humanidad. Hay que pasar página, pues, trabajar a destajo en beneficio de la vida y del crecimiento interior de cada cual. El potencial humano es tan bucólico, que la inspiración creativa germina por doquier, como chispa poética dentro de sí mismo, a la espera de reencontrar espacios que nos enternezcan y eternicen. Se trata de nutrirnos bien; y, de que el bosque humano concilie el verso de la vida, con el florecimiento de sus pulsos.
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