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La gran paradoja

Aunque se pretenda y se intente no se podrá borrar de la historia de la Humanidad la labor llevada a cabo, con todas sus miserias y defectos, por el cristianismo
Manuel Villegas
miércoles, 5 de junio de 2024, 09:51 h (CET)

Europa se está descristianizando a pasos agigantados. Hay un  movimiento de erradicación del Cristianismo de todas las instituciones europeas. De la vida social y hasta de las conciencias de los ciudadanos, lento pero imparable e implacable, que va socavando los pilares de nuestra civilización que han constituido su punto de apoyo durante más de dos mil años.


Según Francisco Contreras Peláez, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho de La Universidad de Sevilla, tanto la abortada Constitución europea, como el Tratado de Lisboa evitaron toda mención del Cristianismo. En los documentos ordinarios de la Unión se elude también cualquier referencia directa al Cristianismo o a las iglesias. La causa de esta cristiano fobia de la nueva eurocracia consiste en la negación de sus propias raíces culturales.


No hay ninguna mención al cristianismo en las 75.000 palabras del borrador abortado de la Constitución europea.


Estos constructores de la Nueva Europa quieren basar la identidad de esta exclusivamente en valores universales y abstractos, como la libertad, la igualdad, los derechos humanos, etc. Son postulados de la Revolución francesa, y ya sabemos cómo esta germinó.


A pesar de la abjuración de hechos tan palmarios y objetivos como son la influencia de los ideales cristianos en nuestra civilización, y, mal que a ellos les pese, la realidad incuestionable es que, si estas virtudes de igualdad y fraternidad son distintivas de la sabiduría europea y occidental, se deben precisamente al modo de vida y a la cultura cristiana que han impregnado a Europa durante tantos siglos.


La civilización y la cultura europeas hunden, a pesar de quienes lo nieguen, sus raíces en las firmes convicciones de la cultura cristina y en la civilización grecorromana o ¿acaso se le ocurre pensar a alguien que, tras la invasión de los bárbaros, que dieron al traste con todo lo que encontraron a su paso, Europa podría haber seguido siendo la luz y el faro de la civilización, si no hubiese sido por la labor de oscuros monjes que, enclaustrados en los monasterios y confinados en su scriptoria, quince o veinte, quizá más, copiaban al dictado los pergaminos y legajos de autores tales como Virgilio, Tácito, Cicerón, Homero, Tucídides, S. Juan Crisóstomo, y tantos otros autores de la antigüedad, que otro monje les dictaba desde el estrado? A estos les debemos todos los conocimientos que hoy tenemos sobre el tiempo en el que imperaba la Filosofía, madre de todas las enseñanzas.


No podemos olvidar la contribución española a esta expansión de la cultura, que, recogiendo los conocimientos que los musulmanes dominantes traían de los confines de Europa y que recopilados en Hispania se enviaban al resto de esta, o la labor inigualable que llevó a cabo la Escuela de Traductores de Tolero, creada, regida y patrocinada por nuestro Alfonso X.


Bien, demos por sentado que los constructores de la Unión europea, dada su miopía y cortedad de miras, no quieren tener nada de esto en cuenta, pero, cuando llega el momento de plasmar en algo tangible el signo de esta unión, caen en la cuenta de que necesitan una bandera que represente a la UE.


Se llega al acuerdo de que hay que confeccionar un símbolo que represente la unión de los distintos países miembros.


En 1949, se convocó en Estrasburgo un concurso de ideas para una bandera común. Entre los múltiples bocetos, 101 concretamente, ganó Arséne Heitz, un pintor local no muy conocido y aquí llega la gran paradoja de esta Europa descreída y descristianizada, al escoger el símbolo que representa su unión.


Es digno de que ampliemos esta información:


Heitz, ya muy anciano, desveló en 1989 que su diseño estuvo inspirado en las visiones de la Inmaculada Concepción que tuvo Catalina Labouré, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, en el París de 1830. Así plasmó las doce estrellas que se citan en la corona de la Virgen (recogido de Ap. 12.) y, de fondo, el azul de su manto. “Tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que se destacaran las doce estrellas de la Medalla Milagrosa de Rue du Bac de París”.


Los países integrantes de la UE son más que doce, luego no están todos representados en el número de estrellas.


Esta es la razón de ser de la bandera de la UE, pero inmediatamente nos encontramos con un oxýmōron o contradictio in terminis, como dirían griegos y latinos. Si no se quiere tener relación ni contacto con nada que aluda al Cristianismo ¿por qué escoges como símbolo de lo que te ha de representar el icono más cristiano después del de la Cruz que es el que representa a la Madre en la visión que S. Juan tuvo y relató en su Apocalipsis?


Aunque se pretenda y se intente no se podrá borrar de la historia de la Humanidad la labor llevada a cabo, con todas sus miserias y defectos, por el cristianismo.


No recuerdo quien, pero alguien dijo hablando de esta religión: “somos portadores de un perfume muy caro llevado en miserables vasijas de barro, y, aunque este se rompa, el perfume no perderá sus cualidades y llevará a la Humanidad todo su buen olor”.

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