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​Idealizaciones e idealismos

Menudo panorama le espera a la Historia y a la Historia de las ideas...
Paula Winkler
martes, 6 de agosto de 2024, 10:49 h (CET)

La Historia de las ideas registra, dentro de las filosofías alemanas, el idealismo cuyo mentor principal es Immanuel Kant. Platón instaló mucho antes la posibilidad de un mundo por fuera de la realidad, creado mediante la imaginación y el pensamiento. La idea en sí da motor al “Sein”, al Ser, aunque para la filosofía kantiana el deber-ser de la conciencia es su fuente. Este idealismo influyó en la cultura occidental hasta que Friedrich Nietzsche pronunció aquella malinterpretada frase: “Dios ha muerto”, en tanto para él prevalecía la concepción de un mundo material, lejos de una posible idea-de-Dios aunque metafóricamente aludía a la caída del idealismo alemán. Con Nietzsche se produce la apertura a las filosofías del lenguaje, a las descentralizaciones del conocimiento racional, a la recepción del inconsciente y a los neo nominalismos en todas sus formas.                                                                                                                                                            

La era  “tecno” en que vivimos, producto de los avances de la Ciencia, ha producido, sin embargo, herederos de Platón y kantianos. Éstos últimos descuellan en el Derecho, afecto a la “Razón pura”.  Asimismo, cuando  Cornelius Castoriadis dicta sus Seminarios respecto de “lo que hace a Grecia” como punto de partida de la estructura del mito en las democracias actuales y sobre la  “ley-de-la-ley” (de Platón) en sentido de paradigma extra social instituyente, alguna ligera influencia se observa en sus estudios. Incluso, con un criterio amplio de la palabra “idealista”, podría afirmarse sin temor a errar que el propio Hans Kelsen, fundador del ius – positivismo tuvo que basar su pirámide en un vértice ajeno a la realidad sistémica normativa, que podría llamarse “ficción jurídica”: el respeto imprescindible a una Norma Fundamental (originado en una supuesta convención social), pues sin partir de tal principio de obediencia,  caía toda su lógica.                                                                                                                                                               

Psicoanalistas, filósofos políticos, escritores, juristas, filólogos, no por ignorar la realidad sino todo lo contrario, guardan alguna dosis de idealismo, no sólo relacionado con la habilidad cognitiva “a priori”,  sino en los ejemplos distintos y abreviados que expongo: el “último dios” de Gadamer, “lo nuevo” de Žižek, la confianza misma en la “Aufhebung” (superación de los opuestos) hegeliana. En términos analógicos, toda creencia filosófica constituye un acto de por sí adherente a un ideal, a una suerte de  ficción teórica. En la cultura, el cine épico de Werner Herzog, el poético del productor y cineasta Wim Wenders; en Argentina, el ensayista y psiquiatra José Ingenieros, en la España de Cervantes a través del Quijote y en los idealismos teológicos principales de San Agustín y en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, para estas escuelas, en definitiva, todo parte de las ideas pensadas o imaginadas, habiendo así la posibilidad de arribar “a priori” al conocimiento, a diferencia de lo que postulan los empirismos, el materialismo dialéctico, las filosofías utilitarias y los neopositivismos.                                                   

Veamos ahora cómo articula en la vida cotidiana la idealización con el idealismo. Según el Diccionario de la Real Academia, “idealizar” consiste en elevar las cosas sobre la realidad sensible por medio de la inteligencia o la fantasía. Sinónimos: “elevar, ensalzar, embellecer, poetizar”. El punto de contacto entre el idealismo filosófico y la palabra “idealizar” se encuentra, en efecto, en llevar las cosas, los hechos o las personas a una posición ajena a la realidad que circunda al interpretante.                                                                                                                                  

Pero el objeto idealizado en la cotidianidad del sujeto se transforma a menudo en hipérbole: un punto de inflexión a partir del que es dada una verdad, por negada, incontrovertible. Para observar el fenómeno es innecesario cotejar lo idealizado con la realidad porque se trata de una  insistencia irreflexiva en la que el sujeto pasa a ser agente incontrolado de un mecanismo ficcional, no vinculado ni por asomo a su real periferia. Hoy, nuestras sociedades – muchas de ellas, panópticos que poco tienen que ver con la Biblioteca de Babel que Jorge Luis Borges incorporara en los años cuarenta a “Ficciones” – atribuyen un valor de verdad casi absoluto a lo que les viene dado por la propaganda o bien a lo que se va construyendo espontáneamente en las redes.                                                                                                                 

Repetición de imágenes visuales sin contenido o de mensajes superficiales y fragmentados, hechos domésticos compartidos entre usuarios funcionan como prótesis que sostienen la vigencia intersubjetiva de tal consumidor. Lo digital toma entonces la posta frente al sopor o rabia abismados en las realidades presenciales, y se cree que con este peculiar modo de “civilizarse” se va haciendo lazo social... Ello, a diferencia de la sublimación en la que un pasaje directo a lo objetual evita la pulsión de muerte bajo una forma superadora. Adviértase que en la idealización se niega el estímulo, amplificándolo para proyectar el propio narcisismo, como lo hacen los niños o se construye la llamada “literatura maravillosa”.                                                  


Los adultos suelen idealizar en la cotidianidad según les plazca. (Subliman los artistas, los poetas). Y lo cierto es que tienden a idealizar casi en automático los contenidos que consumen a diario en los medios y en las redes. Idealizaciones estas, que poco se corresponden con los idealismos filosóficos. El problema es que estas confusiones están ganando terreno también en el ámbito de la política: hoy,  las democracias parecerían jugarse sólo en las campañas electorales, y como los propios gobernantes buscan durante sus mandatos auto legitimarse mediante máscara y semblante frente a sus opositores y en los medios de comunicación, vence siempre el candidato que vendió mejor su imagen. Es más, quedará satisfecho merced a la irreflexiva idealización de sus votantes y miembros del partido.                                             


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