Prescindiendo de la condición divina de Jesucristo, o precisamente por esta, sus enseñanzas son una norma de conducta que, puestas en práctica, serian un revulsivo, una catarsis para la Humanidad.
En ellas se nos enseña cómo ha de ser nuestra actuación en la vida para transformar la sociedad y hacer que esta busque el bien como norma suprema a la que hay que tender y perseguir. Para que abandonemos toda soberbia y presunción, expuso la parábola de los talentos.
En ella nos dice, con toda caridad que somos receptores, en calidad de depositarios, de unas cualidades y valores a los que, cada uno, según lo recibido, ha de sacar el máximo beneficio y productividad.
Pero considero que antes de seguir adelante, deberemos de conocer qué es un depositario, así como su misión como tal.
Según el DIRAE, este es:
La persona en quien se deposita algo.
Y sus funciones, también, según el DIRAE, son:
Llevar a cabo la liquidación de las operaciones sobre instrumentos financieros, es decir, dar cuentas del depósito recibido.
Las parábolas: talentos y candil
Aunque sea por todos conocida esta parábola, creo que no viene mal recordarla, aunque sea someramente.
Jesús nos dice que el señor de la casa se ve en la necesidad de ausentarse de ella por tiempo indefinido.
Antes de marcharse, llama a tres de sus operarios y les hace entrega de ciertas cantidades. A uno la deja cinco talentos, a otro dos y, por final último solo uno.
Aclaremos qué es un talento
Esta palabra en griego antiguo significa el platillo de las balanzas, por extensión a que daba valor a lo que pesaba se tomó como unidad monetaria. Los metales más valiosos entonces conocidos eran: el oro y la plata.
Del primero se han dado distintas mensuras, y se ha llegado al acuerdo de que el talento ático pesaba 26 kg. El de plata equivaldría, aunque hay distintas valoraciones, igual que el de oro, a unos 37 kg.
Como es lógico, ambos son unidades de cuenta, no de circulación. Llevando esta parábola a la práctica, equiparemos a Dios al señor de las casas, y los talentos a las capacidades que cada uno recibe al nacer.
Eso de que todos somos iguales en el nacimiento es un bulo inventado por no sé quién.
Conocemos de sobra que cada uno tiene distintas cualidades.
Unos son magníficos comerciantes, transforman en oro todo lo ye tocan. Son los llamados “magos de las finanzas”.
Otros son estupendos compositores de música.
Otros en cambio, son inigualables con los pinceles.
No es necesario enumerar más.
A la vuelta del señor de la casa de sus negocios, llama a capítulo a los empleados para que le rindan cuentas.
El que recibió cinco talentos, le dice: señor me diste cinco, aquí los tienes, más otro cinco que he ganado para ti con ellos.
El de tres, igual exposición.
A ambos felicita el señor y les dice: habéis sido fieles en lo poco, lo seréis en lo mucho, pasad a mi morada a convivir conmigo.
Pero el de uno le dice: “Señor, como sé que siegas donde no siembras y recoges donde no has esparcido, aquí tienes tu talento, uno me diste, uno te devuelvo. Lo enterré para no perderlo El señor se enfada con él y le llana mal siervo y perezoso, y le dice que, por lo menos podría haberlo depositado en un banco para que diera intereses.
Resumiendo, a cada uno se nos exigirá según las cualidades que se nos hayan depositado. No tenemos ninguna en propiedad.
Resumo la del candil.
Este no se enciende para ponerlo bajo el celemín que ocultará su luz, sino qué hay que colocarlo en lo más alto de la casa para que ilumine toda ella.
Enlacémoslo con la de los talentos, todos estamos obligados a hacer partícipes a los demás de los conocimientos y saberes que, en función de los talentos recibidos, en depósito, hayamos adquirido.
No se trata de vanagloria, ni de presunción vana, es la puesta en práctica, con toda humildad, de nuestros conocimientos que se nos ha depositado para hacerlos producir. En este caso, la producción es distribuir entre los demás lo que hemos conseguido, en función de lo recibido en depósito.
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