Contra los agoreros que desde hace un tiempo vienen proclamando la muerte del independentismo o su domesticación, como hacen Pedro Sánchez y sus ministros, la celebración el pasado miércoles, una vez más, de la Diada de Catalunya sirvió para acallar a aquellos que llevan un tiempo entonando música de réquiem por el independentismo.
Las celebraciones del 11 de Septiembre, desde que en 1980 el gobierno de Pujol declaró como Fiesta Nacional de Catalunya el 11 de Setiembre, mayoritariamente habían tenido una cáracter institucional con diversos actos oficiales y la visita y ofrenda floral de autoridades y entidades sociales a la estatua de Rafael de Casanova. Los independentistas de aquellos días, minoritarios, eran los únicos que a la caída de la tarde tenían alguna altercado con las fuerzas del orden. Pero todo cambio a raíz de la Sentencia del Constitucional contra el nuevo Estatut de Catalunya aprobado en referéndum por la ciudadanía de Catalunya y por el Congreso español.
Rajoy, Esperanza Aguirre y otros dirigentes del PP recogieron firmas contra aquel Estatut, y Enrique Múgica, Defensor del Pueblo y miembro del PSOE, lo recurrió ante el Tribunal Constitucional que, a finales de junio del 2010, cuatro años después, aprobó aquel Estatut, dejándolo con 14 artículos menos e indicando que el término “nación” citado en el preámbulo no tiene validez jurídica. Estos recortes hicieron exclamar a Alfonso Guerra la frase “les hemos cepillado el Estatut”, una buena muestra del respeto que algunos políticos catalanes, de uno y otro signo, tenían por lo aprobado por el pueblo de Catalunya y los representantes del pueblo español en el Congreso de Diputados.
Esta sentencia prendió la mecha del independentismo y de las masivas manifestaciones de los sucesivos 11-S. A los pocos días, el 10 de Julio cerca de un millón y medio de catalanes, bajo el lema “Som una nació.Nosaltres decidim”, (Somos una nación. Nosotros decidimos), aquella manifestación fue un clamor por la independencia y a favor del derecho del pueblo de Catalunya a decidir su futuro.
Después llegarían las manifestaciones con centenares de miles de asistentes, la del 2014 dio lugar a que el President Mas convocara la consulta del 14-N. Cada año, la entidad convocante, generalmente la Assemblea Nacional Catalana, creaba un lema bajo el que manifestarse, siempre en un ambiente festivo que iba haciendo crecer el sentimiento independentista entre muchos catalanes. Hasta que el 1-O tuvo lugar el referéndum que llevó a la cárcel y el exilio a una parte de los dirigentes de los partidos independentistas. Unos y otros se equivocaron, el independentismo no midió bien sus fuerzas ni las de su antagonista, el Estado español, y miles de catalanes llegaron a creer que la República y la independencia estaban a su alcance. Puigdemont la proclamó, pero duró ocho segundos. Rajoy y su Gobierno actuaron de manera déspota, enviando la policía y la guardia civil a apalear a quienes tan solo querían ejercer su derecho a voto. Rajoy envenenó el llamado “problema catalán”, yo más bien le llamaría “problema español”, y de un problema político hizo un problema jurídico, sabiendo que, como dijo uno de los suyos dominarían el Tribunal Supremo “por la puerta de atrás”.
Aplicaron, por primera vez, el 155 suspendiendo el Gobierno libremente elegido por los catalanes, convocaron una elecciones que ganó Ciudadanos, el partido del IBEX-35, pero gobernaron los independentistas. Han pasado casi siete años de todo aquello, el partido de las oligarquías financieras ha desaparecido cuando ya no les servia, los independentistas se han lanzado los trastos a la cabeza, uno de ellos quiere ser “el único”, y en esta guerra ha ganado quien la observaba desde la barrera. Y así hemos llegado a un 11-S, el de este 2024, con un President de la Generalitat que no es independentista, Salvador Illa, del PSC, sucursal del PSOE en Catalunya, ha ganado las últimas elecciones, pero, atención, ha necesitado los votos de COMUNS y ERC para sentarse en el trono más alto de la Plaza de Sant Jaume, el de la Generalitat. Para ello ha tenido que ceder ante las exigencias de ERC de tener la “llave de la caja”, es decir, una financiación singular para Catalunya.
El miércoles poco más de 70.000 catalanes salieron a las calles en las diversas manifestaciones para conmemorar el 11-S. Una cifra corta, mínima si la comparamos con las de otros años. La verdad es que los votos perdidos por el independentismo en los últimos comicios celebrados suman una cifra mucho más abultada. El votante catalán ya demostró, en diversas votaciones, estar harto de las rencillas de sus políticos votaciones, y se quedó en casa hinchando el partido de la abstención.
Ahora miles de catalanes se han “abstenido” de acudir a manifestarse por las calles catalanas, pero los que lo han hecho han pedido unidad a los partidos independentistas, una unidad difícil de conseguir cuando últimamente los dos principales partidos se miran como enemigos más que como colaboradores. Unos han conseguido indultos y eliminar el delito de sedición del Código Penal, los otros han denostado estos logros y se han puesto medallas por un catalán como idioma oficial de la UE, que no ha llegado ni sabemos cuando llegará y por una amnistiá que los jueces, al borde de la prevaricación, se niegan a aplicar.
Y a pesar de este ambiente enrarecido unos miles de catalanes siguen saliendo a llenar las calles, como demandaba uno de los lemas de este año, ahora ya con más tranquilidad, sin que les quite el sueño ningún objetivo a corto plazo, sin esperanzas utópicas, pero con las ansias de independencia tan firmes como hace diez años, ahora siendo conscientes que el camino será largo. Como dijo en su discurso matutino el President de Òmnium Cultural, Xavier Antich, “Necesitamos salir de la parálisis y el estancamiento, pero no para alimentar la auto complacencia, hemos perdido poder político y hay que hacer autocrítica- No alimentaremos la lucha fratricida, ni el mal humor y los reproches , somos un puente de sensibilidades diversas y el pluralismo es nuestra fuerza”. Sabias palabras que unos y otros deberían hacer suyas.
El curso político ha comenzado. Lo que ocurra en Catalunya repercutirá en Madrid, si Illa no cumple sus promesas ERC tendrá que dejarle caer a él y de rebote a Sánchez, pero también necesitan los siete votos de JUNTS, y si los tribunales de justicia siguen negándose a aplicar la Ley y Puigdemont, el principal activo de la derecha independentista, tiene que continuar en el exilio podrían aparecer entre los “juntaires” tentaciones que podrían colocar en el banco azul del Congreso un Gobierno de derecha extrema apoyado por VOX.
Algunos aún creen que “contra peor mejor”. Perderíamos todos, pero en Catalunya muchos están comenzando a hartarse de ser los “paganos” de las fiestas de otros que se dedican a eliminar impuestos a los ricos y después piden la solidaridad, en forma de euros, a los demás.
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