El 22 de octubre se celebra la festividad de San Juan Pablo II, una figura icónica de la Iglesia y de la historia moderna. Su vida, marcada por una fe profunda y una oración inquebrantable, fue transparente para todos. Tras su caída, fue llamado “Magno”, un título que refleja el impacto global de este “atleta de Dios”. Su pontificado, uno de los más largos de la historia, no solo dejó un legado espiritual sino que consolidó su rol como una autoridad moral que luchó por los derechos humanos y las libertades, especialmente en aquellos lugares donde la fe católica era marginada o perseguida.
A lo largo de su vida, Juan Pablo II fue un hombre de fe optimista, consciente del mal que acechaba a la humanidad, pero siempre orientado a luchar desde la verdad y el bien. No anhelaba un retorno a tiempos pasados, sino que alentaba a vivir en el mundo actual con un compromiso genuino de oración, trabajo y servicio a los demás. Su enfermedad, que se agudizó en los últimos años de su vida, no fue un obstáculo para mantener el buen humor y seguir comunicando su mensaje de esperanza.
Este Papa dejó un legado escrito inmenso, desde encíclicas hasta homilías, y su enseñanza más destacada fue la de la Divina Misericordia. En su mensaje póstumo, leído el día después de su muerte, proclamaba: "El amor convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia!". Su devoción a la misericordia divina fue una constante en su vida, y al canonizar a Santa Faustina Kowalska, consolidó esta fiesta para toda la Iglesia.
Su enfoque sobre la verdad es otro de sus grandes legados. Juan Pablo II recordaba que “la verdad no se impone, se propone”, y en su pontificado mostró que el camino de la Iglesia es el del hombre y la familia, siempre respetando la libertad que dignifica a cada persona. Este Papa, “llegado de lejos”, no solo fue un líder religioso, sino también un comunicador extraordinario que supo usar los medios modernos para difundir el mensaje de Cristo, recordándonos que el bien debe ocupar el espacio que de otra manera sería llenar por la mentira.
San Juan Pablo II ha dejado una huella imborrable en el mundo, mostrando con su vida que el verdadero poder no reside en lo temporal, sino en la capacidad de amar y servir.
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