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Censuras

No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 22 de noviembre de 2024, 10:33 h (CET)

Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

  

En realidad, la censura forma parte de nuestros entramados colectivos y existe desde que el Poder es poder. Bernard Shaw dejó dicho: “todas las censuras existen para impedir que se desafíen las concepciones actuales y las instituciones existentes. Todo progreso es iniciado al desafiar las concepciones actuales y es ejecutado al cambiar las instituciones existentes. Por lo tanto, la primera condición para el progreso es la supresión de la censura”. A pesar de esa relación entre progreso y ausencia de censura que establece el dramaturgo, no parece que, en la actualidad, los que se llaman a sí mismos progresistas le hagan ascos a los procedimientos censores.  Ellos dicen que es para protegernos del bulo, pero, llámenme desconfiado, más bien se me ocurre que lo que pretenden es que circule una verdad única, la suya por supuesto.


Viene de muy atrás la praxis censuradora.  Consta que, en la China antigua, tras ser unificado el país en el 221 a.C. por Qin Shi Huangdi, primer emperador, “su canciller Li Si sugirió suprimir el discurso intelectual con el fin de unificar todos los pensamientos y las opiniones políticas”. (1), y utilizó como justificación que “los intelectuales cantaban falsas alabanzas y hacían crecer la disidencia mediante la difamación”.  Sin duda que se trata, en este caso, de un antecedente, lejano en el tiempo, pero ilustrativo, de la lucha, desde el poder, contra la “máquina de fango”. La expresión “nada nuevo bajo el sol” encuentra aquí una oportunidad pintiparada. No hay mucho que añadir.


Por poner algún otro ejemplo, en la antigua Grecia el primer caso de censura estatal fue la constitución de Licurgo  (siglo VIII a.C.), legislador que convirtió a Esparta en un estado cerrado y militarista, para lo cual consideró necesario mantener a la población alejada de toda influencia externa, al tiempo que se censuraba a poetas y  filósofos con la finalidad de que el pueblo no resultase contaminado por sus creaciones. Y no olvidemos el “ostracismo”, o exilio forzoso para algunos ciudadanos, que se practicó, verbigracia, en la Atenas clásica, y que permitía a los ciudadanos votar para exiliar a cualquiera que consideraran peligroso para los intereses de la población.  El estalinismo lo practicó con gran arte, también el nazismo, y el procedimiento, infalible, está presente en la actual cultura de la cancelación, en la que las redes juegan el papel de asamblea o caja de resonancia de la orden de alejamiento que, en cada circunstancia, corresponda.


Está, asimismo, el asunto de la ortodoxia religiosa, de la persecución de los herejes, de libros prohibidos y anatemizados.  Barruntábamos, sin embargo, que, en estos tiempos de ahora, y en el orbe democrático, tales prácticas estaban superadas, así como mal vistas, y que el pluralismo, fruto de la tolerancia, era norma y hecho consumado. Pero no. Descubrimos, aunque ya lo veníamos intuyendo, que una vez más se pretende trazar la gran línea divisoria entre herejía y ortodoxia. 


Sucede a distintas escalas (social, local, estatal, mundial…) y cada una de ellas presenta rasgos propios.  Pero, a la postre, lo que sucede es que no nos gusta el pluralismo, herido de muerte de un tiempo a esta parte.  Buscamos nuestra verdad en guetos ideológicos y digitales que nos amparen de los otros, que nos ahorren la indignación de escucharlos. El último grito está siendo la superación del gueto de guetos, contenedor de usuarios separados a través del algoritmo, aunque con algún espacio común, y la huida hacia una suerte de gueto más clásico, es decir, como los de siempre, en que queden atrapados, y aislados de los biempensantes, los señalados como reos renuentes a las verdades oficiales. ¿Alguien duda de que, así, si esto no se remedia, el pluralismo se muere y, con él, la posibilidad razonable de democracia?

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(1) https://educomunicacion.es/censura/historia_de_la_censura.htm

Contenidos debidos a Enrique Martínez-Salanova

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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