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27 de Noviembre. Día de la Medalla Milagrosa. El encargo de María a Catalina Labouré

No es un simple trocito de metal con carga religiosa que alguien decidió acuñar por capricho
María del Carmen Calderón Berrocal
jueves, 28 de noviembre de 2024, 08:40 h (CET)

La Medalla Milagrosa no es un simple trocito de metal con carga religiosa que alguien decidió acuñar por capricho. Se trata de un objeto que surge de las apariciones marianas de 1830 en la Rue du Bac, en París, a una joven religiosa, Santa Catalina Labouré.


@MDCCB Medalla Milagrosa


En un tiempo en que Europa estaba convulsionada, la Virgen, con una calma que contrasta con el caos del mundo, pidió a Catalina que hiciera acuñar una medalla siguiendo un diseño cargado de simbolismo que Ella misma le indicó. La Virgen prometió que quienes la llevaran con fe recibirían gracias abundantes. Desde entonces, millones de católicos por todo el mundo la portan como un emblema de protección, intercesión y de esperanza.


La medalla está plena de simbolismo. Tiene un anverso y un reverso cargados de significado teológico y visual.


En el anverso, María aparece pisando una serpiente, se trata de un guiño al Génesis, donde Dios promete que una mujer aplastará la cabeza del enemigo. De sus manos emanan rayos, representando las gracias que Ella intercede ante Dios para la humanidad. El lema que la rodea es “Oh, María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, subrayando el dogma de la Inmaculada Concepción, anticipado décadas antes de su proclamación oficial en 1854.


En el reverso, dos corazones: el de Jesús, coronado de espinas; y el de María, atravesado por una espada, que son una representación de su amor y sufrimiento por la humanidad. La cruz y la “M” entrelazadas nos recuerdan la íntima conexión entre el sacrificio de Cristo y el papel de su madre al pie de la cruz. Las doce estrellas evocan la visión de la mujer del Apocalipsis y, al mismo tiempo, unen el Antiguo y el Nuevo Testamento.


Cada elemento parece sencillo, pero está pensado como un mapa de fe y devoción.


María no apareció para una campaña de marketing celestial. Las palabras que dirigió a Catalina en su aparición reflejan su preocupación por el mundo y sus dificultades. "Los tiempos son calamitosos", dijo. Y, viendo el dolor de una época convulsa, quiso regalar un signo tangible de su cercanía y su intercesión. La medalla era un recordatorio constante de su presencia para los creyentes, un ancla en medio de las tempestades de la vida.


El adjetivo “milagrosa” no vino por decreto oficial. Fue el pueblo quien, tras una ola de conversiones, curaciones y otras intervenciones extraordinarias atribuidas al uso de la medalla, comenzó a llamarla así. No es un objeto mágico. Pero para quienes creen, funciona como un canal de fe, una forma visible de expresar confianza en la Virgen y en la gracia divina. Ella aseguró que si pedíamos se nos daría.


Desde la distribución de la Medalla de la Milagrosa o Medalla Milagrosa en 1832, en plena epidemia de cólera en París, la medalla ganó fama rápidamente. Personas de todo tipo empezaron a relatar historias de curaciones, protecciones inexplicables y conversiones asombrosas. Entre estas destaca la conversión de Alphonse Ratisbonne, un judío francés que pasó de la incredulidad al sacerdocio tras un encuentro místico vinculado a la medalla.


A día de hoy, la medalla sigue siendo un recordatorio discreto pero potente de la fe católica. Quien la lleva no lo hace para presumir un accesorio, es algo muy sencillo, sin pretensiones artísticas. Quien la lleva lo hace porque confía en que la Virgen María, más allá de las fronteras del tiempo y el espacio, desde otra dimensión, sigue intercediendo por la humanidad. Llamarla milagrosa, al final, no es tanto una cuestión de teología sino de experiencia. Millones de personas a lo largo de casi dos siglos no necesitan pruebas científicas para lo que han sentido en carne propia.


Pero, ¿quién fue Catalina Labouré?


Santa Catalina Labouré era una humilde religiosa francesa del siglo XIX, la figura central de las apariciones marianas que dieron origen a la Medalla Milagrosa. Su historia es sencilla pero profundamente significativa, es un recordatorio de cómo lo extraordinario puede surgir en medio de lo cotidiano. Su sencillez se convirtió en extraordinaria por las apariciones que presenció y por el encargo que María le hizo personalmente.


Nació el 2 de mayo de 1806 en Fain-lès-Moutiers, una pequeña aldea de la región de Borgoña, Catalina era la novena de once hijos de una familia campesina. Su madre murió cuando ella tenía solo 9 años y asumió responsabilidades en el hogar desde muy joven, desde que su hermana mayor decidiera ingresar como religiosa.


Aunque analfabeta y dedicada a las labores del campo, siempre mostró una fe profunda y una vocación hacia la vida religiosa a la que su padre, en principio, se opuso. A los 24 años ingresa en las Hijas de la Caridad, fundadas por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, después de superar la resistencia de su padre.


En 1830, Catalina fue enviada al noviciado de las Hijas de la Caridad en la Rue du Bac, en París y allí, en la capilla de la comunidad, ocurrió algo que cambiaría su vida y la devoción de millones de personas. La noche del 18 al 19 de julio, la joven fue despertada por un niño (que suponemos un ángel) que la llevó a la capilla, donde vio por primera vez a la Virgen María. La aparición le confió una misión: “Dios quiere encomendarte una tarea”, le dijo, advirtiéndole que enfrentaría dificultades, pero que conseguiría el objetivo.


La aparición más conocida ocurre, -de ahí la fecha de la festividad de la Medalla Milagrosa-, el 27 de noviembre de 1830. Catalina vio a la Virgen de pie sobre un globo terráqueo, pisando una serpiente, en la iconografía religiosa a la serpiente se la representa como símbolo del mal; y de las manos de la Virgen irradiaba con un halo de luz que lanzaba rayos o resplandores de sus manos, que simbolizan las gracias que la Virgen concede si se las solicita. La visión incluía un mensaje: “Haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la lleven recibirán grandes gracias”. Así nació la Medalla Milagrosa.


Catalina no buscó notoriedad nunca en su vida, ni siquiera tras las apariciones. Había visto en sueños una vez una imagen de un hombre mayor que le había dicho que un día cuidaría ancianos y una vez que entra a ejercer como monja ve un retrato de San Vicente de Paúl reconociendo en su rostro la imagen que años antes había visto en sueños o en visión.


Su identidad como iluminada se mantuvo en secreto hasta poco antes de su muerte. Pasó el resto de su vida cuidando de ancianos y enfermos en un asilo de Reuilly, en las afueras de París, realizando las tareas más humildes, desde limpiar pisos, ser ayudante de cocina, hasta servir comidas. Ni siquiera sus compañeras de comunidad supieron que había sido la testigo elegida de las apariciones marianas.


Su director espiritual no cree en principio la aparición, pero después viendo el ejemplo de vida virtuosa que daba Catalina, en medio de la grave epidemia de cólera en París en 1832, sin hablar con ella siquiera propuso la impresión de la medalla al arzobispo y lo convence. Algo más tarde, en 1838 el Papa autoriza a los fieles llevar la medallas.


Catalina Labouré muere el 31 de diciembre de 1876, a los 70 años. En 1933, durante el proceso de beatificación, su cuerpo fue exhumado y hallado incorrupto, un fenómeno que se interpreta como signo de santidad. Su cuerpo reposa en la capilla de la Rue du Bac, que es lugar de peregrinación y oración para devotos de todo el mundo.


Pío XI la beatifica el 28 de mayo de 1933, Pío XII la canoniza el 27 de julio de 1947 y la fiesta de la Medalla Milagrosa se celebra el 27 de noviembre. Catalina es recordada no solo por la aparición de la Virgen y su papel en la difusión de la Medalla Milagrosa, sino también por su ejemplo de humildad y devoción durante toda su vida. Su vida refleja cómo la fe, cuando se vive con autenticidad y sencillez, puede ser un canal para lo divino. 

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