Las personas tenemos la tendencia a ocultar aquellas partes de nuestra vida que no nos van realmente bien. A veces, por temor a lo que otros pensarán, y otras por no desvelar la realidad de nuestra situación. Todos, en cierta manera, damos una imagen que nos hemos creado y varía en función de con quién nos relacionemos.
Tendremos a personas con las que nos sintamos más a gusto y con las que contaremos en aquellos días en los que la vida se nos tuerce un pelín y tendremos a otros, ante los cuales tengamos que fingir en las horas más complejas porque no nos sintamos con total confianza de poder abrirnos del todo. Pero tenemos que pensar que contar a alguien de forma totalmente transparente cómo nos sentimos, es una tarea demasiado valiente ya que al derribar las barreras de nuestras inseguridades, estamos mostrando parte de nuestra vulnerabilidad.
¿Cuántas veces hemos ido al trabajo y hemos mostrado una sonrisa cuando realmente por dentro estábamos destrozados?, ¿cuántas veces hemos quedado con un grupo de amigos en el cual hay alguien a quien no aguantamos pero mostramos una simpatía un tanto forzada?, ¿cuántas veces hemos ido a una comida o cena de navidad y hemos tenido que tragar con los discursos de determinados familiares los cuales parecen vivir en un mundo de fantasía?, ¿cuántas veces hemos llorado cuando llega la noche al pensar en todos aquellos temores que nos rondan en la cabeza con respecto al futuro?, ¿cuántas veces hemos mentido a nuestra pareja diciéndole que no nos pasaba nada cuando en realidad nos pasaba de todo? Y así podríamos seguir con cientos de preguntas que nos llevarán a evidenciar que somos capaces de ponernos una fachada que oculta una realidad que durante un día o una época no queremos mostrar.
Y es que no hay que olvidar que medir las palabras o mostrarse feliz cuando uno no lo es, llega a ser una tarea compleja que puede desgastar de manera intensa a la persona que lo hace día tras día. Existen personas a las que cuando les preguntan “¿cómo estás?” siempre responden que bien porque es más fácil decir eso que empezar a contar todo aquello que sucede, ya que si la respuesta es “bueno…”, sabemos que después, tendremos que dar explicaciones de dicha respuesta.
Sólo somos auténticos con nuestras personas cercanas y de confianza y podemos estar rodeados de muchos amigos y conocidos pero si nos ponemos a pensar detenidamente, ¿cuántos de ellos saben de verdad nuestros problemas? Pero los problemas de verdad. Probablemente los podremos contar con los dedos de una mano. Porque personas con las que salir y pasarlo bien, nunca sobran pero que escuchen y nos entiendan, son muy pocos los que permanecen presentes.
Por eso mismo, fingir no es mentir. Es evitar tener que mostrar una parte de nuestras emociones a otras personas que quizá no nos entenderían como queremos. Es decorar un sentimiento de una manera diferente a cómo sería la realidad. Es mostrar una cara positiva ante los demás. Es saber que a veces, es mejor no hablar y callar, a explicar. Es no querer hablar de lo mismo una y otra vez. Es olvidar durante determinados momentos del día las complejas situaciones. Es una manera de protegernos ante los demás. Es no dar pena, es no sentirnos inferiores. Es que no se rían de nosotros por sentirnos así o por cómo nos está tratando la vida. Es ocultar un abanico de sentimientos que varían según el día. Es disfrazar una parte de nosotros mismos. Es inventarnos parte de nuestra vida.
Así pues, todos tenemos que reconocer que en algún momento hemos dado una cara que no era la nuestra. Hemos dicho algo que no sentíamos o nos hemos mostrado cercanos cuando quizá, no lo queríamos pero no es mentir, ni algo malo porque lo hacemos para protegernos de algunas personas. No todo el mundo tiene la misma capacidad de comprensión y por eso, sabemos identificar ante qué personas mostrarnos abiertos y sinceros, y ante cuales escondernos para protegernos ante el daño y esta actitud viene precedida por experiencias previas que nos han podido dejar marcados.
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