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Francisco Castro Guerra
Francisco Castro Guerra
Un poema de Francisco Castro Guerra

Como insectos libando en carne aún tibia, siento las primeras gotas de octubre en mí.En los adoquines sembrados de detritosque resbalan arrastradas por el otoño,en las caras que corren a guarecerse con más cobardía que precaución,en la ciudad entera, se siente el cambio.El estío ya calló y su recompensa de sangreemana vapores en añejos cilindros de roble;hay un ocre detrás de esas nubes ya vacías, es el crepúsculo y su áureo cortinaje de vida.Porque el otoño es solo eso: Vida regresando, Vida que retorna a los bosques yermos, a los suelos baldíos y famélicos,deseosos de hojarasca renovada y crujiente.Las gotas frías de esta tarde ya son mi piel,ya forman parte de mi esencia que resurge deseosa de ser otoño y hojarasca en el suelo.La tarde ya se ha escondido en la nochey su negro hogar acoge al huérfano que soy.Nazco en la noche porque la noche soy yo.

Sobre lo inamovible de los ascensores sociales

Septiembre de 1920, amanece en una ciudad de provincias cualquiera. Lo rural se despinta tenuemente en el casino. Allí, entre veladores de mármol blanco y sillas de nogal, varios estudiantes, vástagos del caciquismo local, apuran la última cazalla antes de marcharse a casa a dormir la tajada.

​Sobre el silencio que se ha marchado

Martes, junio, calor, verano y pájaros;

una combinación de luz y vértigo.

​Estampas de la fase 1

Durante las primeras semanas de confinamiento, cuando las madrugadas eran tormentosas y una espectral cortina de agua plateada caía desde el alero del tejado, una lechuza ululaba cada noche desde los cercanos árboles. En alguna ocasión incluso pude ver cómo intentaba cazar, con infructuoso resultado casi siempre, lanzándose en picado hacia los contenedores de basura cuando detectaba movimientos.


La muchacha tiene los ojos semicerrados y recorre sin parar la plaza en un zigzag errático, sin rumbo aparente, como queriendo dibujar en el pavimento esas extrañas formas solo visibles desde el aire. Lleva la mascarilla quirúrgica en el cuello, y en su boca descubierta encadena un cigarrillo tras otro. No parece esperar a nadie ni da la sensación de que haya nadie esperándola en ningún hogar.

El camión de la basura se ha adelantado hoy y me ha pillado con el paso cambiando. No he podido salir a tiempo al balcón. No a aplaudir, que eso ya no es tendencia desde que abrieron la veda a los paseos, sino a ver la escrupulosa coordinación de sus operarios.

La tarde se desvanece entre susurros,

las golondrinas nunca están en casa

y los insectos no saben hallar alimento

entre muslos de adolescencia eterna.

Cuando las tardes vuelvan a ser cortas,cuando el otoño regrese a mi vida,cuando el otoño sea yo mismoy mi piel sea el pergamino en el que escribas.Cuando sean mis paseos alargados como cipresesy quede el sendero tras de mí, vacío de compañeros.Déjame decirte cuando ese momento lleguea nosotros, a un mundo que habremos construido,déjame soltar al aire palabras cargadas de tanto.Déjame decirte entonces que el tiempo habrá sido así,que el tiempo habrá merecido pasarlo así.Habrá sido un tiempo de penumbras desapareciendo,habrá sido un enero seguido de un febrero,como el primero, el primero,como aquel que llegó para quedarse,así, para siempre, siempre,así, siempre.Digo así, así digo, cuando quiero decir,contigo.

En la democracia ateniense todo aquél considerado ciudadano tenia derecho a expresarse en libertad, teniéndose en cuenta sólo sus argumentos y el mensaje trasmitido, independientemente de la forma en que lo expusiera.
​Por un instante ha callado todo y la tarde se ha vuelto de oro. En los tejados, el reflejo de las ramas moviéndose rompe la fotografía de una tarde de tránsito. Es la cadencia de un viento que quiere ser calma, de un viento al que el otoño obliga a ser rudo, un viento suave, de paso entre tormentas.

Ha oscurecido antes de lo previsto. La tarde se ha cerrado en torno a la tormenta, que nos ha pillado de improviso, obligándonos a refugiarnos en este lugar en el que nos miramos en silencio.


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