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En un banco de la avenida hay dos mujeres discutiendo. Por su conversación, deben ser madre e hija aunque parecen prácticamente de la misma edad.
El recepcionista del hotel mantenía una sonrisa postiza, impuesta por la normativa interna de atención al cliente. El viajero, un hombre todavía joven, se acercó al mostrador y solicitó la habitación que reservó el mes pasado.
El viajero llevaba tanto tiempo en la estación que casi era ya parte de ella. Iba cargado de equipaje, prácticamente se podía decir que más que de viaje iba de mudanza.
Al despertar ella ya no estaba. En su lugar, en el lado de la cama que ocupaba cuando se durmieron, había un nido de golondrinas.
La calle está desierta. Es el mes de julio, sábado, a la hora de la siesta. La ciudad de provincias dormita con esa vetusta tranquilidad burguesa del que sabe que nada va a pasar.
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