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Francisco Rodríguez
Ver, juzgar y actuar
Francisco Rodríguez Barragán nació en Granada el año 1938, está casado y tiene cinco hijos. Es Licenciado en Geografía e Historia y Derecho. Ha pertenecido al Cuerpo Técnico de la Seguridad Social hasta su jubilación. Ha obtenido la Medalla al Mérito Civil y formó parte de la primera Corporación Municipal democrática de Granada. Actualmente es miembro del Movimiento Familiar Cristiano y colabora como voluntario en Proyecto Hombre Granada. Publica la columna de opinión 'Ver, juzgar y actuar' todos los miércoles en SIGLO XXI.
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Es el pensamiento y el lenguaje lo que nos hace personas, pero las palabras que utilizamos tienen una enorme carga tanto para el bien como para el mal. Con palabras podemos bendecir y podemos maldecir. Las palabras pueden servir tanto para ponernos de acuerdo como para declararnos la guerra, de aquí la importancia de saber utilizarlas para el bien.
Hay dos costumbres inveteradas cada vez que empieza el año: desearse felicidades unos a otros, y hacer predicciones sobre los acontecimientos que puedan producirse a lo largo del tiempo. Por mi parte deseo a los míos: éxito en sus estudios, en sus trabajos, en su elección de pareja que hago extensivo a todos los demás. Para los que ya estamos viejos deseamos que nuestros achaques no resulten dolorosos, penosos ni latosos para los demás.
Cuando pasamos de un año a otro, parece tiempo adecuado para hacer balance de nuestra vida y preguntarnos qué ha significado un año más para cada uno de nosotros. Las personas tendríamos que examinar si hemos ganado en experiencia, en responsabilidad, en solidaridad, en comprensión, en lo que los griegos llamaban areté y que traducimos por virtud; o si por el contrario hemos perdido confianza, tanto en nosotros como en el prójimo.
Un año más entramos en los días en que todos nos creemos en la obligación de tener celebraciones, hacer regalos y esperar que nos toque la lotería, pero el nacimiento de Jesús en Belén es un acontecimiento que pasó casi desapercibido en su tiempo. Fue anunciado a unos pobres pastores y a unos magos que decían haber visto una estrella. María y José no encuentran sitio en la posada y tienen que acogerse a un mísero portal donde nace nada menos que el Hijo de Dios.
En mi larga vida he ido pasando de usar la pizarra, el pizarrín y los cuadernos rayados con la tabla de multiplicar en la última página a la máquina de escribir, a la calculadora y al ordenador y me sentía satisfecho cuando podía ilustrar a otros más jóvenes con mi experiencia. Pero ahora me desconcierta comprobar que ya no sé hacer muchas cosas y que necesito que otros más jóvenes me echen una mano.
Me pongo en el ordenador a escribir mi artículo semanal, el 6 de diciembre, 43 aniversario de la Constitución Española que se aprobó ilusionadamente por los españoles que pensamos que con ella entraríamos en un periodo de normalidad democrática, después de las vicisitudes que a lo largo del siglo XIX y hasta 1931, tuvieron todos los intentos constitucionales y el periodo de gobierno personal del General Franco desde 1939 a su fallecimiento el 20 de noviembre de 1975.
Alguien me ha hecho notar que mis últimos artículos están marcados por el pesimismo. He reflexionado sobre ello y quizás tenga razón. Mi visión de la actualidad está encuadrada dentro del esquema de derecha e izquierda y quedo descolocado al comprobar que la derecha está cada vez más lejos de los valores que informan mi vida.
Ayer fue la fiesta de Cristo Rey, pero veo con pena que va siendo expulsado de nuestras vidas. Se derriban cruces impunemente, los templos se quedan vacíos y los que lo ocupan son en su mayoría personas mayores. Para los mayores, como yo, resulta peligroso salir a la calle o ir a sacar dinero de un cajero.
Uno empezó a hablar de los extinguidos dinosaurios y sus fósiles como algo maravilloso que nos informa de la antigüedad de nuestro planeta, pero otro nos señaló una telaraña y unas hormigas para que viéramos el milagro de unos seres vivientes que se mueven ante nuestros ojos con antenas finas como pelos o patitas que se desplazan rápidas. Después de esta observación he dejado de pisar estos bichitos que me hablan de una inteligencia muy superior.
Las cadenas de televisión, que están todas en las mismas manos, nos repiten cada día las mismas noticias, imágenes y comentarios de lo que pasa o de lo que puede pasar. Parece que hay un decidido interés en tenernos asustados con lo que pasa y lo que puede pasar con nuestra economía y nuestro planeta.
La historieta del calentamiento del planeta se la han creído a pies juntillas y tratan de que también lo creamos los demás. Como han hecho con la pandemia del COVID, que ha servido como ensayo general para someternos a su voluntad y colocarnos unas mascarillas que nos hacen parecer asaltantes de bancos.
La llegada de la democracia a nuestro país me llegó en plena juventud y me ilusioné con ella. Creí que se abría un periodo de paz y prosperidad y sobre todo de hermandad y convivencia. Aunque me resistí, estas ilusiones comenzaron a venirse abajo pronto. La democracia no era la panacea de nada, sino una forma diferente de organizar el poder para que siguieran mandando los de siempre, o mejor dicho, los de siempre y los que seguían bien vivos y al acecho.
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