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Reseña de la novela de Antonio Picazo

Un título como 'El crimen tropical del señor obispo' a nadie puede dejar indiferente. Su autor, Antonio Picazo, es buen amigo de muchos años y, aunque no hayamos coincidido en nuestras largas correrías por el mundo, nos une la pasión por la aventura y el tratar de descubrir para nosotros mismos paisajes y gentes que van siendo cada vez más improbables dada la progresiva uniformidad en la que todo va cayendo.

Réquiem por Velintonia, la casa de Vicente Aleixandre

Siendo un niño de apenas nueve años tuve la inmensa fortuna de visitar en su casa de la Cuesta del Zarzal nº 3, en Madrid, a don Ramón Menéndez Pidal. Incluso a esa edad fui consciente del privilegio que suponía el encontrarme con aquel viejecito frágil, de ojos vivarachos e inmaculada barba blanca, que, sentado en una silla de ruedas, daba frecuentes sorbos a una Fanta servida por su hija Jimena, que permanecía de pie, a su lado.

A Elia Rodríguez, in memoriam

Han pasado apenas dos semanas desde que se celebrara en Baeza (Universidad Internacional de Andalucía) un curso dedicado a uno de nuestros más señeros escritores vivos: Juan Eslava Galán. Durante cuatro jornadas, desarrolladas en horario de mañana y tarde, un grupo de escritores, amigos todos y discípulos literarios del autor jienense, descubrieron a los asistentes aspectos poco conocidos de su personalidad y de su extensísima obra.

Una muy interesante visión del personaje, en clave de novela

La documentada obra mantiene en todo momento un pulso narrativo casi febril. El libro está dedicado a la memoria de otro gran explorador, Miguel de la Quadra-Salcedo, y cuenta con una estupenda portada del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, que refleja toda la soledad, casi ontológica, de uno de los forjadores de nuestra historia en América.

Existe una tendencia comprensible, dada la natural inclinación a la pereza del ser humano, a hacer coincidir vocablos sólo por mor de cómo suenan, por una cualidad acústica coincidente que poco o nada tiene que ver con lo que expresan como conceptos. Hay muchos ejemplos: ¿Qué tienen que ver “distinto” con “distante”, “resiliencia” con “resistencia”, “plausible” con “posible”?

Generosidad y entusiasmo son dos cualidades difíciles de encontrar en un mundo imbuido de un hedonismo alicorto, rancio y blando, que se debate (como un rebaño de ñus) entre el bostezo pastueño y la alarma.

El ser humano, que es gregario quizá en no menor medida que el ganado ovino, siempre ha seguido a la figura de pastor para sentirse seguro y poder avanzar por los campos, cruzar los senderos, pacer en los prados y retornar al redil al atardecer.

Nunca he coincidido con él, a pesar de tener algunos amigos y conocidos comunes. Sin embargo, confieso haberlo seguido de forma esporádica desde que, teniendo yo unos catorce años, lo viera en un famoso programa de televisión que presentaba el recordado José María Íñigo. I

Sin embargo, esto depende del gusto de cada uno. Hay mancebos y mancebas que gustan de “producirse ante el personal”; obtienen un placer, para mí difícil de entender, en el hecho de que los reconozcan por la calle, en el transporte público, en un restaurante o la sala de espera del dentista. Y comprendo su frustración ahora que todos nos vemos obligados a usar esa especie de antifaz por culpa de la pandemia. Lo deben de pasar fatal.

Las dos monedas son mucho más que un símbolo; representan el arranque de una aventura, de una metamorfosis. Lo viejo y lo nuevo ante un joven al que aún aguarda todo. Y este personaje -como dije en la presentación- me recuerda a un “enfant terrible” de la literatura francesa; a “le noveau Rimbaud”, Raymond Radiguet, autor de una de las novelas más inquietantes del siglo XX: El diablo en el cuerpo.

Tuve la suerte de conocer a Julio Anguita hace ya bastantes años. Ya no estaba en eso que llaman “primera línea política”, pero, pleno de facultades, lideraba una corriente crítica desde cierta izquierda ilustrada y genuina que actuaba como “Pepito Grillo” de esa otra izquierda, oportunista, “new age”, que no se distingue en nada, ni por su modo de hacer ni por sus aspiraciones materiales de esos “liberales burgueses” a los que denuestan desde el pedestal de barro mal cocido donde cacarean la supuesta superioridad moral que se arrogan por ser ellos… tan “guay”

LA RENDIJA LÍRICA. Con la mirada afilada de un cíclope, el lector de poesía aguza la vista. La hendidura por la que vislumbra la estancia que aferran sus manos en el libro o en la resonancia al vuelo que se recita, es sencillamente hasta donde le permita perseguir el hilo de oro viejo de las palabras.

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