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Parece, a la vista de lo que se pone en escena, que la sinarquía que conduce la marcha del sistema —llamada por algunos el poder en las sombras—, para asegurar el negocio base —el mercado—, ha mudado en parte su estrategia política. Tímidamente empieza a colocar nuevamente en el teatro de operaciones visibles, haciendo uso del voto controlado, a los que, en otro tiempo, fueron fieles servidores del orden capitalista en el marco conservador.
Hace apenas tres años era solo un deslenguado economista que se hacía hueco a base de virales en la red. Hoy es el presidente electo de Argentina. Javier Milei tiene ante sí un doble reto fabuloso; por un lado, reconstruir la destrozada economía de su país; por otro, confrontar el liberalismo ante otras ideologías dominantes hoy en el mundo.
A un siglo de que la revolución anarquista argentina que fue sofocada en sangre, en ese mismo país asumirá la presidencia, por primera vez en el mundo, alguien que se reclama de una variante del anarquismo. Todas las insurgencias anarquistas de antes acabaron en violentas derrotas (Francia 1871, Rusia 19178-21, España 1936-39, etc.) y fracasaron al querer anular de un solo golpe a las clases y Estados para dar paso a una sociedad igualitaria comunista.
¿Cómo hacer para que las ideologías no absoluticen el poder, sino que pongan en el centro a a la persona? El liberalismo prioriza la libertad personal pero si no lo armoniza con el principio de la igualdad se convierte en capitalismo salvaje; el socialismo prioriza la igualdad, pero si impide el crecimiento económico de las personas y su libertad, se convierte en un régimen de muchos que pueden vivir pero no se crea riqueza (Cuba, Venezuela, la antigua URSS...).
Sujetos a los cánones económicos dominantes, en general, la política de los distintos Estados es incapaz de mantener su independencia funcional, ya que solamente unos pocos alcanzan ese nivel que permite dejar constancia de sus particularidades. En todo caso, si llegan a tal punto, fundamentalmente por haber adquirido cierta ventaja tecnológica y contando con su plena integración en la realidad económico-política, es como premio a su fidelidad.
Los oficiantes del imperialismo económico global vienen exigiendo a las gentes fidelidad al mercado, lo que en gran medida aceptan sin rechistar, mientras que, por otra parte, la hacen extensiva a que se siga la doctrina establecida por el sistema. Si lo primero supone entregarse al consumo irreflexivo por obligación, lo segundo, invita a desprenderse de la identidad personal y dejarse llevar por las consignas que se imponen a la manada.
Cuando se empieza a discutir la posible formación de un nuevo gobierno de coalición progresista en España vuelve a hablarse de medidas económicas que suelen concitar bastante desacuerdo entre economistas. Con los precios de muchos bienes y servicios básicos, como los alimentos o la vivienda, todavía subiendo, aunque el índice general se haya frenado, desde la izquierda se proponen controlarlos legalmente.
Para nadie es un secreto que el militarismo y el deseo de enriquecerse y seguir siendo rico es la característica del mundo capitalista actual. No citaré a pensadores ostensiblemente anticapitalistas, porque existen muchas dudas sobre la naturaleza de esas personas. Por eso, lo que escribo en este artículo son experiencias que presenciamos todos los días, pero no les prestamos atención.
Aunque no se define claramente hasta años más tarde, la globalización, como instrumento para establecer el imperio capitalista a nivel mundial, tiene sus orígenes al finalizar la segunda gran guerra del siglo pasado. Su patrocinador oficial, es decir, el que se ofertó como promotor político, utilizando el argumento de la superioridad atómica y económica, lanzando el diseño de Bretton Woods, fue USA
Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.
Recuerdo, en un cónclave socialista, oír de un destacado político del municipalismo catalán, la siguiente afirmación: 'las fábricas de hoy son los hoteles'. En este interludio estival me ví inmerso en la experiencia de la ilimitación capitalista del sector turístico hotelero que por momentos me arrastró a la malograda vida de Charlie Chaplin en la película "Tiempos modernos".
Ante el desconcierto presente, aquí mismo, casi en la punta del continente europeo, para tener una mínima idea sobre lo que está pasando, hay que tener en cuenta ese fenómeno que se ha llamado la globalización. Esta última, dicho brevemente, es el último acto del despliegue del capitalismo, representado por la corte del gran capital, en términos imperialista y totalitarios a nivel mundial.
La globalización no es ni mucho menos un fenómeno nuevo. Sin embargo, la posición de la única superpotencia realmente existente, los Estados Unidos, ante la globalización -que, como Marx y Lenin explicaron en su tiempo, es consustancial al mismo modo de producción capitalista- ha variado tan drásticamente como para pasar de ser su adalid como superpotencia en su apogeo a ser su atacante como superpotencia en su ocaso.
El libro de Shoshana Zuboff titulado La era del capitalismo de la vigilancia, es un extenso ensayo, que trata numerosos aspectos de la realidad de del capitalismo neoliberal salvaje, característico de la era digital en la que estamos viviendo. Sirve también para comentar diversos aspectos de la situación que los ciudadanos están afrontando en estos últimos años, por causa del control digital de la existencia y de las acciones y conductas humanas.
Una confesión introductoria: siento que escribo a tientas, sin brújulas ni estrellas que me orienten, sin escatimar riesgos ni yerros. Estoy escribiendo desde la mera conjetura, porque las certidumbres escasean en estos tiempos y porque tal vez sea cierto que las expresiones artísticas se han fortalecido y socializado tanto que quizás se hayan convertido en un vallado difícil de sortear por el avance arrollador y espectral del neoliberalismo.
Ese producto grupal de intereses de poder que se ha llamado progresismo es una exigencia política de los nuevos tiempos, en línea con las tendencias comerciales de actualidad. Viene a ser un nombre, carente de ideología real, para diferenciar a un grupo de aspirantes a perpetuarse en el poder de esos otros que pretenden los mismo, pero abiertamente dicen que no quieren que cambie casi nada, a los que llaman conservadores.
Los datos del último informe de Intermon Oxfam, “La ley del más rico”, nos revelan que el 1% más rico de la humanidad se apropió de dos tercios de la nueva riqueza producida desde 2020. Lo que significa que por cada dólar que recibía una persona del 90% más pobre de la humanidad, uno de los representantes de esa extremadamente minoritaria pero extraordinariamente poderosa élite del capitalismo global se embolsaba 1,7 millones de dólares.
Con la caída del bloque de naipes de los últimos estados de la URRS, observamos como el imperante capitalista ha desarrollado su dimensión más universalista, integradora y globalizadora. Empezamos a mover nuestra existencia alrededor de la hegemonía del capital total, nuestra cultura general se mueve alrededor del negocio, la cultura literaria, musical, los nacimientos, la muerte, etc.
A la ciudadanía se la vende grandeza, cuando todo es penuria, en forma de crisis, epidemias, guerras y otros inventos para especular en el marco del sistema capitalista, mientras la decadencia se instala en el plano estatal. El mentor ya se conoce quien es y con la fórmula utilizada sucede lo mismo.
“Poco pan y pésimo circo”, así titulaba Def con Dos una desesperanzada canción que daba una vuelta de tuerca al manido tópico del “pan y circo” romano, metonímica expresión que alude a un estado de las cosas en el que los modos de ganar el sustento son cada vez más complejos en un mundo incierto en el que la nitidez informativa no halla su lugar.
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