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Recuerdo, en un cónclave socialista, oír de un destacado político del municipalismo catalán, la siguiente afirmación: 'las fábricas de hoy son los hoteles'. En este interludio estival me ví inmerso en la experiencia de la ilimitación capitalista del sector turístico hotelero que por momentos me arrastró a la malograda vida de Charlie Chaplin en la película "Tiempos modernos".
Ante el desconcierto presente, aquí mismo, casi en la punta del continente europeo, para tener una mínima idea sobre lo que está pasando, hay que tener en cuenta ese fenómeno que se ha llamado la globalización. Esta última, dicho brevemente, es el último acto del despliegue del capitalismo, representado por la corte del gran capital, en términos imperialista y totalitarios a nivel mundial.
La globalización no es ni mucho menos un fenómeno nuevo. Sin embargo, la posición de la única superpotencia realmente existente, los Estados Unidos, ante la globalización -que, como Marx y Lenin explicaron en su tiempo, es consustancial al mismo modo de producción capitalista- ha variado tan drásticamente como para pasar de ser su adalid como superpotencia en su apogeo a ser su atacante como superpotencia en su ocaso.
El libro de Shoshana Zuboff titulado La era del capitalismo de la vigilancia, es un extenso ensayo, que trata numerosos aspectos de la realidad de del capitalismo neoliberal salvaje, característico de la era digital en la que estamos viviendo. Sirve también para comentar diversos aspectos de la situación que los ciudadanos están afrontando en estos últimos años, por causa del control digital de la existencia y de las acciones y conductas humanas.
Una confesión introductoria: siento que escribo a tientas, sin brújulas ni estrellas que me orienten, sin escatimar riesgos ni yerros. Estoy escribiendo desde la mera conjetura, porque las certidumbres escasean en estos tiempos y porque tal vez sea cierto que las expresiones artísticas se han fortalecido y socializado tanto que quizás se hayan convertido en un vallado difícil de sortear por el avance arrollador y espectral del neoliberalismo.
Ese producto grupal de intereses de poder que se ha llamado progresismo es una exigencia política de los nuevos tiempos, en línea con las tendencias comerciales de actualidad. Viene a ser un nombre, carente de ideología real, para diferenciar a un grupo de aspirantes a perpetuarse en el poder de esos otros que pretenden los mismo, pero abiertamente dicen que no quieren que cambie casi nada, a los que llaman conservadores.
Los datos del último informe de Intermon Oxfam, “La ley del más rico”, nos revelan que el 1% más rico de la humanidad se apropió de dos tercios de la nueva riqueza producida desde 2020. Lo que significa que por cada dólar que recibía una persona del 90% más pobre de la humanidad, uno de los representantes de esa extremadamente minoritaria pero extraordinariamente poderosa élite del capitalismo global se embolsaba 1,7 millones de dólares.
Con la caída del bloque de naipes de los últimos estados de la URRS, observamos como el imperante capitalista ha desarrollado su dimensión más universalista, integradora y globalizadora. Empezamos a mover nuestra existencia alrededor de la hegemonía del capital total, nuestra cultura general se mueve alrededor del negocio, la cultura literaria, musical, los nacimientos, la muerte, etc.
A la ciudadanía se la vende grandeza, cuando todo es penuria, en forma de crisis, epidemias, guerras y otros inventos para especular en el marco del sistema capitalista, mientras la decadencia se instala en el plano estatal. El mentor ya se conoce quien es y con la fórmula utilizada sucede lo mismo.
“Poco pan y pésimo circo”, así titulaba Def con Dos una desesperanzada canción que daba una vuelta de tuerca al manido tópico del “pan y circo” romano, metonímica expresión que alude a un estado de las cosas en el que los modos de ganar el sustento son cada vez más complejos en un mundo incierto en el que la nitidez informativa no halla su lugar.
Es un hecho, fácilmente contrastable, que con la consolidación del proceso de globalización, ciertos dogmas políticos en torno al Estado se van desmoronando. En el caso de los Estados débiles —la mayoría—, el conocido como Estado-nación prácticamente ha desaparecido del protagonismo de primera línea del panorama político mundial, salvo con ocasión de alguna escaramuza puntual.
La energía atómica, ha sido objeto del desprecio, sabotaje, denigración y ataque por parte de las izquierdas de todo el mundo. Siempre ha considerado este tipo de energía como un logro capitalista que había que combatir por todos los medios a su alcance.
Su última ocurrencia, que ha levantado ampollas en el mundo de la ganadería, es hablar sobre el consumo de carne de lo que ha dado datos incorrectos y que ha merecido hasta un comentario de Sánchez como para dimitir. Como contraste a sus recomendaciones, circula por las redes, la boda burguesa que celebró, con un menú pantagruélico, tan alejada de la filosofía proletaria y marxista que promulga.
La estimulación constante que produce el sistema capitalista en la sociedad de la satisfacción sin límites, está causando saturación y saciedad en las personas. No son capaces de disfrutar todo lo que podrían, ya que existen otras necesidades y acciones que es preciso atender. Lo expresa de forma muy clara Baudrillard al escribir que «La satisfacción inmediata supera con creces la capacidad de disfrute de un ser humano normal».
El uso de fármacos cada vez es más frecuente en una sociedad en la que los niveles de actividad, en muchas ocasiones, son excesivos. El sueño reparador también es necesario. La sociedad está medicalizada. El uso de ansiolíticos y tranquilizantes ha aumentado notablemente y la utilización de somníferos también.
Ojalá dejasen de abrirse las puertas por dinero, seguramente entonces tendríamos más asegurada la alianza con nuestro análogo. El movimiento social del “tanto tienes, tanto vales” está más vivo que nunca. Es una desgracia más, de difícil modificación de actitudes; ya que el otro movimiento, el educativo, está siempre en conflicto, cuando debiera transmitir distintos itinerarios, más pedagógicos con la realidad, de una ética permanente en su lenguaje, para que puedan ayudar eficazmente a crecer en espíritu solidario, sentido de responsabilidad y cuidados que nos hermanen
André Gorz en su libro El hilo conductor de la ecología ofrece muchas claves sobre la realidad laboral y social contemporánea. Es un pensador brillante que destaca por su agudeza ante los conflictos sociales de las últimas décadas en el mundo. Ofrece soluciones realizables y colabora con Sartre.
Demasiados vacíos utópicos y existenciales en las izquierdas mundiales, unidos a las profundas y concatenadas crisis del capitalismo, ya sean éstas de carácter económico, político, bélico o sanitario, han provocado una eclosión de ideas fascistas a escala internacional.
Después de cada crisis, las derechas lo tienen meridianamente claro, trabajar más horas por menos salario, aumentando la productividad, esto es, la intensidad de la explotación laboral, para ensanchar los beneficios empresariales. Luego, si tal, ya se repartirá la riqueza, algo que jamás sucede. Es el déjà vu acostumbrado. Los ciclos históricos de bonanza relativa y crisis del régimen capitalista son viejos conocidos del eterno retorno para que todo siga igual.
Muchas buenas gentes piensan que cuando lo más duro de la pandemia pase el mundo entrará en una fase irreversible de amor, solidaridad, armonía y coherencia. Está siendo tanto el dolor que confunden su generosidad con la creencia en la bondad infinita y natural del ser humano. Su postura moral extrema puede ser instrumentalizada con cierta facilidad por líderes y discursos provenientes del arco conservador o fascista.
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