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El pasado 7 de noviembre se cumplieron 50 años de la constitución de la Asamblea de Cataluña. También era domingo, como ha pasado este año, y en la Iglesia de San Agustín en pleno barrio del Raval de Barcelona los habituales de la misa de doce miraban con extrañeza cómo aquel domingo el número de asistentes al oficio dominical había aumentado con unos feligreses distintos de los habituales a la misa del mediodía y totalmente desconocidos en el barrio.
Si el señor Pedro Sánchez no hubiera demostrado, con suficiente claridad, su plena disposición a tener satisfecho al independentismo catalán y vasco para asegurarse su sillón presidencial, podríamos pensar que no se entera de lo que está sucediendo en Cataluña, donde no pasa día que no haya algún iluminado que no se meta con España y los españoles.
Este aspecto de la enseñanza es lo que debiera ser un campo en el que los políticos y el Gobern catalán hubiesen centrado sus máximos esfuerzos, en lugar de convertir las escuelas y las universidades catalanas en reductos para la imposición inclusiva de la lengua catalana.
El fenómeno catalán ha entrado en lo que se podría calificar como la disparatada e inexplicable discordancia entre lo que aspiran unos, los más recalcitrantes separatistas; lo que buscan obtener otros, los más pragmáticos y lo que un grupo importante de catalanes, los que prefieren pisar tierra firme y no correr el albur de que la autonomía acabe desmoronándose bajo el peso de la inoperancia, la fantasía, las utopías soberanistas.
La explicación del comportamiento erróneo del Gobierno español, en apoyo de Puigdemont y en contra de que sea extraditado (pidió la suspensión de la euroorden a pesar que sólo el juez Llarena puede hacerlo y no lo hizo, en ningún momento), es muy sencilla: el señor Sánchez lo único que pretende es salvar los PGE para el año próximo, algo que no tiene posibilidades de conseguir sin el apoyo de los escaños catalanes.
Lo que ocurre en Cataluña -en general- y en el Barcelona club de fútbol -en particular- es para estudiar en profundidad la historia de un descalabro colectivo con protagonistas muy concretos.Tanto si nos fijamos en la Generalidad como si lo hacemos en el mimado y separatista club de Barcelona (el otro no cuenta prácticamente por ser decente), sacaremos parecidas conclusiones.
Cuando una sociedad es sana, no puede utilizar permanentemente la mentira. Si así fuera y por un milagro se independizase, ¿admitiría las otras mentiras como un derecho? Cataluña, por desgracia, tiene un gran defensor, el Gobierno español, mercenario, siempre amenazado y siempre cobarde y miedoso… porque también el Gobierno come con ellos.
El pasado miércoles se reunió en el Palau de la Generalitat en Barcelona la llamada “Mesa del Diàlogo”. A un lado el Gobierno de España, y su Presidente Pedro Sánchez, enfrente los representantes del Govern de la Generalitat, con su President, Pere Aragonés, al frente. Una reunión de alto nivel a la que muchos, de un lado y otro, habían intentado poner piedras en el camino con el fin de impedir su celebración.
En ocasiones los españoles volvemos la mirada hacia atrás y nos preguntamos por qué hemos sido capaces de tirar por la borda un estado de bienestar que, a algunos, seguramente les parecía poco, a otros por el simple hecho de estar gobernados por la derecha, les repateaba el hígado y al resto, sin duda una mayoría, nos parecía un don de Dios poder disfrutarlo en paz, sin amenazas aparentes.
Como todos sabemos, la trayectoria de Pedro Sánchez, (lacayo de los comunistas de Podemos) desde que llegó torticeramente a la presidencia del Gobierno, está envuelta en una especie de tela de araña que abarca todas las trapisondas e ilegalidades conocidas que están dejando a España en un estado de letargo social y económico del que difícilmente podremos salir.
Cuando es el propio señor Illa, líder de la oposición del Parlamento catalán, quien afirma que “desde el principio se sabía que ésta era una mesa de diálogo entre gobiernos”, huelga más aclaraciones, más interpretaciones y más suposiciones respecto a lo que se está tramando en esta “mesa de diálogo”, denominación bajo la cual se nos intenta hacer tragar a los españoles que se busca reconducir las relaciones de España con la abiertamente antiespañola Cataluña.
¡Qué manera de hacer el ridículo por las calles de Barcelona! El terrorismo callejero protagonizado por el independentismo empieza a ser una diversión para cuatro paranoicos que --en vez de apuntar con el dedo a Carlos Puigdemont y a José Luis Alay o de cogerlos por la pechera-- aún creen en la violencia para alcanzar la inconstitucional independencia. No parecen haber entendido los independentistas que la Diada empieza a ser división, mofa y motivo para el desencuentro.
El pasado 2 de Agosto los Gobiernos de España y Catalunya firmaron un acuerdo por el que el Gobierno presidido por Pedro Sánchez se compromete a invertir 1,700 millones de euros en la ampliación del Aeropuerto de Barcelona, de siempre conocido como El Prat y que desde hace algún tiempo ostenta el nombre oficial de Josep Tarradellas, nombre impuesto desde las altas instancias madrileñas sin consultar a ninguna autoridad catalana.
Observamos que, precisamente en vísperas de la Diada del 11 de septiembre, como si esta festividad tuviera el poder de conceder la inmunidad en contra del Covid 19, deciden suprimir todas las limitaciones que existían en la autonomía para evitar la propagación de esta cepa Delta, tan contagiosa, de la epidemia que tantos dolores de cabeza está proporcionado a la sanidad autonómica.
No me sorprende que Pere Aragonés --apoyado por el ‘Sófocles’ Salvador Illa-- pretenda que se negocie la amnistía, la autodeterminación, el obligado exilio de la monarquía y el soberanismo catalán. Precisamente esas cuestiones, el Ejecutivo las tiene descartadas por completo, dado que están fuera de la ley. La ignorancia catalana y el egocentrismo salen a luz una vez más. Ya son muchos años robando a España.
Por fin, después de largo tiempo de espera, antes de las vacaciones estivales, ha tenido lugar la primera reunión bilateral entre los Gobiernos de Catalunya y España. Desde su constitución el Govern presidido por Pere Aragonés insistía en la celebración de esta reunión entre ambos Gobiernos.
Mala generación de políticos la que nos ha tocado conocer. Se mire a la comunidad que se mire abundan los casos de corrupción e intenciones de tapar lo que no se quiere que salga a la luz. El problema llega cuando los corruptos abandonan el sillón de la prepotencia, las prebendas, las ventajas y las tarjetas con cargo al contribuyente; en ese momento, otros tiran de la manta y dejan con las posaderas al aire a sus antecesores.
Está caliente el horno de la política nacional y autonómica. No es sólo por el verano y por las altas temperaturas. Las cloacas del pasado, los fraudes y corruptelas del presente y las amenazas (con chantaje incluido) son las que recalientan el ambiente político. Los frentes abiertos son excesivos, dada la reiterada incompetencia del Gobierno central y sus permanentes enfrentamientos con las comunidades autónomas.
Ni la derecha errática dirigida por el señor Pablo Casado, ni toda esta pléyade de periodistas y ciudadanos que siguen pensando que lo mejor es contemporizar, llegar a acuerdos, ceder con tal de conseguir un alivio en cuanto a la tensión política, han supuesto para Pedro Sánchez un obstáculo insuperable para llevar adelante su estrategia encaminada a conseguir perpetuarse en el poder a costa de lo que sea.
La torpeza del presidente del Partido Popular no le permite entender que estamos en la antesala de conseguir el referéndum para Cataluña y cuadrarlo con la necesidad de mantener el colchón en Moncloa. Pero tanto el presidente Sánchez como Aragonés anhelan jugar en casa o con el árbitro a favor.
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