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No, amigo lector, no me he confundido; no he querido decir “la Memoria Histórica” y sí La Memoria Histriónica, pergeñada por dos obscenos histriones. Antes de continuar, quiero recordarles que un histrión, según acabo de leer, “es un ser que teatraliza las emociones con cambios emocionales bruscos.
Las cadenas de televisión, que están todas en las mismas manos, nos repiten cada día las mismas noticias, imágenes y comentarios de lo que pasa o de lo que puede pasar. Parece que hay un decidido interés en tenernos asustados con lo que pasa y lo que puede pasar con nuestra economía y nuestro planeta.
Antes de que el actual Parlamento peruano cumpla sus primeros 3 meses, la encuestadora Datum ha dado un dato bomba. El mismo jueves 21 en que se publicaba oficialmente la nueva ley aprobada por el Legislativo para limitar inconstitucionalmente la función presidencial, esta empresa de opinión pública publicó su último sondeo, según el cual apenas el 21% de los encuestados apoyan al Congreso mientras que el 71% le rechaza y el restante 8% no opina.
El fanatismo se viste de miles formas: de saco y corbata, de obrero, de campesino, y etc., y se realiza en muchos subterfugios solapados, y eso es peligroso en estos tiempos modernos. No. Hay que estar coqueteando, pues una crisis de fanatismo político, ninguna sociedad la soporta, no aguantaría el peligro. Las consecuencias, serían desagradables para todos.
Parece que siempre ha existido la tendencia a que todas las naciones del mundo se rijan por las mismas leyes sin que tal cosa se haya conseguido nunca. Grecia, Roma o el celeste imperio lo intentaron una y otra vez. Claro que todos los unificadores que han existido han tratado de reservarse el mando sobre el grupo de naciones que de alguna forma pretendían unificar.
Muchas personas, muchas comunidades, muchos pueblos están acostumbrados a vivir bajo la tutela de “directores de orquesta”. No tiene nada de malo, siempre y cuando los “directores de orquesta” tengan en cuenta las característica individuales de cada miembro. ¿Dónde, pues, está el problema? En la elección de “director” o en la toma, por las bravas, de la “batuta”.
Ciertamente el hombre, como ser humano, poco tiene que desvelarnos sobre su condición, sus apetencias y sus propósitos. Esopo, escritor cuya existencia se inscribe entre la realidad y la tradición de la Grecia clásica del siglo V a. C., entre otras de las muchas enseñanzas que nos legó nos dejó una que podemos considerar como el paradigma de lo que somos las personas. Se trata de la fábula de la rana y el buey.
¿Tendrá este mundo arreglo o habrá que esperar al juicio final? ¿De qué escribir sino de Afganistán? Los sucesos del aeropuerto de Kabul, repetidos en todas las cadenas de televisión a todas horas han venido a sumarse a nuestra pandemia, la situación económica, la escasa actuación de nuestros gobernantes, la excesiva respuesta de Estados Unidos y la más que discreta de la Unión Europea.
¡No permitáis la destrucción del humilde, del sin voz, del desubicado! ¡Que los políticos y gobernantes cubran sus cuerpos con la sangre injusta y reflexionen!
Cualquier persona investida de una autoridad, de un poder, de un cargo, ya lo gane en unas elecciones, en un examen o en una prueba de acceso, nunca puede olvidar que su obligación es servir a los ciudadanos y en ningún caso disfrutar del cargo en su propio beneficio, enriquecerse con la prebenda obtenida o no hacer nada.
La gerencia de un país cualquiera, exige personas preparadas intelectualmente y con unas características muy claras. Deben ser equilibradas, objetivas, honradas, dialogantes, firmes y no excluyentes. La formación acuñada con esos principios éticos, deberia ser el patrón selectivo para toda persona que desee encabezar el futuro de un país.
Los ciudadanos contemplamos hoy con estupor, cómo los problemas se provocan y jalean desde quienes deberían gobernar la gran familia española: se nos enfrenta desde nuestra propia historia; se nos ataca en nuestras creencias, tradiciones y símbolos religiosos, se nos miente impunemente.
Regir el mundo es un cometido grande, que exige un amor de servicio permanente y de responsabilidad continua en todas las tareas encomendadas. Se asemeja mucho a ese espíritu olímpico solidario que hay que cultivar, porque es servir al bien común sin desfallecer, universalizándolo todo, desde la unión y la unidad más sublime.
Ni la derecha errática dirigida por el señor Pablo Casado, ni toda esta pléyade de periodistas y ciudadanos que siguen pensando que lo mejor es contemporizar, llegar a acuerdos, ceder con tal de conseguir un alivio en cuanto a la tensión política, han supuesto para Pedro Sánchez un obstáculo insuperable para llevar adelante su estrategia encaminada a conseguir perpetuarse en el poder a costa de lo que sea.
La ignorancia está siendo la herramienta utilizada con maestría como contrapeso y los títulos son papeles que "dicen", no que "demuestran". El negacionismo envuelto en subvenciones es como el barbecho en el campo: facilita el crecimiento, en este caso, del "Sanchismo". Fumigar la sociedad con ideologías de género y recortes de historia fraudulenta llevará a España, o a lo que quede de ella, a la desaparición.
Desengáñense, la confrontación latente por detrás de cualquier apariencia, es la del cuerpo con los efluvios de la mente; esa cercanía de los sentidos notando alrededor las elucubraciones volanderas. El cotarro tendrá un comienzo, cada quisque lo situará al hilo de sus incumbencias, pero indecisos, por aquello de adentrarse en el terreno de las intuiciones, donde los fundamentos son escurridizos hasta convertirse en indetectables.
Hace unos días me atreví a comentar el “paradisiaco futuro” que nos espera con el nuevo Plan Marshall, “RECUPERACIÓN, TRANSFORMACIÓN y RESILIENCIA”, propuesto por el gobierno de Pedro Sánchez.
Nunca estuvieron los que el pueblo hubiera querido. Nunca elegimos con la posibilidad de seleccionar. Nunca los que no sabían se fueron honradamente. Todo grupo busca un líder que reúna las características que el grupo entienda necesarias para su gobernanza, para su control y para sus objetivos.
Recuerdo que a mediados del pasado siglo un cantante argentino, Alberto Castillo, cantaba un vals de mucho éxito: Todos queremos más, el que tiene un peso quiere tener dos, el que tiene cinco quiere tener diez, el que tiene veinte busca los cuarenta, el de los cincuenta quiere tener cien.
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