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Resignarse Mary Eva... con su vida que fue tan mala, la vida que le tocó vivir, hacerlo paso a paso, busca estar resplandeciente con su suerte, maravillosa, inteligente, simpática y buena amiga. Hasta pronto.
La noche era oscura y sombría. Observando la luna por la ventana de mi habitación y las estrellas alrededor de ella. La poca luz que había por las calles eran las farolas que alumbraban a los bancos solitarios y a la pequeña fuente que se encontraba en el centro.
El malo huye sin necesidad que lo persigan. El sueño sublime entrelaza dudas y siente temores; de ti me aparto, pero la realidad de estos sueños, con su mirada ansiosa en el espacio como piloto que maneja la nave en la tormenta-donde alma mía, besan la armonía.
Un hombre pequeño, como por arte de magia, apareció y se dirigió hacia acá, donde aún servimos al orden: —No puedo más señor, debe escucharme. Vengo desde muy lejos y he tenido que dormir en las calles y probar alimentos hasta de los botes de basura. Pero aquí estoy.
El día no había podido ser peor. Ella pensó, cuando se desperezó en el portal de una tienda que, por causas de la epidemia había quebrado y sus dueños se vieron obligados a vender el local, le servía de abrigo, donde malamente se podía defender de las inclemencias del tiempo: “Hoy es Noche Buena y quizá sean más caritativos conmigo y me den algún dinerillo para que pueda tomar una sopa y posiblemente un plato de garbanzos...
Las aves atacan y ocupan el laberinto de la vida. Hubo en estos tiempos un laberinto que albergaba infinidades de aves exóticas, unas románticas, otras soñadoras, que volaban alto, pero que no podían salir, ese fue su castigo por el robo del laberinto.
Era costumbre inveterada, queen varias ocasiones por las noches durante pernoctaron, los hermanos Fernando y Edmundo, se iban a conversar a la orilla del río, cuando los demás dormían, en un sitio denominado "El Pelón", lo disfrutaban al son de una hermosa sinfonía, que orquestaban: los pájaros, grillos, ranas, sapos, garrobos, toda clase de bichos, los notables silbidos del ulular del viento...
«¡Podéis ir en paz!», dijo finalmente el cura Jesús, despidiéndose de los feligreses. La iglesia el Nuevo Rosario volvió a su antigua condición de silencio, incienso de sándalo y oscuridad.
Era una noche llena de sombras macabras, no se podía garantizar nada, las sombras iban y venían, luna se paseaba en su casa, alumbraba menos del mínimo, era propicio para efectuar cualquier fechoría, pero se abotonaba, y sus ojos iniciaban una relación, pero el ruidaje apagó sus ojos y su voz, siendo imposible oír sus encantos. Todo quedó lóbrego, y en tinieblas.
Se corrió la noticia que el escritor del pueblo había fallecido. La gente comentaba en los barrios, cuál había sido la causa de la muerte, y nadie se podía contestar. Y cuando desapareció el atardecer, aproximadamente a las siete de la noche, un grupo de amigos del escritor fue a su casa para darle las condolencias a su anciana madre y cuando estuvieron con ella le preguntaron.
Los invitados fueron recibidos en la sala comedor. Amelia todavía se encontraba en su aposento vistiéndose. La mesa estaba servida, daba un aspecto original; los pronósticos de Amelia eran certeros; el viento soplaba fuertemente, cómo que vigilaba al tipo y el momento.
El sol resplandecía, los pájaros cantaban con sus alas extendidas, la musicalidad del cielo era una sinfonía clásica. ¿Qué maravillosa es la vida, no? Mirando lo profundo de la vida con una sonrisa, observando la preciosidad del amor, la conexión de la amistad, los ojos vivos que susurran “te quiero”…
Si esta biblioteca pudiera hablar y contara todos los acontecimientos misteriosos que han ocurrido en ella, en sus pasillos anchos y retorcidos, en los estantes de libros, donde en muchas ocasiones se vio reflejada en el piso, la sombra de alguien que no estaba. O las mesas y las sillas ordenadas deliberadamente en cruz, sin que nadie pudiera brindar una explicación de lo sucedido.
Eran las seis de la mañana, el oscurecer de aquel mismo día desaparecido. La mañana estaba hermosa y sorprendida, esperaba el sol del día, que no duraría mucho. Doña Francisca bajaba el café negro del fogón y se movía sin cesar del lavandero a la cocina, el día para ella venía apretado, como todos los días.
Ante el vibrante rugido del momento, con aire comprometido y sombría esperanza, un día domingo del mes de octubre, del año de los tiempos, y cuando el barrio se encontraba lóbrego, golpearon a la puerta de la casa donde vivo toc, toc, toc. Abrí la puerta y lo primero que ví fue un niño con una biblia en la mano.
Éxito a la desesperada, pues para subir una alta montaña, basta una danza africana feliz, así subirás, sin pensar en la mañana siempre cruel, siempre insulta que te insulta, siempre falso a mis espaldas, en que bailo sola y me gusta la playa.
Tenía que esperarte una hora, contando las sombras que pasaban a mi lado, analizando los rostros, diversificando semblantes. En la esquina del coyol y la cuajada, de los tricicleros hambrientos y de goma. Mientras una cantilena de clamor y de venta pretendía a cada instante invadir el espacio de los compradores y también de los ladrones que siempre al acecho de la presa buscaban realizar su gestión del día.
Sucedió en el poblado Las Lajas, en los ardores de los primeros días de la revolución. El dictador había sido derrocado por el pueblo en armas. Iniciaba la organización de la defensa civil y la vigilancia, con el propósito de impedir infiltraciones de guardias que andaban huyendo y escondiéndose en arrabales y montañas.
Son los de la vida alegre, los que disfrutan y a los que nunca nada ha faltado y así, fueron progresando, vida dichosa, mucha vida feliz,
pero poca vida interior... ¿qué puede pasar entonces con ellos?
El día estaba desértico, y esa tarde en el cielo inmaculado se avecinaba una inmensa tempestad, y entre truenos y relámpagos apareció un crepúsculo precioso que daba ganas de dormir a su lado. La tierra poco a poco iba quedando noctámbula, y en el filo de su oscuridad, se escuchaban algunos silbidos y aullidos de perros, y uno que otro sonido de un claxon.
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