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Los invitados fueron recibidos en la sala comedor. Amelia todavía se encontraba en su aposento vistiéndose. La mesa estaba servida, daba un aspecto original; los pronósticos de Amelia eran certeros; el viento soplaba fuertemente, cómo que vigilaba al tipo y el momento.
El sol resplandecía, los pájaros cantaban con sus alas extendidas, la musicalidad del cielo era una sinfonía clásica. ¿Qué maravillosa es la vida, no? Mirando lo profundo de la vida con una sonrisa, observando la preciosidad del amor, la conexión de la amistad, los ojos vivos que susurran “te quiero”…
Si esta biblioteca pudiera hablar y contara todos los acontecimientos misteriosos que han ocurrido en ella, en sus pasillos anchos y retorcidos, en los estantes de libros, donde en muchas ocasiones se vio reflejada en el piso, la sombra de alguien que no estaba. O las mesas y las sillas ordenadas deliberadamente en cruz, sin que nadie pudiera brindar una explicación de lo sucedido.
Eran las seis de la mañana, el oscurecer de aquel mismo día desaparecido. La mañana estaba hermosa y sorprendida, esperaba el sol del día, que no duraría mucho. Doña Francisca bajaba el café negro del fogón y se movía sin cesar del lavandero a la cocina, el día para ella venía apretado, como todos los días.
Ante el vibrante rugido del momento, con aire comprometido y sombría esperanza, un día domingo del mes de octubre, del año de los tiempos, y cuando el barrio se encontraba lóbrego, golpearon a la puerta de la casa donde vivo toc, toc, toc. Abrí la puerta y lo primero que ví fue un niño con una biblia en la mano.
Éxito a la desesperada, pues para subir una alta montaña, basta una danza africana feliz, así subirás, sin pensar en la mañana siempre cruel, siempre insulta que te insulta, siempre falso a mis espaldas, en que bailo sola y me gusta la playa.
Tenía que esperarte una hora, contando las sombras que pasaban a mi lado, analizando los rostros, diversificando semblantes. En la esquina del coyol y la cuajada, de los tricicleros hambrientos y de goma. Mientras una cantilena de clamor y de venta pretendía a cada instante invadir el espacio de los compradores y también de los ladrones que siempre al acecho de la presa buscaban realizar su gestión del día.
Sucedió en el poblado Las Lajas, en los ardores de los primeros días de la revolución. El dictador había sido derrocado por el pueblo en armas. Iniciaba la organización de la defensa civil y la vigilancia, con el propósito de impedir infiltraciones de guardias que andaban huyendo y escondiéndose en arrabales y montañas.
Son los de la vida alegre, los que disfrutan y a los que nunca nada ha faltado y así, fueron progresando, vida dichosa, mucha vida feliz,
pero poca vida interior... ¿qué puede pasar entonces con ellos?
El día estaba desértico, y esa tarde en el cielo inmaculado se avecinaba una inmensa tempestad, y entre truenos y relámpagos apareció un crepúsculo precioso que daba ganas de dormir a su lado. La tierra poco a poco iba quedando noctámbula, y en el filo de su oscuridad, se escuchaban algunos silbidos y aullidos de perros, y uno que otro sonido de un claxon.
Su nombre real no importa, la llamaremos Rosa. Vestía una blusa roja de rayas blancas bien arrugada, descolorida y sucia; se acercó hasta mi mesa pidiéndome un peso. Yo se lo di y al instante advertí su demencia que muchos del pueblo conocían, decían que era a causa de una desbocada ansiedad, de un sentimiento no correspondido, quizás la horrorizaba la soledad.
En el interior de la casa se desprendía un olor a medicina y a café recién hecho. La noche cubría con sus sombras afines, las luces de los postes de luz eléctrica que estaban encendidas. La ciudad se sentía en un mundo cambiante, esa fluidez mágica noctámbula intimidaba a la muerte, porque el sueño no lo cumplió, aunque hubiese sido para vivir ese instante, en el rumbo digno, para no continuar siendo humillada por esa realidad que le pone cerraduras a la vida.
Aquellas ganas de escribir, aquel deseo insoportable por ser un gran escritor, surgió en sus años universitarios cuando dos de sus más íntimos amigos desaparecieron de una forma inexplicable, y al cabo de unos meses los encontraron hechos cadáveres. Y eso que solo fueron reconocidos por el anillo de graduación que ambos andaban.
Son cinco jotitas, las dos primeras llegaron en una caja de cartón, corría el año 1999, se llaman Pocha y Minia y recién nacidas entraron a mi vida cuando creía que ya no podría querer a ninguna otra mascota. Vinieron a sustituir un recuerdo muy amargo: la muerte de otro gatito, Minio…
Bajo la escandalosa lluvia, que, se derramaba a raudales desde los cielos y en casa de Melania, la mamá, Josefina, Ma. Paula, Renata Lucía, el amigo y empleada, todos en el comedor redondo de madera almorzaban. La empleada Remigia servía. Era toda una algarabía familiar. Y desde el comedor una vez todos sentados hicieron su teatro familiar gesticulando.
Llueve y deja de llover, pasará hasta la medianoche, lloverá y entonces ¿qué?, nada, que llueva, que me quedo dormida viendo las series de acción de televisión, entre las olas tempestuosas de sentirme vieja e indecisa, pero con suerte, también.
Ya desde el exterior, Daira observaba el gran castillo que hasta hacía unos días había considerado su hogar y que ahora ardía entre las llamas, aquellos que creía su familia iban a entregarla en sacrificio al gran Dios. Sus ojos aún inundados en lágrimas bajo el dolor de la traición convirtieron sus poderes en destructivos, todos los que quisieron hacerle daño, ahora perecían entre las llamas consumidos por sus pecados.
Fue un día domingo soleado y de mucho entusiasmo, pero resultó esta fechoría desajustada a la verdadera verdad. Era como las tinieblas y el amanecer, con mañana sombría y delicada. Junto a la fogata estaban sentados el amigo y la amiga, soplaba sobre sus espaldas un viento friolento, la amiga tenía recogida la falda sobre sus hermosas piernas.
Ramón conocía de la muerte. La malicia invadió su mente. Esa noche la luna iluminó y rememorando, a su hermano menor Erick, cuando lo agarraron a patadas y trompadas lo subieron a un vehículo automotor, nunca le volvió a ver. Eso le amargaba su mente.
Mientras Roger se afligía entre sus pensamientos, pero le daba gracias a la vida, aunque fuesen lóbregos. Ana su esposa ese día regresó a la casa ansiosa por contarle, una mala noticia. En ese momento pese a todos los desplantes que le prodigaba, ella tuvo la necesidad de sentirse contenida por Roger.
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