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​Cuévanos atiborrados de miserias humanas, consecuencia del relativismo ético social

No intentes razonar con fanáticos, de antemano te descalifican
Miguel Massanet
martes, 20 de abril de 2021, 02:14 h (CET)

España en cabeza de la tolerancia con el aborto, la homosexualidad, el anticatolicismo, la degradación del concepto de familia, del feminismo radical y del intercambio de roles sexuales, la humillación y relegamiento del varón junto al liberticidio y el intento de retorno a épocas en las que las libertades de los ciudadanos estaban sometidas a la dictadura del Estado republicano totalitario del Frente Popular. Es, evidentemente, la “nueva” España, la del “progreso”, la que las nuevas generaciones pretenden que se prescinda de la moral y la ética y la que abjura de la familia, de la religión, de la distinción entre sexos y de la sexualidad a la carta puesta a disposición de criaturas que apenas tienen edad para entender cuales son sus propias inclinaciones y a las que se dota de la facultad de cambiar de sexo sin tener en cuenta que, en muchas ocasiones, aquella persona que recurrió a la transexualidad puede llegar a lamentar el haberse precipitado en tomar aquella decisión, cuando ya sea demasiado tarde para enmendar el error.


Nos han predicado, y a muchos los han convencido, que un país sin cortapisas morales, en el que se entiende que las libertades individuales no pueden ser controladas más que por el propio individuo en cuanto a temas como la interacción indiscriminada entre los distintos géneros, la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad o cualquier otra mezcla, práctica, perversión, sadismo o humillación relacionada con las pasiones más bajas de una persona, deben ser admitidas como normales, toleradas sin posibilidad de crítica alguna, aceptada y equiparada lo que la naturaleza, la inspiradora del Derecho Natural, quiso que fueran las relaciones entre géneros tanto entre bestias como entre humanos, en la suposición de que los humanos, precisamente por serlo y tener un nivel superior de sabiduría y entendimiento, serían capaces de distinguir entre lo que son prácticas propias de la convivencia y reproducción de la especie o las que suponen vicios, desviaciones, extralimitaciones o depravaciones, frutos de mentes corruptas, de filosofías banales y enfermizas, doctrinas que se basan en la degradación de las costumbres  que, en muchas ocasiones se utilizan para mejor dominar a los pueblos.


Pero cuando son los gobernantes de un país los que fomentan, impulsan, defienden o legislan incitando, favoreciendo, primando comportamientos evidentemente antinaturales, obscenos o basados en teorías claramente apoyadas en doctrinas contaminadas o inducidas por quienes tienen el propósito de corromper la sociedad y transformarla con la vil intención de, mediante engaños, presuntos beneficios, promesas imposibles de cumplir o propuestas de imaginarias sobre sociedades igualitarias -cuando nada de lo que la experiencia de los veintiún siglos de historia de la humanidad nos puede llevar a la idea de que, en realidad, no existen personas iguales, ni en aspecto físico, ni en capacidad intelectual, ni en sentimientos, ni mucho menos en inteligencia o en cualquier otra cualidad que nos permitiera llegar a la conclusión de que, sin incurrir en graves injusticias, se podría establecer una igualdad sin distinciones que lo único que conseguiría sería anular el ansia de aprender, el estímulo del trabajo, la posibilidad de innovaciones, el progreso de la humanidad y la mejora de las condiciones de vida para crear una humanidad, como ha sucedido, a pesar de todos su inconvenientes y tropezones, con el progreso que a través de los siglos ha experimentado0 la raza humana si la comparamos con aquellos hombres de Cromañón o Neandertal – lo único que podemos pensar es que este “progresismo” que se nos quiere vender como la panacea para lograr un humanidad más justa, más igualitaria, más adelantada o con menos desigual en cuanto a la calidad de vida de los ciudadanos, es aquel que pretende que siempre se puede vivir de ilusiones, se puede creer en un mundo perfecto, sin ambiciones, ni vicios, ni maldad,; una sociedad viviendo en Jauja pero que, en realidad, nada tiene ni tendría que ver con lo que la experiencia de siglos siempre  ha demostrado ser diferente.


No hay negacionismo ni una visión pesimista en estas palabras sino, simplemente, la constatación de que las mismas féminas que hoy tenemos en los puestos de ministras, todas ellas feministas acérrimas, han sido incapaces de demostrar, con sus deficientes actuaciones, que tienen cualidades que las distingan de los hombres a los que han sustituido en sus cargos ministeriales. Los mismos vicios, las mismas malas decisiones, las mismas rivalidades entre ellas, la misma incapacidad y la misma soberbia, sectarismo, idénticas mentiras que las que se les atribuían a aquellos, a los que vienen años criticando, para venderse a ellas mismas como las suplentes perfectas de los varones, con la capacidad de mejorar, sustancialmente, sus actividades. En su afán de revancha, en su desmedida auto estima, en su ególatra superioridad y en su descomedida vanidad, estas señoras que tan buen concepto tienen de las mujeres, no saben reconocer que durante siglos han sido los más intrigantes miembros (o “miembras”, según decía la ministra de Igualdad socialista) de la sociedad, las que han manejado con malas artes y recursos sexuales a hombres que se dejaron contaminar por sus artes maléficas. En realidad, sin negar su postergación en cuanto a acceder a los estudios y su encasillamiento en las labores propias del hogar (debemos situarnos en la mentalidad de aquellos tiempos, tan distinta a la imperante en estos momentos) las mujeres siempre y durante los siglos han tenido un papel predominante, decisivo, fundamental y, por supuesto, insustituible en lo que ha sido la familia tradicional y en la Historia, con mayúsculas, de todas las naciones civilizadas de occidente.


Y, hete aquí, como ejemplo de esta clase de mujeres que vienen reclamando su protagonismo en todos los sectores de la actividad ciudadana, la señora Rahola, una de estas que se ha dedicado a insultar, denigrar, menospreciar, mentir y renegar de y sobre España, con una intensidad y tesón que, con toda seguridad, hubiera conseguido mejores resultados y frutos si, estas mismas energías que ha dedicado a la causa catalanista, las hubiera empleado con otros objetivos en los que se hubiera podido lucir mejor, por ejemplo, a escribir cuentos infantiles. Y es que esta señora, ciega en lo que respeta a las barrabasadas de sus compañías separatistas, pero muy atenta a la crítica de todo lo que ella piensa, en su mente retorcida, que el resto de España y, ya no digamos, desde Madrid, se está “manipulando” con el solo objetivo de sacarle dinero a Cataluña y a oponerse a sus maquinaciones para impedir que Cataluña puede alcanzar sus “legítimos objetivos de abandonar España para no ser “expoliada” por los españoles.” Para esta periodista todo aquel español que no esté de acuerdo con el soberanismo catalán, con la idea de que Cataluña (la que más dinero está recibiendo del gobierno del señor Pedro Sánchez, muy por encima del que reciben comunidades como Madrid o cualquier otra de las 17 de España), es un “fascista” sin pararse a reflexionar que es muy posible que las personas a las que con tanta facilidad desprecia puedan tener unas ideas mejor argumentadas que las que ella, como fanática, pueda defender.


Dudo que sea capaz de definir a un fascista y que sea tan inteligente que pueda decirnos la diferencia que encuentra entre un fascista y un comunista. Pero los comunistas, con el señor Pablo Iglesias a la cabeza, les están apoyando en sus intenciones separatistas y, en consecuencia, por muy comunista que sea el señor de la coleta, ella va a cerrar el pico para que no se moleste. Esta señora se ha enfadado mucho, y así lo ha dicho en su columna de La Vanguardia, por el hecho de que un tal señor Cercas haya representado la imagen del dictador alemán Hitler empuñando una estelada (la bandera independentista catalana copiada de la de Cuba). Y es que, para ella, los condenados por los hechos del 1º Octubre de 1917, aquel simulacro de intento de independizar Cataluña, son las verdaderas “víctimas” del Estado español o, para que nos entendamos, estos señores no fueron juzgados por un tribunal del Estado español, perfectamente constituido, con todas las garantías legales propias del caso, con defensa jurídica de primer orden y a la vista de todos aquellos que quisieran seguir las peripecias del proceso, sino que se cometió un grave error al juzgar a unos inocentes, que llevaba años anunciando que iban a intentar hacer lo que hicieron en aquella fecha. Fueron legítimamente condenados a prisión y ahora, no son las víctimas de ninguna venganza, sino los reos de haber cometido un delito de secesión y otro de malversación de caudales públicos. Ningún país de la UE protestó ni puso en tela de juicio el derecho del gobierno y los tribunales españoles a enjuiciar y condenar el intento del catalanismo separatista.


Pero hay muchas mujeres, como la mujer de Iglesias, la Montero,  u otras ministras tales como la señora Calvo, la señora Celaá (autora de la nueva ley de educación) o la exministra, transformada en fiscal general del Estado, la señora Dolores Delgado a las que no les importa actuar a las órdenes del Gobierno y, en consecuencia, sin que el hecho de ser mujeres les impida amoldarse a semejantes irregularidades. O, así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos viendo como este movimiento feminista, poco a poco, se transforma, de una justa reivindicación de los derechos de la mujer a un intento solapado, del feminismo más extremo y recalcitrante, de ir logrando privilegios ( la Ley de defensa de las mujeres ya presupone un privilegio al considerar que la declaración de una mujer en cuanto a  delitos de tipo sexual se considera por encima del derecho a la presunción de inocencia del supuesto delincuente, en el caso de que sea un hombre) y de intentar relegar al sexo opuesto a un segundo lugar lo que, evidentemente, nuestra Constitución del 78 no permite. Y una frase de Ortega y Gasset: “El pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero sí lo que deberíamos evitar.”

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