“La búsqueda de bienes materiales y experiencias hace sentir más solos e infelices a quienes buscan la felicidad por estos caminos”. Celeste López comienza así su escrito “Soledad femenina”: “Una buena parte de los ciudadanos se ha sentido solo en un momento determinado. Es un sentimiento triste, que apaga el ánimo, que desanima y angustia. Solo en medio de la multitud. El problema se presenta cuando el sentimiento de soledad entra a formar parte de la rutina diaria. La soledad es uno de los grandes males de la sociedad moderna debido al materialismo que fomenta el individualismo”.
A pesar de que la soledad es una pandemia que golpea especialmente al mundo occidental y que en España afecta a unos cuatro millones de ciudadanos, uno no debe sentirse forzosamente candidato a padecerla. Una tal Yolanda escribe: “He incorporado en mi vida el yoga, el tai-txi y el senderismo. Estoy muy sana pero a veces me viene una especie de desazón, sobre todo cuando pregunto por la vida, su sentido, su misterio. De repente me viene aquella conciencia especial y siento mucha soledad, un aislamiento que no tiene nada que ver con la soledad ordinaria, aun cuando esté con mi marido y mis hijos”. La tal Yolanda no se refiere a una soledad ordinaria como ella la llama ya que está en compañía de su marido y de sus hijos, sino a la el alma que no se sacia ni aun estando en compañía de sus seres queridos.
La sociedad es consciente del problema sanitario que representa la soledad porque puede generar depresión y en casos extremos: suicidio. Se pretende luchar contra ella fomentando relaciones sociales, especialmente entre las personas mayores. Los viajes sociales, los centros de jubilados y otros centros cívicos, fomentan las relaciones. Como alguien muy bien ha dicho: “No es que me siente solo porque no tenga amigos. Tengo muchos. Sé que hay personas que se preocupan por mí, que me animan, me hablan y cuidan de mí, y piensan en mí. Pero ellas no pueden estar siempre conmigo”. Aun cuando las tuviese a su lado de noche y de día, su compañía resolvería la “soledad ordinaria” a la que se refiere Yolanda, pero la soledad existencial, la del alma que es la que genera los problemas, permanece intacta. Por más bien que pueda producir el mejor de los consejos, no se puede meter la nariz en la intimidad del alma ajena.
“Dios hace habitar en familia a los solitarios” (Salmo 68:6). El salmista expresa de manera metafórica lo que sucede en el alma del solitario existencial. En el momento en que Dios entra a formar parte de la vida de alguien, desaparece la soledad existencial porque la presencia divina llena el vacío del alma y la sacia con la paz, el gozo y la esperanza que la proporciona. Los psicólogos aseguran que se puede estar socialmente aislado y no padecer soledad y se puede estar socialmente acompañado y sufrir soledad.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué Dios hace vivir en familia a los solitarios? En el mundo existen cincuenta mil dioses. La crisis actual ha disparado la práctica religiosa, pero la religión no ofrece la solución de la soledad existencial. Cuando alguien en el desespero se cobija debajo de las alas de la religión en busca de la compañía liberadora, momentáneamente encuentra cierto alivio, pero a medida que se va diluyendo el primer amor la soledad existencial recupera su protagonismo, a menudo con más fuerza. Cuando alguien se hace inmune al sedante de la religión puede suceder lo que ocurre con la adicción a cualquier tipo de droga, para obtener el mismo grado de placer se debe intensificar el consumo de la droga, situación que acaba con la destrucción del adicto. El uso exagerado de la religión convierte en fanáticos a sus adictos y los pone en manos de los gurús que los manipulan a placer.
El Dios que hace vivir en familia a los solitarios es el Creador, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, La soledad existencial que produce la soledad dañina debe tratarse con fármacos porque las relaciones sociales no satisfacen y a menudo son fuente de conflictos, se debe a que se han desconectado del Dios que hace vivir en familia a los solitarios.
El Dios que resuelve la dificultad de la soledad existencial no es un dios abstracto al que se le puede dar una diversidad de nombres y representarlo en imágenes, es el Invisible que se ha relacionado directamente con el hombre desde el momento de su creación y después de la Caída mediante intermediarios humanos hasta el día de la encarnación de su Hijo en la persona de Jesús que lo (v.8) da a conocer: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14:9) le dice Jesús a Felipe que le pide. “Muéstranos al Padre y nos basta” (v.8). Previamente Jesús anuncia su marcha de este mundo. Es en este contexto que Tomás le pregunta a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” En respuesta a esta pegunta Jesús le dice: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida, nadie viene al Padre, sino por mí” (vv.5,6). Dicha declaración de Jesús pone al alcance del hombre que padece soledad existencial el “Dios que hace habitar en familia a los solitarios”
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