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Acabar con los despropósitos

Lo sensato es unirse y reunirse para poder enfrentarse al mayor quebranto de irregularidades y miserias que golpean al planeta
Víctor Corcoba
jueves, 23 de septiembre de 2021, 08:33 h (CET)

Un gran huracán de locura nos arrasa. La enemistad y el descontento que se percibe por todo el orbe es una prueba de que la ciudadanía requiere ser considerada y oída. Son tan fuertes las tensiones entre semejantes que los tormentos surgen en cualquier sitio. Con demasiada frecuencia, olvidamos que el arte de hacer amigos es lo que nos engrandece como seres en acción, con mente y corazón; no en vano, una de las alegrías del afecto es saber de quién fiarse. Ciertamente andamos necesitados de este cultivo. 


Es verdad que el terreno de la barbarie nos está separando. Nos falta avivar otros comportamientos más humildes, de donación y entrega. Hay que poner voluntad en el cumplimiento del abecedario de la mesura en cada paso que damos. Tenemos que pensar, de una vez por todas, que nadie está por encima de nadie y de que todos nos necesitamos para ese buen propósito de unidad.


La cuestión es batallar por otro mundo distinto a través de caminos diversos. Hacer memoria, y purificarla,  nos vendrá bien para enmendar errores vividos en otro tiempo. Bajo esta recuperación de ambientes armónicos hemos de llegar a un nuevo encuentro, tanto de recreación como de regeneración, en el que ha de prevalecer el entusiasmo por vivir y dejar vivir, por entender y dejarse entender, y así poder alcanzar el sosiego y la paz con la que todos soñamos.

                

A propósito, me viene a la evocación uno de los objetivos más antiguos de las Naciones Unidas, lograr el desarme nuclear a nivel mundial. Sin embargo, hoy en día, todavía existen multitud de arsenales que ahí están, con importante dotación de fondos, lo que representan un gasto considerable para todos los países, hasta el extremo de tener que aminorar prioridades tan esenciales, como la lucha contra la pobreza, la realización de proyectos tanto sanitarios como educativos y ecológicos, o tener que impedir el desarrollo de los derechos humanos, por ausencia de presupuesto al respecto. Son estas contrariedades, precisamente, las que tienen que inquietarnos.


Desde luego, nuestro propio futuro como linaje se asegura, no con los horrores de las armas, sino  con la poética del diálogo y la escucha permanente. Tras de sí, cada cual consigo mismo tiene en su propia historia un patrimonio de ideas, de valores y principios, y también una experiencia de sufrimientos, que es lo que en verdad, debe de hacernos reflexionar al respecto. Nos daremos cuenta, que es un despropósito general, perseguir el poder y perder la libertad. Gran traición para con uno mismo, que siempre ha de mostrar compasión y tener voluntad de ayudar a otros, que para eso hemos venido a este camino de luces y sombras.  

                

Sea como fuere, tenemos el deber de sacar una lección de este pasado que a todos nos acompaña. En cualquier caso, hemos de finalizar con las torpezas de otro tiempo, aparte de alimentar la confianza entre semejantes, generar un sentimiento pacífico que nos haga más resistentes a un cambio notable en las actitudes y estilos de vida, más solidarios y cooperantes. Lo sensato es unirse y reunirse para poder enfrentarse al mayor quebranto de irregularidades y miserias que golpean al planeta. Debemos retornar a esos vínculos que nos refuerzan, que nos ponen alas y dan vida. Para empezar, no me gusta este clima de agitaciones sin alma que nos golpean en cualquier esquina, dejándonos sin fuerza para proseguir viviendo.


Siempre hay que levantarse para instaurar esa dimensión humana de buen hacer y mejor obrar que nos deja en la buena orientación; puesto que si el verdadero espíritu germina de esa confluencia de latidos, no desfiguremos los andares, con abecedarios tan torpes como los del egoísmo y el odio, más bien conformemos el modo y la  manera de instaurar en todas partes lo racional, sabiendo reconocer siempre la parte de verdad que hay en el que va a nuestro lado. Por tanto, urge que acabemos con el aluvión de locuras letales, verdaderamente enfermizas, que nos paralizan y nos fraccionan, cuando de lo que se trata es de reconstruir realidades más justas, con gentes ensambladas y menos fragmentadas por las discordancias entre sí.


La realidad es visionaria, no nada en la apariencia ni se esconde en los cuerpos. De un tiempo a esta parte, hay un hecho palpable, la proliferación de los discursos que incitan al rencor nos desbordan, haciendo retroceder esa quietud, tan necesaria para poder avanzar, la de intentar no desamparar a nadie. El desatino de continuar con este círculo vicioso acaparador e insolidario a más no poder, nos está dejando sin vocablos. Deberíamos aguzar el oído.


Dejemos que hable el corazón. Activemos el pasaje del desarme. Impulsemos mejor la cultura del abrazo, para traspasar el terror y conseguir tranquilidad. Para todo, se requiere un buen proyecto de vida interior, que nos haga cambiar actuaciones, lo que demanda una acción mundial consensuada y terminar con la ineptitud mundana, que todo lo funde y lo confunde con el poseer y el dominar. Por ello, es fundamental proclamar el bien y los medios de conquistar la conciliación en los hogares, recordando que no habrá concordia de vínculos, si no hay conformidad auténtica, como tampoco habrá desarme de armas en la sociedad, si no hay desarme de intenciones. Comencemos por nosotros, pues. Pongámonos a depurar nuestras habitaciones internas, por favor.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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