Conforme va pasando el tiempo y haciéndome más viejo, muchas cosas en las que creía se me van volviendo más confusas. Por ejemplo: si nuestro planeta tiene sesenta y cinco millones de años ya es casualidad que ahora se produzca un calentamiento global. Yo aprendí cuando era joven que existió una edad del hielo, hoy ya no estoy tan seguro.
También leí o escuché cosas sobre la existencia de animales antediluvianos que vivieron en tiempos remotos y que ahora descubren aquí o allá, lo mismo que huesos de homínidos, que dicen que fueron nuestros remotos antepasados y descendíamos del mono. Estas cosas no me las creí ni me las creo, lo haya dicho quien lo haya dicho. De los dinosaurios hay esqueletos que me sacan de dudas: existieron sí, pero ¿por qué desaparecieron? Demasiadas explicaciones que me dejan cada vez más dudas.
Hoy parece que hay que creer en el calentamiento global antropogénico bajo pena de excomunión de los progres, pero tampoco me convencen las razones que publicitan ya que con este argumento pueden recortar nuestros derechos. Si fuera al revés y avanzáramos hacia un enfriamiento ¿Qué nos pedirían?
Me pregunto si avanzamos a retrocedemos. Durante un tiempo creí firmemente que todo iba a mejor. Hoy cuando veo los “botellones” las borracheras, los enfrentamientos con la policía con quema de contenedores y lanzamiento de adoquines y la moda de los pantalones rotos, creo que retrocedemos.
Pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor admito que es pura ilusión. Sigo confiando más en la Biblia que en estas fábulas que hoy nos cuentan los que promueven el gran reinicio.
Comprendo que la Iglesia no está hoy en su mejor momento, pero ¿cuál ha sido ese mejor momento? Predicar el perdón de las ofensas y buscar el reino de Dios y su justicia nunca fue fácil. Amar a nuestros enemigos y rezar por los que nos persiguen y maldicen parece que solo está al alcance de los santos, como San Francisco de Asís, cuya fiesta se celebra este día en el que estoy escribiendo, pero si ellos pudieron también nosotros podremos.
Nuestra santa de Ávila, Santa Teresa de Jesús, pudo hacerlo y nos dejó dicho que nada te turbe, ni nada te espante, que sólo Dios basta y la paciencia todo lo alcanza. Alguien me ha hecho notar que no hay ningún Papa santo desde San Celestino V (1294) hasta San Pío X (1914). Ahora que se critica tanto a los últimos papas, no podemos olvidar que la santidad de la Iglesia tiene su origen en Cristo y no en la de sus representantes, siempre humanos y siempre limitados.
La Biblia es el manantial de la esperanza que no defrauda. Dios siempre presente entre los hombres invitándonos a gozar para siempre en su reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de paz y de amor. El último de sus libros, el Apocalipsis, aunque pueda parecer algo terrorífico, es el anuncio del triunfo final de toda la creación, donde ya no habrá más tiempo sino el infinito goce de la presencia de Dios.
Con esta esperanza vale la pena vivir sin dejarnos enredar en las trampas diabólicas que a cada paso nos ofrecen los secuaces de los demonios, los que hacen sufrir a los hombres sin descanso.
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