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Coincidencias

La realidad es a veces muy dura, pero más duro es ocultarla
Antonio Moya Somolinos
jueves, 7 de octubre de 2021, 09:20 h (CET)

Parafraseando al profeta Amós (que sí era profeta), podría yo decir aquello de “No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres”. Debo decir en honor a la verdad que no soy ni boyero ni me dedico a recoger higos silvestres. Ahora bien, también es cierto que el pasado día 6 de octubre se publicó en este medio un artículo mío, 'Los heridos no pueden esperar', en el que me hacía eco de una intervención del Papa en relación con el problema (problemón) de los abusos espirituales y de poder en el seno de la Iglesia, y justo ese mismo día aparecieron en los medios de comunicación dos noticias directísimamente relacionadas con esto y con una gran repercusión en todos los medios de comunicación.


O sea, que o bien ha sonado la flauta por casualidad, o voy a tener que pensar seriamente, como el profeta Amós, que quizá sea un poco profeta, aunque más bien tiendo a creer que eso sería un pensamiento equivocado y presuntuoso, pues tal coincidencia se debe simplemente a algo tan sencillo como que he abierto los ojos ante lo que tengo delante, he mirado, y he sacado una conclusión lógica que puse por escrito en este medio. Nada más.


Paso a exponer las dos noticias que han saltado a la palestra el pasado día 6 de octubre, justo a la vez que mi artículo de dicho día.


La primera es la petición pública de perdón del Papa ante los 330.000 abusos sexuales cometidos en la Iglesia de Francia desde 1950 hasta hoy (https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58801535 ). Solamente el número es ya escalofriante. ¿Qué tiene que suceder para  remover la sensibilidad de quienes pueden evitarlo o perseguirlo – los obispos – después de asistir a este dato?

La mayoría de esos 330.000 abusos – heridos, heridos que “no podían esperar” – ya no se pueden perseguir y juzgar porque, o bien han prescrito, o simplemente, los protagonistas – abusadores y abusados – han fallecido.


Como decía Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi, una de las razones por las que podemos creer en la vida eterna es porque repugna a la razón que tantas injusticias de esta vida lleguen a quedar impunes en la otra, y por tanto, termine venciendo la injusticia.


Pero con independencia de esa consideración, esos 330.000 heridos franceses – heridos del alma – que no podían esperar, murieron esperando o su espera ha sido inútil porque sus abusadores se han ido de rositas por el camino poco digno de la prescripción judicial.


Hay no pocos que se cabrean cuando el Papa pide perdón por los pecados de la Iglesia, sean del tipo que sean esos pecados. Pero yo me siento reconfortado con un Papa que pide perdón y se avergüenza de estas cosas. Sabemos que este Papa es de los que “quiere llegar a tiempo”. Pero cuando hay casos en los que ya no es posible llegar a tiempo, no es poca cosa al menos llegar a pedir perdón y avergonzarse públicamente.


He dicho que este Papa es de los que quiere llegar a tiempo en atajar los abusos en el seno de la Iglesia. Desde el primer momento de su pontificado ha actuado así, y desde el 20 de agosto de 2018 (https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2018/documents/papa-francesco_20180820_lettera-popolo-didio.html) manifestó su posición de no permitirlos, señalando y tipificando en aquella carta tres categorías de abusos “cuyas heridas nunca desaparecen” y sobre los que ya ha empezado a actuar: Abusos sexuales, abusos de poder y abusos de conciencia.


Los abusos sexuales son quizá los más graves y perentorios a simple vista. Pero no son menores, si lo miramos con atención, los abusos de poder y los abusos de conciencia o espirituales. Estos últimos dejan a la persona muchísimo más herida probablemente – y para toda la vida – que los abusos sexuales. Y son causa de no pocos suicidios.


La reciente intervención de la que me hacía eco en mi artículo de 6 de octubre pasado en este medio se refería a estos últimos tipos de abuso, referidos en ese caso al anómalo ejercicio de la función de gobierno y del ejercicio de la autoridad en determinadas instituciones de la Iglesia.


Vamos ahora con la segunda noticia aparecida en la prensa el pasado 6 de octubre, en este caso en un periódico de Argentina, la denuncia de 42 mujeres ex numerarias auxiliares del Opus Dei de Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay ante la Santa Sede acusando al Opus Dei de abuso de poder y explotación (https://www.eldiarioar.com/politica/denuncia-vaticano-42-mujeres-acusan-opus-dei-abuso-explotacion_1_8373641.html).


OpusLibros se viene haciendo eco de este escándalo desde hace aproximadamente un año. En OpusLibros este tipo de noticias – que el Opus Dei calla y oculta – no son nada nuevo. Hace años hubo un punto de inflexión en casos como este cuando una ex numeraria auxiliar francesa, Caterine Tissier demandó penalmente en Francia al Opus Dei y ganó el pleito. En OpusLibros se puede leer la documentación del caso, y en concreto la sentencia.


Con posterioridad al caso Tissier, OpusLibros se ha hecho eco de casos parecidos en los años siguientes. Sin embargo, si no estoy mal informado, el caso de las 42 mujeres argentinas es el primero que se plantea como denuncia ante la Santa Sede, con independencia de que lo haya sido planteado también ante los tribunales civiles o penales. Y es un caso en el que se apunta directamente al prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz, y al vicario auxiliar del Opus Dei Mariano Fazio.


Por supuesto que a estos señores les ampara la presunción de inocencia, como en todo proceso. Es verdad que puede ser que el río no lleve agua y que el sonido sea de otra cosa, pero en este caso, algo suena, sea el río u otra cosa. En OpusLibros son innumerables desde hace bastantes años los testimonios de ex numerarias auxiliares del Opus Dei de todo tiempo y lugar que atestiguan exactamente lo mismo que ahora es el contenido de la mencionada denuncia de las 42 ex numerarias auxiliares argentinas.


La vida me ha enseñado (ya soy jubilado) que la justicia, si no tiene un mínimo de rapidez, no es justicia. Que la justicia, la que sea (civil, penal, eclesiástica, mercantil, contencioso-administrativa, laboral, etc.), llegue tarde es algo lamentable. Detrás de cada injusticia siempre hay un herido. Hacer esperar a un herido cuando en esta vida hay tantas gilipolleces que no pueden esperar, es algo lamentable. Lamentable.


Que el Papa tome cartas en el asunto frente a determinadas instituciones de la Iglesia es algo necesario para la Iglesia, para esas instituciones y sobre todo para los heridos, que como dije en mi artículo anterior, “no pueden esperar”. O no debían esperar. Algunos no pudieron más y terminaron suicidándose porque su vida en el Opus Dei era un infierno.


En el Opus Dei callan y ocultan los suicidios de miembros del Opus Dei que no pudieron soportar ese infierno. Quien quiera documentarse de esos casos, con nombres y apellidos, puede consultarlos en OpusLibros.

La realidad es a veces muy dura. Pero más duro es ocultarla. 

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