Seguramente más de una vez, querido lector, al recordar algún pasaje de su vida que había permanecido en las sombras, usted ha caído en cuenta sobre alguna búsqueda que parece reciente, pero que en realidad no lo es. Por ejemplo, quizá una afición de la infancia es un anticipo de lo que será nuestro camino en el presente y nuestro derrotero en el futuro.
Cada vez me queda claro, que, por muchos factores, el futuro constantemente nos está hablando, por ello, el pasado es un cruce de caminos que merece ser mirado de nuevas formas. Recuperar nuestras experiencias es mucho más que simplemente recordar lo que se ha ido, es ver con ojos en constante cambio lo que el pensamiento común indica que no se puede modificar; sin embargo, eso no es cierto.
El tiempo no es reversible, pero sí la decodificación de lo sucedido en su transcurso. Somos tiempo atrapado en la masa. Somos la masa moldeada por el tiempo, por las circunstancias y por nuestro actuar consciente. Somos mucho más que masa y algo más profundo a quien se da cuenta.
Cuando caemos en estos terrenos o dimensiones estamos en la posibilidad de desprogramarnos, de mirar claramente la mano del arquitecto e identificar las inconsistencias de la Matrix. Pienso todo esto mientras recupero un recuerdo aparentemente perdido de mi adolescencia.
Recuerdo que en las vigas de madera que sostenían el techo de lámina de la habitación compartida del hogar familiar –allá en mi querido Tehuacán–, exactamente en el punto que daba de frente a mi mirada cuando reposaba en cama; colgué varios objetos que me evocaban las ciencias y las artes: representaciones de átomos según Niels Bohr, los restos de un matraz Erlenmeyer y otros objetos que no logro traer con tanta claridad.
Ahora, pasadas varias décadas, asumo que esos objetos colgados –por cierto, muy cercanos a la biblioteca que conformó mi madre con los libros de texto gratuitos de mis hermanos y los míos–, fueron un anticipo de lo que he hecho los más recientes quince años de mi vida a través de Sabersinfin.com.
Sí, mi pasión por el saber no es de ahora, es algo que responde a una necesidad tan profunda que se confunde con lo que soy. Es decir, soy quien soy por ese llamado íntimo de saber, pero, por otra parte, yo soy ese llamado. Soy quien busca y soy el llamado. El llamado es uno; uno se es cuando atiende al llamado:
Eres otra cuando eres tú. Esa eres.
Hiperbreve de mi autoría que vino a mi mente cuando sobre este punto específico escribo.
He ahí, cómo es que recuperar un pasaje del pasado puede convertirse en una excelente provocación para reconfigurar una aproximación más cercana a responder las interrogantes -siempre inquietantes-, sobre quiénes somos en lo más profundo.
Hay quien se pregunta, cómo es posible que, a veces, el personaje central de la política de un país goce de escasa aceptación popular, según suelen decir los medios que no le son afines, y luego se le vote por un considerable número de ciudadanos, e incluso, sin contar con mayoría absoluta. Cuando concurren estas circunstancias, algunos consideran que se trata de todo un enigma político.
Huyendo del frío, y sin entrar, como canta Sabina, en las rebajas de enero, ronda uno las calles entre cientos de rostros que asimismo vagan por la ciudad, hombres o mujeres, seres singulares, pues en la calle no existen los colectivos, solo las personas concretas.
No me puedo olvidar de aquel simpático personaje interpretado por Anthony Quinn en el cine, me refiero a Zorba, el inquieto griego tan expresivo. Para él suponía una enorme dificultad el comunicarse con palabras, la elocuencia no estaba entre sus dotes. Su fuerte radicaba en la danza, se ponía a enlazar movimientos con cualquier motivo.