El edadismo es una forma de discriminación social por cuestión de edad que afecta a muchas personas mayores. Se trata de la puesta en práctica de un uso inadecuado del lenguaje en lo referente a dicho segmento de población. Una forma de hablar y de escribir que va minando nuestra mente basándose en lugares comunes y prejuicios. Esta situación se traduce en una minusvaloración de los mayores, a los que se les trata con un lenguaje infantil y una actitud paternalista. Este trato se adopta especialmente por los políticos y las clases dominantes, que consideran a los mayores como seres de segunda, sin capacidad para trocar el signo de unas elecciones o para mantener la economía de un país en los momentos difíciles. Otra característica del edadismo es la tendencia a considerar a los mayores como un colectivo aborregado y decrépito. Como si todos pertenecieran a uno de esos grupos de jubilados a los que regalan un viaje y un desayuno para venderles mantas o seguros. El lenguaje con el que se designa a los mayores a diario, incluso por parte de los graciosos de turno de los medios, recoge los términos tales como “carroza”, “dinosaurio”, “abuelito”, “jubiletas”, “momias” y demás lindeces. Se nos trata como seres vulnerables y quebradizos de los que “ya se puede esperar muy poco”. Al final, cuando no entienden -o no quieren entender- nuestra manera de ser, acaban sentenciando: “son como niños”. Según dicen los expertos se trata del “Elder speak”, es decir el lenguaje diferente y vejatorio que se utiliza para dirigirse a los mayores. Se utiliza mucho la subida del tono de voz, como si todos estuviéramos sordos, -por cierto, los señores de Gaes no paran de darnos la tabarra con la sordera-. O los diminutivos: “abuelito”, “pastillita”, sopita, etc. Y sobre todo el “te veo muy bien”, lo que te hace sentirte viejo y decrépito. Creo que la mayoría de las veces se trata de un tratamiento erróneo involuntario. El ejemplo lo tuvimos durante la pasada epidemia, en la que se pensaba que todos los mayores la íbamos a palmar. Sin embargo, aquí nos tienen todavía. Vivitos y coleando. Aunque notamos el paso de los años. Sobre todo nos dicen que nos manejamos muy bien para nuestra edad. ¿Qué pretenden? ¿Qué parezcamos la abuelita de Caperucita Roja? Desterremos el edadismo. El presidente de los EEUU tiene 80 años y nuestro alcalde otros tantos. ¿A que nadie les llama abuelitos? Pues a mí, tampoco. He dicho.
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