Dentro del panorama político actual, resulta inevitable someterse a la democracia del voto, porque el capitalismo de la globalización así lo impone, ya que su sola invocación permite tapar la evidencia del totalitarismo económico y dar nuevos aires a la política. En su tiempo, la democracia representativa burguesa podría servir como solución provisional, una vez desterrado el absolutismo, pero tratar de continuar con la misma práctica durante más de dos siglos carecería de sentido, salvo que estuviera en juego el interés de las elites, aprovechando la pasividad de las gentes. El hecho es que, pese a la propaganda, su recorrido está casi agotado, máxime cuando la tecnología y, en general, los medios de manipulación modernos permiten alterar cualquier resultado electoral, sin que suene a pucherazo, dejando en pie la voluntad electoral.
La única democracia del presente, aunque meramente anecdótica, sería el concejo abierto, donde exista y se pueda practicar. Lo es, porque transmite la voluntad popular de forma directa y, aunque por supuesto influenciable, resulta ser en menor grado que aquella que se oculta en el secreto del voto, puesto que ante ella siempre permanece atenta la conciencia personal y el recto juicio de la ciudadanía. Ciertamente tropieza con demasiados obstáculos para hacerla realidad, desde la consideración cuantitativa para llevarla a la práctica, hasta la dedicación política que se exige a los ciudadanos. Incluso mayor dificultad entraña hacer efectivas las resoluciones adoptadas por la mayoría del colectivo, al no disponer de un aparato de coacción eficiente. A pesar de todo, en la llamada era de las nuevas tecnologías, en la que muchas cosas son posibles, los problemas demográficos, la producción de los resultados y la praxis para construirla ya no son obstáculos, por lo que bastaría con proponérselo a nivel general.
No se ha avanzado en el terreno de la democracia directa, sencillamente porque a la política de los países más adelantados no le interesa, tampoco a su sistema partitocrático, mucho menos a sus personajes ocasionales, porque disfrutan por una temporada de los privilegios del poder. A todos les basta con entregar un sucedáneo de democracia a las gentes para dar por cumplimentado el papel político público, mientras que luego pasan a decidir por su cuenta. Estas decisiones, examinadas detenidamente, no suelen coincidir con los intereses de la colectividad, pero sí con la particularidad de quien dispone del poder real, aunque, para cubrir las apariencias, se aderezan con cuatro ocurrencias de moda para dar la impresión de que se mira por el interés general.
Hoy, en la política, se suele estar a otras cosas. Por una parte, a lo que ordenan los mandatarios dueños del dinero; los partidos, a lo suyo, seguir disfrutando del prestigio que otorga el poder, y los líderes políticos, a satisfacer su ego personal y percibir los correspondientes dividendos que procura el cargo. Las masas votantes, cierran el pico, meten la papeleta en la urna, y se acabó, porque el mandatario ya está elegido.
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