Últimamente me pregunto más que nunca sobre la utilidad de escribir artículos como este. El ambiente de las últimas semanas, donde solo valen los gritos y los mensajes cortos que avivan las emociones, te invita amablemente a hablar más bajo o, directamente, a optar por la mudez. No hablar del tema, a veces, aporta más que sí hacerlo.
Esperando un apocalipsis que, aunque se grite a los cuatro vientos sin cesar, nunca llega. Como en misa. La política del bien y el mal. Y la obligación de posicionarte y de ser juzgado por ello. Español o desertor. Mamá o papá. Será por la necesidad humana de catalogar a la gente. Para esto sí somos organizados. Ocurre con la guerra palestino-israelí, con el Barça y el Madrid y, cómo no, con la cuestión catalana.
Era de esos que pensaban firmemente que era fundamental hacer algo en Cataluña para hacer borrón y cuenta nueva de lo acontecido en los últimos años. Pero la realidad, a mi parecer, nos decía que ya era palpable un cambio de rumbo hacia la sanación ciudadana y política entre Cataluña y el Estado español. La estrategia socialista funcionaba, o por lo menos no era tan catastrófica como la de Rajoy, sustituyendo dureza por diálogo pero sin huir demasiado de la firmeza democrática. Tanto es así que el partido más votado en las elecciones catalanas de 2021 - oportunidad incesante del independentismo de reivindicar su causa - fue el socialista. Pero no fue la única. Tras unos indultos que anunciaban otro apocalipsis nacional que, por supuesto, nunca llegó, el secesionismo luchaba de tú a tú con el resto del país en las generales de este verano. Para sorpresa de muchos - más de uno del otro extremo del tablero hubiera disfrutado de lo contrario - estuvieron por debajo del millón de votos. Un 27% frente al 42% de 2019, donde superaron el millón y medio. El peor resultado desde el inicio del procés. La CUP, el partido con mayor radicalidad soberanista, desapareció del Congreso. No íbamos mal.
Maldita necesidad. A pesar de los resultados, los votos independentistas eran clave para un gobierno multicolor. Imposible tener más suerte, por no decir otra cosa. Obviamente, sin necesidad no habría acuerdo, ni amnistía, ni nada. Es lo que tiene el conductor de autobuses urbano Pedro Sánchez, especialista en volantazos y cambios de sentido. Todo sea por seguir pilotando.
A esto hay que sumarle, por supuesto, la codicia de Puigdemont y los suyos. Que todavía tenga fieles a pesar de haber huído en el maletero de un coche dejando patente su cobardía mientras otros eran juzgados y encarcelados, es una de esas incógnitas de la vida que nunca creo que se resuelvan.
Cómo olvidar los primeros apretones de manos de Felipe González y Jordi Pujol con la cesión del 15% de la recaudación del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), además del acceso a los fondos europeos de cohesión; seguido por el famoso Pacto del Majestic de Aznar con el indulto a 16 condenados por el Terra Lliure, los últimos presos de la organización terrorista, o la concesión de la policía autonómica catalana, entre otras cosas. O el acuerdo para los presupuestos del nacionalismo vasco con Rajoy que se truncó rápidamente cuando Sánchez mejoró la oferta - aún manteniendo los presupuestos ya pactados entre PNV y PP - a cambio del apoyo a la moción de censura. Todo por su propio beneficio. Y autocrítica cero.
Sigo pensando que una retirada a tiempo socialista del pacto con Puigdemont, dejando claras unas líneas rojas inquebrantables, supondría la atracción de votantes de centro, incluso centro derecha, en unas hipotéticas elecciones. Diálogo y firmeza.
Los famosos 42 mil millones o más que “pagaremos” todos los españoles a los catalanes son la mayor injusticia de las injusticias. Como el rescate de Bankia, la caja b del Partido Popular, los sueldos a Villarejo de la Kitchen, los ERE de Andalucía o muchos de los millones que los personajes más ricos del planeta - qué sorpresa, no íbamos a ser los pobres - evaden a la hacienda pública cada año. El pueblo lo sufre y el pueblo lo paga. Sin posibilidad de réplica, claro. Aquí el que devuelve el dinero prestado es porque se ha equivocado de botón. Aunque todo será cuestión de perspectiva, supongo.
Toda efervescencia acaba en normalización. Aunque los extremos sonrían, no caigamos en la ingenuidad. Nos falta memoria. Marionetas.
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