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​El valor de lo invisible: fe, presencia divina y sentido de misión

Vivamos cada día sabiendo que lo que no se ve, lo que no se puede tocar, es en realidad lo que da alivio y propósito a nuestra existencia
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 9 de octubre de 2024, 12:58 h (CET)

Había una vez un pescador que vivía en una pequeña aldea junto al mar. Cada día salía con su barca al amanecer y regresaba al caer la tarde, con la pesca justa para alimentar a su familia. Nunca buscaba más de lo necesario y, aunque su vida parecía modesta a los ojos de los demás, él siempre estaba en paz.


Un día, un caminante llegó a la aldea y se quedó observando al pescador. Intrigado por su rutina y la serenidad con la que vivía, el caminante le preguntó:


—¿Por qué no pescas más? Podrías venderlo en el mercado y ganar dinero para comprarte una barca más grande. Con más pesca, podrías tener un negocio próspero y no tendrías que trabajar todos los días.


El pescador alarmantemente y le respondió:


—¿Y qué haría entonces?


El caminante, entusiasmado por su propia idea, continuó:


—Con el tiempo, podrías contratar más personas, abrir una empresa de pesca y vivir sin preocupaciones, con dinero para retirarte pronto.


—¿Y después? —preguntó el pescador.


—Pues después podrías descansar, disfrutar de tu tiempo libre y hacer lo que realmente te gusta, sin preocupaciones ni necesidades.


El pescador lo miró a los ojos y dijo:


—Y ¿qué crees que hago cada día? Ya vivo en paz, haciendo lo que me gusta, confiando en que tengo lo necesario para hoy. No necesito más, porque ya lo tengo todo.


El caminante, sorprendido, se quedó en silencio. No había visto lo que el pescador veía: una vida plena, llena de lo invisible, llena de fe en la providencia y de gratitud por lo que realmente importa.


Este relato ilustra que lo verdaderamente valioso en la vida no siempre se puede ver o medir. La fe en lo invisible, en la presencia divina y en el sentido profundo de nuestra misión en la vida, es lo que nos otorga verdadera paz y propósito.


En nuestra vida cotidiana, estamos rodeados de lo tangible, de lo que vemos, tocamos y percibimos con los sentidos. Sin embargo, las realidades más importantes muchas veces son invisibles. El amor, la esperanza, la fe... son fuerzas que no podemos medir ni cuantificar, pero que sostienen nuestra vida y la impulsan hacia adelante. En el centro de esta realidad se encuentra la fe en la presencia divina , un pilar fundamental para quienes han descubierto que hay mucho más de lo que los ojos pueden ver.


La fe: ver con los ojos del alma


La fe es un don, una luz interior que nos permite ver más allá de lo que es evidente. Como relata el Evangelio, cuando Pedro se encontraba sobre las aguas, fue su fe la que le permitió caminar hacia Jesús, y fue la duda lo que le hizo hundirse. Este acto de fe no es simplemente una creencia irracional o ciega, sino una certeza que supera las pruebas físicas y los razonamientos. La fe se arraiga en el corazón y nos permite comprender que Dios está presente, guiando nuestras vidas en cada momento, aunque no siempre lo percibamos de inmediato.


En el día a día, mantener viva esa fe implica creer en la presencia activa de Dios en cada circunstancia , desde los pequeños detalles hasta los grandes acontecimientos. Aunque el mundo actual nos empuja hacia el escepticismo y la superficialidad, la fe nos invita a conectar con lo más profundo de nuestra existencia.


La presencia divina en todo


Esta presencia divina se manifiesta en lo ordinario. La verdadera transformación interior se da cuando aprendemos a ver a Dios en cada momento de nuestra vida: en el trabajo, en las relaciones personales, en las dificultades y en las alegrías. Es un acto de confianza absoluta, de saber que no estamos solos y que, aun cuando las cosas no salgan como esperamos, hay un plan superior que nos guía hacia el bien, que lo mejor está siempre por llegar.


El gran desafío es reconocer esa presencia en medio de los desafíos cotidianos . Un corazón abierto y una vida de oración constante nos permiten descubrir la mano de Dios en todas las circunstancias. Este reconocimiento no solo transforma nuestra percepción del mundo, sino también nuestras acciones, haciéndolas más coherentes con nuestra vocación.


El sentido de misión: actuar desde la fe


Descubrir la presencia de Dios en todo no es solo un consuelo espiritual, sino que conlleva una misión. Esa misión nos llama a actuar, a transformar el mundo con lo que hemos recibido. Cada persona tiene un propósito único en la vida, y la fe nos impulsa a cumplirlo con dedicación y amor.


El sentido de misión nos invita a ser colaboradores en la obra de Dios, llevando esperanza, alegría y verdad a los demás. Así, la fe en lo invisible nos da la fuerza para caminar hacia adelante, sabiendo que cada pequeño esfuerzo y sacrificio tiene un valor inmenso a los ojos de Dios. Vivir nuestra misión implica abrirnos a los demás, trabajar por el bien común y contribuir a que el mundo sea un reflejo del amor divino.


Conclusión: vivir en el "invisible"


El verdadero valor de la vida no se encuentra en lo que podemos medir o en los logros materiales, sino en lo que no se ve. La fe en la presencia divina transforma nuestro entendimiento, nos otorga sentido y nos impulsa a una misión más grande que nosotros mismos. No podemos subestimar el poder de lo invisible, porque es allí donde se encuentra la verdadera riqueza del alma.


Vivamos cada día sabiendo que lo que no se ve, lo que no se puede tocar, es en realidad lo que da alivio y propósito a nuestra existencia.

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