Escuché hace poco una charla del pensador Rafael Argullol sobre la compasión, un valor y virtud altamente necesarios para nuestro tiempo: se nutre de un profundo sentimiento de solidaridad y conexión con el sufrimiento del otro, y es uno de los pilares fundamentales sobre los que se edifica nuestra libertad como seres humanos. Aunque a menudo difícil de definir, la compasión tiene una raíz cultural y espiritual que atraviesa nuestras sociedades, siendo a la vez universal y profundamente personal. Es mucho más que un simple acto de empatía; es un proceso transformador que incluye tanto las luces como las sombras de las relaciones humanas.
Desde una perspectiva histórica y filosófica, la compasión se ha nutrido de diversas tradiciones. En la cultura cristiana, es una virtud cardinal que refleja el amor y la misericordia divinos. Sin embargo, también encontramos ecos de la compasión en la tragedia griega, donde la comprensión del sufrimiento humano era central para evitar la desmesura, o hibris. En ambas tradiciones, la compasión no solo implica sentir con el otro, sino también actuar con un propósito que fomente el bien común.
La palabra como vínculo y responsabilidad
Cuando éramos niños, frases como “te doy mi palabra” tenían un peso casi sagrado. Detrás de ellas se construía la base de nuestra capacidad para generar confianza y calor humano. Sin embargo, en el momento en que rompemos esa palabra, cuando la distorsionamos o la ocultamos, se erosiona también la verdad y, con ella, nuestra libertad.
La compasión, en este sentido, es un recordatorio de que la libertad no puede existir en el vacío del egoísmo. Una libertad sin compasión conduce a una sociedad deshumanizada, gobernada por la codicia y la violencia. Al contrario, actuar compasivamente es una elección consciente que libera, tanto al que da como al que recibe, de las cadenas del aislamiento y la indiferencia.
Empatía y compasión: dos caras de un mismo proceso
Aunque a menudo se usan como sinónimos, empatía y compasión tienen matices distintos. La empatía es el primer paso: la capacidad de percibir y sentir las emociones del otro. La compasión, por su parte, incluye una dimensión activa, que busca aliviar el sufrimiento, y también contempla las sombras y las complejidades inherentes a las relaciones humanas. Es una empatía que trasciende el plano emocional y se convierte en acción.
En ocasiones, el término compasión se percibe como una imposición moral, como si quien actúa compasivamente reclamara una superioridad sobre los demás. Sin embargo, esta visión es errónea. La compasión genuina no es una demostración de poder, sino una expresión de fraternidad y solidaridad, que reconoce nuestra interconexión como especie.
Biología y elección personal
El ser humano es, por naturaleza, una especie defectuosa pero singular. Históricamente, somos los únicos seres vivos que no abandonamos a los heridos o a los más vulnerables. Existen ejemplos conmovedores en el reino animal, como el ave que cubre con sus alas a sus crías durante un incendio, sacrificándose por ellas. Sin embargo, la mayoría de las especies priorizan su propia supervivencia sobre la de los demás.
Esta capacidad de cuidado colectivo tiene una base biológica, pero también requiere una elección consciente. Cada persona tiene la libertad de decidir entre el egoísmo colectivo que caracteriza a nuestra especie o un camino de mayor conexión y solidaridad. La compasión, en este sentido, es un acto de libertad: una decisión que desafía las fuerzas sociales que nos empujan hacia el individualismo y la codicia.
Mediaciones: el tejido de la democracia y la compasión
Una sociedad compasiva también necesita estructuras que fomenten la equidad y el entendimiento mutuo. La democracia, en su esencia, es un sistema que busca crear mediaciones: entre ricos y pobres, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos. Sin estas mediaciones, no hay libertad real, sino una imitación que perpetúa la desigualdad y el egoísmo.
El liberalismo absoluto, que exalta el individualismo por encima de todo, no puede conducir a la libertad. En realidad, lleva a una forma de esclavitud al ego. Cuando vemos en Nueva York familias enteras durmiendo en la calle con temperaturas cercanas a los 0 grados, o en Granada personas que han muerto por el frío, comprendemos que el sistema no funciona. La verdadera libertad debe incluir una dimensión compasiva que integre al otro como parte esencial de nuestra propia humanidad.
La compasión como acto revolucionario
En una sociedad dominada por la búsqueda del beneficio y el consumo, la compasión puede parecer contracultural. Sin embargo, es precisamente esta capacidad de compartir el dolor y el sufrimiento lo que nos permite construir un mundo más justo y libre.
Como proclamó la Revolución Francesa con su lema “libertad, igualdad, fraternidad”, estos valores no son independientes entre sí. La fraternidad, que incluye la compasión, es el puente que conecta la libertad individual con la igualdad social. Sin ella, los otros dos principios se convierten en meras abstracciones.
Reaprender la compasión
En un mundo saturado de imágenes y mensajes, hemos perdido la capacidad de mirar y escuchar con atención. Esto también afecta nuestra habilidad para ser compasivos. Vivimos rodeados de distracciones, como si estuviéramos bajo una campana de encantamiento que nos impide conectar con la realidad del otro.
Reaprender la compasión implica detenernos, mirar, escuchar y comprender. Es un ejercicio que requiere humildad y una disposición constante para aprender de los demás. En este sentido, la compasión es también una exploración, no solo de nosotros mismos, sino del mundo y de las vidas que nos rodean.
Conclusión: la compasión como esencia de la libertad
La compasión no es una debilidad ni una imposición moral. Es una elección consciente que nos libera del autoengaño y nos conecta con lo mejor de nuestra humanidad. En un mundo que a menudo parece guiado por el egoísmo y la codicia, la compasión es un acto revolucionario y esencial para construir una sociedad más libre, justa y solidaria.
El reto está en nosotros: optar por una vida que integre la compasión como parte de nuestra búsqueda de libertad. Porque, al final, la verdadera libertad no es solo la ausencia de cadenas externas, sino la capacidad de actuar desde el amor y la solidaridad hacia los demás.
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