Hay un amplio campo del progreso humano que recobra todo el sentido cuando se entiende con una visión cristiana.
“El cristiano no es un ayatolá entrenado para castigar a los desobedientes. Es sencillamente un ciudadano responsable que quiere ayudar a la sociedad a evolucionar con una perspectiva humana que, ciertamente, nos haga mejores como personas y como pueblos”. Esta interesante definición de lo que hoy supone ser cristiano en la sociedad actual responde a una interesante reflexión del pensador e historiador francés Remi Brague, publicada en Aceprensa durante una interesante entrevista
La pregunta es obligada hoy ¿por qué ser cristiano parece ser una tacha de la que avergonzarse ante el aluvión de ideologías que solo ven en el cristianismo una forma radical de afrontar esta nueva sociedad?
Hay una parte importante de ideólogos que pretenden “imponer” el convencimiento de que el hombre es un ser más de la naturaleza donde la razón es la única fuente de su existencia, limitada al tiempo biológico marcado por su nacimiento y muerte. El papa y teólogo Joseph Ratzinger decía que “el hombre no puede hacer de la razón un simple instrumento, una simple herramienta. La razón no es como un destornillador o martillo.Es necesario reconocer que la razón no ha sido creada sólo para poder hacer, sino también para poder conocer las cosas esenciales de la vida”.
Es precisamente en las “cosas esenciales de la vida” donde se encuentra la diferencia entre el pensamiento cristiano y el pensamiento materialista o relativista que hoy nos invade. “El cristianismo tiene la posibilidad y el deber de enseñar a ver lo humano incluso donde otros solo ven lo biológico para seleccionar, lo económico para explotar, lo político para manipular”, sigue diciendo el profesor Remi Brague.
El cristiano no puede ser indiferente a la mentira edulcorada por el “cambio de opinión” en el que se ha convertido un estilo perverso de engañar al ciudadano; el cristiano no puede permanecer ajeno a las necesidades de los ciudadanos cuando se anteponen los intereses particulares o partidistas al interés general y al bien común de la comunidad y menos aún puede ser un colaborador silencioso con la corrupción y violencia que inunda nuestra sociedad en los medios de comunicación, en las relaciones personales o en la asfixiante vida política que nos rodea. La presencia activa de los cristianos corrientes y su testimonio en esos ámbitos es hoy más necesaria que nunca.
Cualquier observador mínimamente intelectual y honesto puede darse cuenta de que a la crisis económica, social o política que hoy enerva a la sociedad actual se une una crisis de valores morales o de fe. LLamar “progreso” al uso irracional de la libertad para elegir, por ejemplo qué sexo se quiere tener, es tan superficial, absurdo y arriesgado como sentar a tu mesa a un gorila para enseñarle a comer con cuchillo y tenedor. “El verdadero progreso es el que conduce automáticamente a la mejor de las situaciones políticas y sociales, incluyendo un progreso moral que tiene el bien como referencia permanente… hay un amplio campo del progreso humano que recobra todo el sentido cuando se entiende con una visión cristiana. Contar con la trascendencia es una manera más realista de avanzar hacia el futuro” afirma también el filósofo francés Brague.
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