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Renazca la certeza; florezca el amor

Nada somos sin espíritu cooperante. Necesitamos hacer hogar, crear vínculos fraternos, eximir penas y comprometernos en sembrar alegría, para recrearnos en lo sistémico
Víctor Corcoba
jueves, 2 de enero de 2025, 09:22 h (CET)

Al inicio de un nuevo año, resulta esperanzador poder elevar la mirada, con el propósito de reorientarnos hacia un horizonte en calma, con pulsaciones líricas y pausas silenciosas. Necesitamos atravesar la puerta del alma para reconocernos y vernos, despojados de contiendas y restituidos de sueños. Atrás queda un año de intentos y extensos conflictos, empedrado por un aluvión de crisis humanitarias y desplazamientos sin precedentes. Esto nos ha dejado sin respiración; y, lo que es peor, sin confianza en nosotros mismos, para poder salir de esta situación desesperada. La humanidad ha perdido la visión del esfuerzo y, cuando esta se pierde, lo verídico deja de cohabitarnos, tomando posiciones privilegiadas la apariencia y la falsedad, que sólo ofrecen vacío y vicios.


Tenemos que volver a retomar caminos perdidos, que nos lleven a reencontrarnos con la quietud de la composición y el verbo, salido de nuestro fuero interno, sin estar contaminado por toques mundanos. No olvidemos que todos estamos necesitados de cuidados y de asistencia. Esto nos exige reanimar nuestro fondo, tender puentes y tener compasión, para que vuelva a renacer el pulso de la genealogía como perspectiva y custodia de lo frágil, lo que requiere atención, escucha y ternura mutua. Tampoco estamos aquí para matarnos unos a otros, sino para darnos vida. No hay otra que aquella que brota del afecto, porque es la única que cura las heridas. Hemos de dignificarnos, pues, entre sí; y, además, desde la concepción hasta la muerte natural.


También hemos nacido para ser libres, no esclavos de nuestras propias torpezas, lo que debe impulsarnos a buscar la justicia liberadora de lo auténtico sobre la tierra. Asimismo, cada uno de nosotros, hemos de sentirnos llamados a ser la voz de los sin voz; me refiero a esas gentes sumidas en la opresión o explotadas por sus mismos análogos. Sin duda, hemos de regar los caminos de amor para que prospere el amar, sin esperar nada a cambio. Esta inhumanidad que nos circunda por todos los rincones del planeta debe cesar cuanto antes, cuestión que no se debe únicamente a la corrupción de algunos, sino que se ha consolidado y se sostiene en un complot deshumanizante extendido, hasta el extremo de cambiar nuestro ser activo por la pasividad, cuando todo nos afecta a todos.


Ha llegado el momento de rehacerse y de hacerse uno mismo con la certeza del deber cumplido, que es hacer de nuestra biografía, una entrega a los demás, que es como se cultivan nuestros andares con sus pulsos, actuando con corazón y reviviendo sin coraza alguna. Nada somos sin espíritu cooperante. Necesitamos hacer hogar, crear vínculos fraternos, eximir penas y comprometernos en sembrar alegría, para recrearnos en lo sistémico. Que sepamos que no coexistimos por sí mismos, precisamos sentirnos cercanos los humanos, con el alma del verso en los labios y no con los lenguajes de la maldad que nos trituran la mística amorosa. Estamos, por consiguiente, para servir; jamás para dominar y, mucho menos, para cortarle las líricas alas del aire a ningún ser.


Nuestras entretelas, cada cual desde su misión, son pulsaciones armónicas que no pueden fragmentarse, porque destruirían la celeste estrofa. Vuelvan los órganos en guardia a latir, regresemos todos a cultivar el ánimo con el abrazo sincero, antes de que un algoritmo nos sustraiga la poesía que todos llevamos mar adentro, con el poder de don dinero, haciéndonos deudores de nuestra propia existencia, la que hemos recibido como don. Hoy más que nunca, hace falta, un cambio cultural. No podemos continuar ignorando nuestros propios lazos naturales, ya que no sólo nos necesitamos, sino que también nos debemos los unos a los otros. Pensemos, una vez más, que el futuro es nuestro, de nadie más. Los errores del pasado ahí están como testimonio. Rectificar es de sabios; ¡hagámoslo, entonces!

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