Recientes encuestas sobre el nivel cultural de los jóvenes españoles señalan y confirman que son “muy burros”. Sí, ya sé que hay excepciones, pero cada vez que una empresa o un instituto sociológico realiza una consulta para evaluar el nivel de formación de los jóvenes españoles, los resultados son siempre descorazonadores. Y si a esa penosa realidad le añadimos el también reciente dato de que España está igualada con la honorabilísima República de Botswana en cuanto a niveles de corrupción, a uno le entran ganas de empezar a buscar el cartelito que indique la puerta de salida más próxima.
Pero algo habrá que hacer para evitar que encuesta tras encuesta acabemos sumidos en una montaña de pésimos pronósticos, porque todos estos zánganos casi analfabetos de hoy serán dentro de unos años los votantes y los trabajadores sobre los que pivotará nuestro futuro, e insisto en que si la cosa sigue así, no parecerá mala idea contemplar la posibilidad de la emigración... ¿Pero dónde?...
Para cambiar esta tendencia, formar una base educativa común parece una opción de lo más sensato, pero chocamos aquí con la tercera pata del banco de nuestros despropósitos: el psicodrama regional. Racionalizar y homogeneizar la base de la formación de los jóvenes españoles es misión imposible habida cuenta del furor cavernario de nacionalismos y secesionistas.
¡Pues bueno, no hagamos nada! ¡No intentemos corregir este desastre! ¡Dejemos las cosas así, y ya me cuentan dentro de unos años!
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