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La situación geopolítica presagia altas temperaturas

Los ciudadanos, nosotros, la gente normal, también jugamos. No basta con votar cada cuatro años o quejarse en redes. Europa no puede permitirse más siestas. Porque mientras dormimos, otros cabalgan
María del Carmen Calderón Berrocal
lunes, 7 de abril de 2025, 09:14 h (CET)

Cuando las leyes se convierten en adorno, mandan los tanques, las bombas y los discursos vociferantes y, no es que estemos volviendo a los años treinta: es que algunos ni siquiera se molestaron en salir de ellos. La historia, burlona, nos guiña un ojo mientras repite los mismos trucos con distinto decorado.


Putin y el síndrome del príncipe destronado


Rusia, que aún arrastra el complejo de emperador caído, ha decidido que Ucrania no debe existir salvo como satélite obediente. Y, como en los viejos tiempos de la hoz y el martillo, manda tropas, arrasa ciudades, se queda con un trozo de tierra ajena y tan campante. El mensaje es claro: quien se acerca demasiado a Europa se expone a ser devorado.


Podría parecer exagerado comparar a un presidente con un niño celoso porque ya no le hacen tanto caso como antes. Pero si se observa con atención el comportamiento de Vladímir Putin desde la caída de la Unión Soviética, el paralelismo con el síndrome del príncipe destronado resulta comprensible.


Durante décadas, la URSS fue el niño mimado del Este, el heredero de un trono temido y respetado. Tenía imperio, poder, satélites, cohetes, himnos y desfiles. Medio planeta giraba en su órbita y el otro medio sudaba frío. Y, entonces, llegó el drama para los socialcomunistas del Este: el muro cayó, el mundo cambió y ese niño que estaba orgulloso de ser lo que era y como era, fue rebajado a Federación Rusa. Se vio relegado a un rincón del salón geopolítico, mirando cómo aplaudían a otros: Alemania reunificada, China emergente, la Unión Europea hablando en varios idiomas. Un trauma para quien había saboreado la grandeza.


Sí, Putin parece que ha encarnado el arpa de Gustavo Adolfo Bécquer en su Rima VII:


Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.


¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!


¡Ay! —pensé— ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda!»!


Putin se cree, no la voz que espera el genio sino el genio mismo, el genio de peor carácter. Ese oscuro sentimiento de impotencia lo ha llevado a convocar a la Fuerza, pero en el lado oscuro, ha convocado a la muerte, a la guerra, a la depravación, a la injusticia, a la miseria de millones de personas con su invasión de Ucrania y sus rabietas cada vez que alguien intenta ponerse a la defensiva, simplemente para protegerse. Se ha convertido en un contemporáneo “rey sol” ante quien todos tienen que reír cuando él ría, llorar cuando él se enfade, temblar cuando él piense…


Pero hay más actores en el escenario geopolítico


Israel, herido brutalmente por Hamás, -que quizás no existiera si no existiese el despotismo israelí-, responde con una furia tan devastadora que convierte Gaza en una escombrera, de restos arquitectónicos y humanos. Decenas de miles de muertos, niños y bebés incluidos, desplazamientos masivos y un tufo de anexión que ni se disimula. Tres cuartos de lo mismo con Líbano.


Y, en este teatro de sombras, aparece Trump, disfrazado de redentor con la gorra roja por corona que tanto le gusta. El viejo empresario regresa con sus mantras de “hacer América grande otra vez” y “América primero”, lo que en su lengua significa expulsar inmigrantes a golpe de decreto sin contemplaciones, considerarlos a todos delincuentes dignos de Guantánamo, insultar aliados, dinamitar tratados y despedir a medio funcionariado como si fueran figuras de un reality show.

Desprecia a Europa con la misma elegancia con la que un matón desprecia a un poeta o un quinqui a un ciudadano respetable. Rompe compromisos internacionales, atiza guerras comerciales, coquetea con la autarquía y no tiene reparos en decir que Groenlandia debería llevar barras y estrellas. Trump es un empresario, un comerciante, quién lo dudaba. Habla en términos económicos, de ganancias, de poder, construyó un imperio económico antes de ser presidente USA y ahora trata a USA como si fuera una empresa porque es el idioma que él sabe hablar.


Lo suyo no es gobernar, parece no emplear la política, porque los resultados de sus actos, -según estamos viendo-, es ir decretando según va pensando, unilateralmente, lo que vemos es un tablero pisoteado y una sentada reescribiendo reglas para que el jefe USA vuelva a ser temido, nos vemos ante un western en el que el sheriff intenta hacerse respetar a toda costa y por los medios que le vaya conviniendo, pero ahora no es la conquista del Oeste y estamos viendo nacer de nuevo el concepto imperialismo en el tablero mundial.


No extraña, pues, que Trump y Putin se lleven tan bien, ambos en el papel de machos alfa con la misma pulsión de control, el mismo desprecio por la democracia y un mismo objetivo común: debilitar Europa, ese bastión cansado de la libertad, donde aún se cree —pobre ingenuidad— en los derechos, en el bienestar y en los Estados que deciden en común.


Pero como la vida es un juego entre el yin y el yan, nos movemos en la historia cíclica de la relación entre los opuestos, vamos del blanco al negro y del negro al blanco, teniendo la “muy posible posibilidad” de que los dos poderosos líderes, llegue un momento, en que se vean enfrentados, porque los objetivos parecen ser los mismos, los objetivos no son complementarios y eso, al cabo, nos va a dar problemas a todos.


Por ahora, mientras aquí debatimos sobre pronombres y tasas verdes, ellos lanzan misiles, manipulan elecciones, infectan redes, corrompen instituciones y financian a los mismos extremistas que luego juramos combatir.


La Unión Europea mira, otea, convoca cumbres, emite comunicados, pero a la hora de la verdad, tiembla. Porque su fuerza moral ya no basta y ha estado décadas evitando el rearme para que no tenga lugar la gestación de una TGM, una tercera gran mierda. Y ahora no tenemos a USA como aliado, aquel gigante que protegía el status quo, que ofrecía confianza, ahora parece que se ha puesto enfrente. Así que, lamentablemente, estamos asistiendo a un nuevo juego de fuerzas que desencadenará, sin duda, cambios geopolíticos y de lo que podemos esperar ya: “lo que sea”.


Europa debe despertar y rápido


Porque los enemigos no solo están fuera. También los hay dentro: populistas con trajes elegantes, patriotas de bandera barata, aprendices de caudillo que enarbolan la libertad mientras conspiran para enterrarla, siervos de sus intereses personales, gobernantes que quieren conservar la silla presidencias a costas de cualquier trueque por indigno que sea, solo para mantener su status jerárquico nada que ver con la defensa de la ciudadanía que, por otra parte, no los votó; y, si no los frenamos ahora, mañana nos parecerán moderados frente a lo que venga.


Los ciudadanos, nosotros, la gente normal, también jugamos. No basta con votar cada cuatro años o quejarse en redes. Hay que plantar cara, entender los peligros, exigir a los partidos menos pelea de plató y más pacto de país. Esta partida tiene que ganarla Europa. Europa no puede permitirse más siestas. Porque mientras dormimos, otros cabalgan; mientras soñamos que esto no es real, ellos ya tienen el dedo en el botón de la muerte.

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