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Cuando los políticos usurpan los actos religiosos

“La política es el campo de trabajo para ciertos cerebros mediocres” Nietzsche
Miguel Massanet
sábado, 7 de enero de 2017, 11:33 h (CET)
¿Alguno de ustedes entendería que, desde el púlpito de una iglesia, durante una función religiosa, un líder político de convicciones laicas, ateas o contrarias a las órdenes religiosas, pronunciara una diatriba en contra de la religión que se veneraba en aquel edificio de culto? Evidentemente no, porque hay un sitio para cada cosa y la política, junto a sus manifestaciones, debe desarrollarse en un ámbito distinto a aquel donde se practican los oficios religiosos. Las creencias íntimas de las personas, incluidas las religiosas, afectan directamente al sentimiento de espiritualidad de cada uno y a su concepto de la trascendencia, sin que, forzosamente, tengan nada que ver con ideales políticos ni sus preferencias en cuanto a los varios sistemas de gobierno conocidos o por conocer. En nombre de las libertades individuales y del libre albedrío de las personas, nadie, ni particular ni institución política alguna, tiene derecho a inmiscuirse en el ámbito privado de los ciudadanos, pretendiendo imponer determinadas creencias, prohibirlas o castigarlas, simplemente por oponerse a cualquier ideario o doctrina política, siempre y cuando no se violen las leyes de la sociedad ni atenten contra la vida e integridad de las personas.

Algo que no sucedía desde que, los bárbaros e irresponsables anarquistas y los partidarios de liquidar a los curas, a partir de 1931, decidieron convertir la I República española en una especie de caricatura siniestra de lo que hubiera podido ser si, sus dirigentes, hubieran sido menos extremistas y sectarios de lo que lo fueron, en especial don Manuel Azaña, y hubieran aceptado que, la Iglesia católica, había prestado un inestimable servicio al Estado cuando la enseñanza pública apenas llegaba a una pequeña parte de los pueblos españoles y, los colegios religiosos, fueron fundamentales para ir supliendo, en gran parte, lo que el gobierno no podía alcanzar. No fue así y, como consecuencia de la expulsión de los jesuitas y la prohibición al clero de impartir enseñanza, España se quedó a dos velas en materia de alfabetización, una circunstancia que pagamos muy cara durante los años siguientes.

Parece ser que, en España, hemos entrado, con la aparición de los nuevos partidos filocomunistas y la radicalización de aquellos que ya estaban asentados en nuestra tierra, en una época en la que se han vuelto a abrir los viejos recelos y desconfianzas de antaño en contra de la religión; curiosamente contra la Iglesia católica, algo que choca porque no parece que exista la misma inquina cuando nos referimos a otras de las distintas religiones que, durante estos últimos años, han ido asentándose en nuestro suelo patrio. Sería destacable que, a pesar de lo que está sucediendo en Oriente Medio, de las distintas actuaciones terroristas perpetradas por el EI o Vahes en nombre del islam en varias naciones europeas y del, no descartable, peligro de que ello pudiera tener lugar en nuestra nación; estos izquierdistas, que tan críticos y expeditivos se muestran en contra de los católicos, no hayan adoptado una actitud semejante en contra de los islamistas. Es posible que estos “valientes” que saben que no van a recibir contestación alguna si se ceban en la religión católica, conocen perfectamente que (por lo que ha ido sucediendo en el resto de Europa), que con los yihadistas no se pueden tomar ciertas libertades y, aún menos, con respecto a sus creencias religiosas

Fuere como fuere, recientemente hemos tenido ocasión de ver cómo se va expresando, cada día con menos disimulo y mayor descaro, la intención de estos partido laicos y contrarios a la Iglesia católica, en aquellas autonomías en las que estos grupos de extrema izquierda, como Podemos y todas aquellas franquicias que se han ido incrustando en muchos de los gobiernos autonómicos –en los que han colaborado con socialistas, con comunistas o con otras formaciones de tipo separatista, que no han tenido inconveniente en compartir el poder con ellos, antes de hacerlo con el que es el objeto de su más firme rechazo: el PP del señor Rajoy – de ir minando la fe católica . Hemos tenido ocasión de ver las intrigas que han ido desarrollando para privar a las fiestas navideñas, esencialmente religiosa y cristiana por su misma naturaleza, de su carácter espiritual, de su raigambre cristiana y de sus símbolos originales para convertirlas en una más de estas ocasiones en las que se da rienda suelta a la diversión, el consumismo, los regalos y los grandes banquetes, transformando lo que antes era una iluminación de las ciudades con motivos típicos del Adviento y la Epifanía, como la alquería o pesebre en el que nació el Señor, los reyes magos, los árboles, los ángeles, las estrellas y toda aquella serie de símbolos que recordaban el sentido eminentemente religioso de dichas festividades; en unas fiestas paganas desprovistas de toda simbología religiosa.

Un par de alcaldesas, a cual más sectaria, más materialista, más insensible al sentir de una gran parte de los ciudadanos y menos flexible respecto a los derechos de aquellos ciudadanos de Madrid y Barcelona ( también ha ocurrido en otros lugares y ciudades españolas en manos de semejantes personajes), han puesto toda su experiencia laica, sus mangoneos antirreligiosos y sus facultades como mandatarias municipales para obstaculizar, descafeinar, laicizar y darles a las fiestas navideñas, otro fin, otra orquestación y otro aire, de modo que, en la decoración de sus respectivas ciudades, han conseguido la desaparición de cualquier alegoría de tipo religioso, sustituyéndolas por simples juegos de luces, motivos decorativos y haciendo verdaderos juegos malabares, como ha sucedido en el tradicional nacimiento que se montaba ante el Ayuntamiento, donde las figuras representativas del Belén, para desposeerlas de su significado navideño, encerrándolas en una especie de burbujas transparentes, que han convertido aquella representación de la natividad en una especie de tomadura de pelo de carácter laico.

Resulta contradictorio, impropio de aquellos de se muestran en contra del lujo, del consumismo, del despilfarro y de todos estos actos mundanos a los que califican de cosas de derechas que, con el fin de atacar, como fuere, cualquier acto de carácter religioso que la tradición cristiana celebra durante todo el año, prefieran convertirlo, como podría ser el Black Friday, en unos días dedicados a las compras, los excesos y las francachelas, durante los cuales la gente gasta más de lo previsto y, por contra, dedica menos tiempo que antes a aquellos cultos y ceremonias, para asistir a las cuales no era preciso gastarse ni un solo céntimo. ¡Paradojas del comunismo y los antisistema!

Mucho nos tememos que nos encontramos en una situación en la que, la coyuntura política, está obligando a los partidos de derechas o de centro a abstenerse de defender determinados temas, como podría ser el de la religión, por miedo a que, desde las izquierdas, se les pudiera acusar de ser defensores de “los curas”, algo que también sucedió el año 1934, ante los desmanes producidos por la llamada Revolución de Octubre, y los sucesos de quema de iglesias, violación de sepulcros de curas y monjas y actos sacrílegos cometidos por una serie de terroristas, hombres y mujeres, que dieron rienda suelta a sus instintos primarios sin que, las autoridades, tuvieran la valentía de actuar enérgicamente para evitar la repetición de semejantes actos de barbarismo. Lo mismo podríamos decir de la gran vergüenza nacional del mantenimiento de la vigencia de la Ley del Aborto motivo de miles de asesinatos de fetos cometidos en las clínicas abortistas de nuestras ciudades.

¿Estamos en una verdadera democracia? Me temo que intentamos pensar que sí, pero, en realidad, se están dando síntomas de que hay temas en los que prima el interés partidista, los pactos de no agresión, las cuestiones tabúes o el enmascaramiento de ciertas realidades, que desvirtúan y adulteran los verdaderos valores democráticos. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la convicción de que, en España, se está jugando con fuego cuando aquellos principios básicos que regían nuestra convivencia como españoles, parece que han empezado a dejar de respetarse para entrar en la órbita de unas nuevas ideas más permisivas, más laxas, más amorales y peligrosas que, de no reaccionar a tiempo, puede que lleguen a roer los cimientos que sustentan nuestra democracia parlamentaria. Las consecuencias: fáciles de prever.

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