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Juan Antonio Freije Gayo
Juan Antonio Freije Gayo
Ecologismo, la nueva religión que puede llevarnos a fenecer de éxito. Tiempo al tiempo

Traigo a colación el mito de la Naturaleza. Sustentó la 'physis' de los griegos y el panteísmo cristiano, y está en la base del antagonismo Naturaleza/Cultura, dos conceptos metafísicos y controvertidos. Se trata de esa naturaleza casi inefable a la que superponemos intenciones o finalidades, ante la que mostramos una suerte de fascinación mística en algunos casos.

Parecen soplar los vientos actuales en favor de la subjetividad colectiva frente a la individual. Cuando ello ocurre, la libertad está en peligro

Sentenció Ludwig Wittgenstein que “la filosofía es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia mediante el uso del lenguaje”. Una afirmación curiosa aunque imprecisa, y susceptible de interpretaciones varias e incluso opuestas. Podría pensarse el aserto como referencia a la capacidad de seducción, pero el embrujamiento que se cita se acercaría más bien a la mentira, esa “forma de talento”, que así la definió Marguerite Yourcenar.

Parece que la realidad solo es tal cuando se asemeja a nuestras pretensiones de futuro

Fue Jean Baudrillard uno de los intelectuales de la denominada posmodernidad. Es conocido por su teoría sobre el simulacro o ausencia de realidad, suplida, en el orbe posmoderno, por un contexto virtual creado a través de los ‘mass media’ (hoy añadiríamos las redes). De este modo, afirmó, allá por 1991, que la guerra del Golfo no había existido, o, al menos, no había sido real, sino pura representación televisiva.

Un aspecto de la deriva demográfica es el de la caída de la fecundidad, con el consiguiente envejecimiento, reflejado en pirámides de población ya invertidas en gran parte del orbe desarrollado

Se define la demografía como ciencia cuyo objetivo son  las poblaciones humanas, haciendo hincapié en su crecimiento y estructura, con un peso significativo de las técnicas estadísticas. Aunque se utiliza con frecuencia el adjetivo “demográfico” en diversos contextos, no parece que asunto tan principal sea el centro de interés en el presente.

Ser omnisciente, bueno y todopoderoso han sido, y son, rasgos atribuidos a Dios, a pesar de la incompatibilidad entre los mismos una vez observado el mundo, pues, ante la existencia del Mal y del dolor, si Dios es bueno, solo cabe pensar que sea bueno y todopoderoso, pero no omnisciente, o tal vez omnisciente y todopoderoso, pero no bueno, o acaso omnisciente y bueno, pero no todopoderoso.

No es oro todo lo que reluce en las ciencias, así nombradas en plural y con minúscula, frente a una concepción más metafísica que se escribe Ciencia. Cuando de ello hablamos, o escribimos, nos referimos al avatar contemporáneo del viejo Logos.

Forman parte los números de nuestra realidad y, a menudo, la explican, pues el mundo se presenta, en general, como entidad mensurable y tangible. La numerología, con sus luces y sus sombras, viene dando cuenta de ellos a lo largo de los siglos. En la Grecia antigua, Pitágoras les imputó propiedades místicas, entendiendo que influían sobre la vida y el cosmos.

La controversia sobre lo que se denomina meritocracia va más allá de lo que pueda sugerir una primera, y ligera, mirada. El asunto lleva aparejados raciocinios y emociones, así como rutinas y predilecciones, que rebasan el aspecto superficial de un posible debate.

Se solía denominar a estos días “cuesta de enero”, aunque la locución va menguando en uso, tal vez porque, últimamente, la rampa ascendente así nombrada no difiere mucho, en inclinación, del perfil topográfico imputable, metafóricamente, a cualquier otro mes. A partir de ello, se puede cavilar sobre la inflación, ese impuesto de pobres que no suele preocupar ni ocupar a nuestros regidores.

En esta Epifanía, la única revelación que me alcanza, y no sé si desde las alturas, es la evocación de una serie dirigida y protagonizada por Adolfo Marsillach en TVE, la mejor, y única, cadena televisiva de España en aquellos tiempos del tardofranquismo. La serie venía a tratar sobre la censura y acometía ser una crítica de aquel sistema que vivía sus estertores finales.

A punto de clausurar el año, o de emprender uno nuevo, nos hacemos conscientes del paso del tiempo. Y, merodeando por  la Red, leo que “vivimos una sociedad que ensalza la juventud y niega el proceso natural de envejecimiento invitando a disimular sus efectos sobre el aspecto físico y a realizar actividades de ocio que transmitan una imagen juvenil”.

Abundan, en la Red, y en los libros, frases y sentencias sobre la Navidad, casi todas empalagosas y manidas. Se trata de aserciones como la que reza “la Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”, atribuida a Washington Irving. Poco que añadir en el universo del lugar común como elemento central de cualquier retórica.

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