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Manuel Rebollar Barro
Manuel Rebollar Barro
Los cambios sutiles son los que más daño hacen por inadvertidos

Entro a la sala de espera del hospital. Un muchacho le comenta a otro: “Fui a su casa, literal”. Arqueo la ceja. ¿Literal? Qué cansinos. Cada vez que relatan algo, lo adornan con esa coletilla, que es un uso muy ridículo del término, porque en la vida, normalmente, el lenguaje lo utilizamos de manera literal, con lo que carece de sentido que se remarque este hecho cuando en el fondo quieren decir "tal cual".

Ya va siendo hora de captar que lo importante no es el género, que lo importante es algo a lo que deberíamos aspirar todos: igualdad

“Te veo más como amigo” era la frase final que ninguno queríamos oír, que solía ir precedida de una retahíla de buenas sensaciones –“me lo paso muy bien contigo, me escuchas, nos reímos juntos…”– que se torcían cuando aparecía el inevitable “pero” que acababa culminando el rechazo.

Uno no es responsable de los bulos creados por otros, es cierto, pero sí que lo es de ayudar a difundirlos

La tradición oriental está repleta de cuentos anónimos donde se apela a la armonía y al intento de mejorar como persona. En uno de ellos, titulado Las tres rejas, el discípulo de un maestro viene preocupado a contarle algo que ha oído de él. El maestro le dice que si lo ha pasado por la prueba de las tres rejas: la verdad, la bondad y la necesidad.

Se ha apoderado de mí la sensación continua de que me he metido en un universo que no es el mío, como si, de repente, viviera en una falsificación donde todo parece igual, pero la calidad es menor

Últimamente me levanto desajustado, como si, de repente, el mundo en el que me moviera ya no fuera de mi talla, sintiendo la holgura de la existencia por unos parámetros que ya no concuerdan con las medidas de mi conocimiento. Como cuando de pequeño, de un verano para otro, me ponía el bañador que tan bien me quedaba el curso anterior y, doce meses después, me sentía como el increíble Hulk en plena transformación.

En la Puerta del Sol, en Madrid, mi madre acudía con asiduidad a “Los guerrilleros”, una zapatería que, como casi todo de lo que tengo recuerdo, ya no existe. Bajo el eslogan “No compre aquí, vendemos muy caro” estaba siempre llena y vendía bastante calzado. Yo me quedaba perplejo al pensar que mis padres, a los que rara vez les sobraba el dinero, adquirían los zapatos allí, desoyendo el consejo que el propio establecimiento hacía.

A pesar de que parece que fue en la antigua China donde alrededor del siglo VII a.C. se creó el concepto de exámenes para lograr reconocimiento y estatus en los aspirantes que superaban la prueba, fue el siglo XIX, con el Positivismo, el que trajo a nuestro mundo la necesidad de validar el conocimiento a través de unas pruebas fijas diseminadas a lo largo del año escolar, con unos criterios que medían la valía de los estudiantes.

Yo nací un jueves lluvioso de febrero, un día 11, como hoy. Y no fue decisión propia, no, aunque a veces tenga mis dudas. Supe que había nacido un jueves no por mi memoria, que, de esta época, lo que recordamos viene de las historias que nos han contado los otros, los que nos rodean.

Estamos en un pabellón cualquiera de un sábado cualquiera. Un muchacho bota un balón, aunque, por la torpeza con la que lo hace, parece que fuera el balón el que lo llevara a él. A trompicones se queda debajo del aro, lanza a canasta y… ¡falla otra vez! Lo mismo sucede con los pasos, los dobles… un sinfín de errores mejorables que cualquiera de nosotros entiende porque la perfección no existe, están en formación y es deporte base.

En el 'El traidor Marquillos' se narra cómo Marquillos asesina a su señor, se pone sus ropas y se va hacia la casa de este donde se hace pasar por él para que la esposa abra. Una vez dentro, la intenta violar, pero ella logra convencerlo para que esperen y mantener relaciones a la mañana siguiente. Cuando se queda dormido, ella lo mata. Este sencillo texto medieval tuvo que ser analizado por mis alumnos de 1º de bachillerato y un buen porcentaje de ellos no fue capaz de entenderlo.

Seguramente ya no lo recordarás, el tiempo es lo que tiene, que filtra a su antojo lo que hicimos y lo viste de sensatez para poder permanecer tranquilo mientras criticas cómo los jóvenes hacen lo que hacen y afirmas que, en tu época, todo eso era impensable. Y sabes que mientes o, que al menos, no dices toda la verdad.

“No veáis a Broncano, es un rojo” fue el mensaje que recibió mi hija en su móvil durante la última noche del año dentro de un grupo de adolescentes en el que se encuentra inmersa. ¡Un rojo! Ostras, tú, qué facilidad para etiquetar, qué manera tan evidente de mostrar cómo las ideas calan mucho más rápido cuando se simplifica el mensaje aprovechando léxico connotativo del pasado para radicalizar el presente.

En Écija, mi pueblo, se ha adelantado este año la tradicional cabalgata de Reyes al día 4. Y no ha sido un hecho aislado. Otras localidades y ciudades españolas han hecho lo propio, justificando a los niños esta decisión, no por la lluvia y el viento extremo que la AEMET ha anunciado con precisión, sino por la necesidad de los magos de Oriente de tener algo más de tiempo dado que la población mundial en los últimos 80 años se ha multiplicado y no pueden llegar a todos los municipios en tiempo y hora.

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