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Rafael Pérez Ortolá
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Rafael Pérez Ortolá
Nunca habrá integración si se desprecia el perfil de las personas

Aunque pueda parecer lo contrario, el saber no es lo primero, acontecen los hechos, los experimentamos y algún tipo de saber alcanzamos: el saber se consolida como algo retardado. Esto es muy evidente en torno a las sucesivas truculencias de la vida, insidias, corrupción, drogas o simples perversidades.

Discernir bien es crucial antes de escoger

Las primeras impresiones no siempre son las más fidedignas, aunque tampoco conviene desdeñarlas sin más; estamos acostumbrados a los descubrimientos sorprendentes y equívocos. Nos encontramos en esa tesitura al confrontar la capacidad de poder elegir, con la libertad y el aprovechamiento de las decisiones derivadas.

Las actitudes sectarias no quieren saber de la armonía

No cabe duda, nos vendrá bien de vez en cuando, dirigir la mirada sobre aquello que nos une durante los recorridos diarios por este mundo; nos ayudaría a percibir las afinidades, que tanta falta nos hacen y apreciamos poco. La inmensa variedad de situaciones no es óbice para que pensemos en los rasgos compartidos, de indudable repercusión para el conocimiento mutuo.

Elegir el pasado que queremos es pretencioso y tiene sus riesgos

Con la historia suele ocurrir como con otras muchas entidades, menudean los intentos de servirse de sus propiedades sin miramientos; aunque progresivamente se comprueba su complejidad y su desvirtuación cuando se la quiere manejar caprichosamente.

Dos rasgos peculiares han favorecido la gestión del comentario de hoy y su contenido. La relectura de un libro que mantengo entre mis preferidos y el acercamiento a la situación real de la presencia humana en el mundo. El libro es “El quinto día”, de Frank Schätzing; nos viene de perlas, para enlazar con una serie de consideraciones relacionadas con las andanzas de los seres vivos en mares y tierras, unas de lo más patentes y otras poco o nada conocidas.

Para lo bueno y para lo malo, la vida siempre ha estado cruda; aquí abajo no se cocinan sus fundamentos. Los impulsos de los seres vivientes son incesantes, con evidente desorientación debida a lo incierto de sus rumbos. Las sensaciones son interrumpidas, incluso arrancadas de cuajo por avalanchas intempestivas.

Se nos pide a diario, actuar, decidir, posicionarse, comprar, votar, opinar; pero apenas nos sentimos involucrados a la hora de recibir las informaciones adecuadas, siendo como son estas un elemento crucial para acercarse al conocimiento adecuado de las cosas. Si no adecentamos ese paso previo, ya me dirán ustedes cómo será la consistencia de las decisiones tomadas, de las actuaciones y de las posteriores repercusiones.

Quizá haya sido siempre así, aunque ahora se note mayormente; de cualquier manera, si nos ponemos a observar cómo nos relacionamos, el desapego, la crispación e incluso el enfrentamiento, cobran un rango predominante e inquietante.

No me puedo olvidar de aquel simpático personaje interpretado por Anthony Quinn en el cine, me refiero a Zorba, el inquieto griego tan expresivo. Para él suponía una enorme dificultad el comunicarse con palabras, la elocuencia no estaba entre sus dotes. Su fuerte radicaba en la danza, se ponía a enlazar movimientos con cualquier motivo.

Muchas son las circunstancias que nos zarandean a diario, compiten con tantos o más impulsos surgidos desde los adentros íntimos de cada persona; en ambos supuestos, el descontrol predomina con la consiguiente intranquilidad. Nos abruma el desconocimiento de los factores condicionantes, con el resultado crudo de la incertidumbre como fondo permanente.

Sin entrar en los significados crípticos de los jeroglíficos en las civilizaciones antiguas, mantienen en la actualidad un interesante atractivo; con cuatro signos bien dispuestos, sacan a relucir detalles importantes de cuanto acontece, que de otras maneras pueden pasar desapercibidos.

Somos más otoñales que primaverales, quizá por vernos abocados al trágico final, con deterioros y fallos progresivos. Los rutilantes pétalos de la vida caen sucesivamente y asumimos el fenómeno de la caída como directriz principal, sin percatarnos de la diferencia crucial entre el deterioro vital inevitable y la destrucción viciosa de aquellos pétalos, atributos vitales, que no hubieran desaparecido hasta el final.

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