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Está visto que no evolucionamos mar adentro, continuamos sin abandonar el camino de la arrogancia y el oleaje comunitario no puede ser más violento, porque no hemos renunciado aún al estilo agresivo en el que nos movemos, en vez de adoptar una dócil corriente de entendimiento entre análogos.
No parece que esté en el ánimo de Israel ni en el de sus sostenedores permitir razonablemente la creación de un estado palestino. Los acuerdos están para incumplirlos y el tiempo para olvidarlos. Además, ¿con quién acordaron nada los ingleses? Ellos, en sus protectorados, hacen lo que les place, que en su bonhomía siempre es lo mejor. Los palestinos sólo poseen sus propiedades. ¿Acaso constituye esto un vínculo que arraigue al suelo?
En un mundo marcado por tensiones políticas, guerras y desigualdades, la paz se presenta como una necesidad urgente. A pesar de los avances en tecnología y comunicación, seguimos enfrentando desafíos que amenazan la estabilidad global. Las Naciones Unidas, se crearon con el objetivo de “salvar a las generaciones futuras del azote de la guerra”, sin embargo, la paz sigue siendo esquiva, es la pieza que falta en nuestro rompecabezas mundial.
Durante Semana Santa, la tierra donde nació Jesús pasa por su mayor guerra moderna. Parecería imposible encontrar una solución a este conflicto que ha producido en pocos meses más niños muertos que en la suma de todas las guerras en todo el resto del planeta en esta década. Sin embargo, Irlanda del Norte podría ser un posible ejemplo para encontrar en Tierra Santa una forma de convivencia y de compartir el poder.
Existe la presencia de un nuevo mundo en nuestra Patria Nicaragua, extensivo a todos los países del mundo como mejor les convenga y competa. No hay nada mejor y bonito que vivir en paz, y tranquilidad, sin odios, pues entre todos se puede evitar una hecatombe, hay que observar la realidad que nos merodea, que no es justo estar buscando descontentos, no se logra nada con ello.
Llamada a somatén. Resonar de tambores. Algunos países europeos vuelven a implantar el servicio militar obligatorio. Desde que Adán pecó, el corazón de los hombres ha sido inoculado con el virus del odio. Caín y Abel, los dos primeros hijos de Adán y Eva, ya fueron protagonistas de una guerra fratricida.
“Lo que comienza aquí cambia el mundo. Comienza contigo y con lo que haces cada día”. Así reza un cartel alentador que da la bienvenida a los estudiantes de la Universidad de Texas en Austin. Sin embargo, las acciones que ese centro educativo está llevando a cabo cuentan una historia diferente.
Colombia ha llegado a una “coyuntura importante” en el avance de la paz después de décadas de guerra, pero se deben redoblar los esfuerzos para mantener el impulso actual, según ha dicho esta semana al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el jefe de la misión de la ONU en ese país.
Arnold J. Toynbee, uno de los más grandes historiadores de todos los tiempos, dijo que las civilizaciones no mueren por asesinato sino por suicidio. ¡Cuánta razón llevaba y qué cerca estamos de comprobar que algo así le sucede a la nuestra! Mirar a nuestro alrededor es contemplar el horror constante y estúpido de la guerra, el odio entre pueblos o personas que debieran sentirse como hermanos, la violencia como lengua franca de quienes sólo piensan en destruirse unos a otros.
La miga de la Semana Santa, culmen del camino cuaresmal, tiene que hacernos repensar sobre nuestro propio pulso interior. Esto se consigue, sustentándose en silencio y sosteniéndose en soledad, bajo la contemplación mística y sobre la esperanza de quien es verdad y vida. Nuestra tarea es la de embellecer y no embobarse, la de conciliar lo irreconciliable y no poner armas sino alma.
No paramos de recibir noticias estremecedoras, que se van solapando las unas con otras, lo que, a veces, nos impide valorar en su medida la trascendencia de las mismas. Se nos olvida con facilidad el terrible accidente en el que, en un control de carreteras, han fallecido seis personas; la desesperada búsqueda de los náufragos de una patera frente a las costas de Motril, etc. Últimamente reclama nuestra atención la terrible matanza producida en un teatro moscovita.
La paz es el bien más preciado. Lo reúne todo. Eso se sabe, sobre todo, cuando se pierde. En junio habrá elecciones en la Unión Europea. ¿Fecha muy lejana para hablar de ellas? Razonando con la mentalidad desenvuelta que impera, sí. Basta con quince días de tópicos. Sin embargo, la realidad es que en quince días es imposible tratar a fondo la grave situación de España y de la UE.
Tiempo de guerras. Tiempo que nos obliga a tomar posición. ¡Ay, cuando la superpotencia estadounidense es la firme defensora de nuestra soberanía! ¡Ay, cuando el Estado israelí defiende a su pueblo mediante un genocidio! ¡Ay, cuando la potencia rusa invasora viene a liberar a los ucranianos! ¡Ay, cuando Hamás defiende al pueblo palestino con acciones terroristas! Y las tropas nuestras, ay, ¿dónde están?
Una de las antífonas que el ritual católico conserva para la ceremonia del Jueves Santo es "Ubi charitas et amor deus ibi est". En Español: "Donde hay caridad y amor allí está Dios", pero dado el caso de que caridad y amor, en la lengua latina tienen acepciones idénticas, me he tomado la libertad de sustituir la palabra 'charitas' por 'pax'.
El sábado 24 de Diciembre de 1932, mientras seguían las operaciones en Saavedra y los aprestos para resistir en Nanawa cuando el día de Nochebuena sorprendió a la guerra. Cuando indicaba que los batallones y regimientos pasarían navidad en medio del estridor de las armas y bajo fuego enemigo, llegó de ultramar un pedido inapelable para aquel tiempo.
La paz no es simplemente la ausencia de guerra. Interpretarlo así es un error en el que caen muchos pacifistas. Dado que la guerra es un instrumento de la política, oponerse a la guerra es tener que oponerse a una determinada política. No hay paces en el vacío, ni un piloto automático que las dirija. Al decir política nos referimos a la real, no a frases altisonantes que ocultan la verdad.
Tenemos que estar abiertos para ofrecernos, no se puede encerrar uno en sí mismo, necesitamos vivir para los demás antes que para sí, porque es como se alcanza el bienestar y la realización personal. Con esta actitud interior, de entrega y generosidad, avanzamos hacia la concordia.
Abramos nuestro corazón en este mes dicembrino y siempre, para que prospere la paz, en nuestra Nicaragua y en el orbe, pues, guerra o desorden social no se quiere, ni que ardamos en llamas. ¿Qué se lograría con eso? Por supuesto que nada. Ladrar de lejos es bien fácil.
Cuando se encuentra un sentido al sufrimiento, ya se deja de sufrir desde el alma. Con la paz y armonía en el nivel más profundo del ser, el alma experimenta un estado que trasciende el sufrimiento. No me refiero aquí al dolor físico, que hay que procurar quitar, sino a ese pesar causado por algo que nos desagrada.
La humanidad quiere paz, no guerra. Las grandezas de la cotidianidad (vida) no está en admitir o proliferar el odio, la venganza, guerras, indisponer a las personas sin justificada razón, solamente para, como lo dice el adagio: "matar para sobrevivir". Inmiscuirse en esa hazaña no es de persona inteligente.
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