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Se acusa al PP habitualmente de ser una fábrica de independentistas y, siendo discutible, me parece un argumento cabal. Por otra parte, si observamos la cadena de producción de la factoría de Ferraz, encontramos cada día nuevos y más antipolíticos que nunca. La opinión general sobre la política y los políticos está por los suelos. No hay más que darse una vuelta por bares, calles, tertulias, portales o el salón de cualquier casa.
En las viejas radios de capilla, de finales de los 40, resonaba esta canción interpretada por Jorge Sepúlveda. Pero para mí se hizo más cercana siendo interpretada por un violinista que ejercía su oficio en el arcaico tren de humo que se encaminaba alegremente hacia el Rincón de la Victoria. Eran los primeros años de la década de los 50 y aquel buhonero rifaba alguna cosa y tocaba el violín para ganarse la vida.
Algo inesperado y de dimensiones desconocidas profundiza y acelera la debilidad de las democracias occidentales. Las formas de esas amenazas ni siquiera se limitan a los cinco tradicionales pasos de los golpes blandos de Gene Sharp.
Todos vivimos cerca de uno. Cualquiera puede interactuar con uno de ellos. Siempre hay uno (o más) en la familia. Frecuentemente ocupan cargos públicos, por designación de otro igual a ellos o por elección nuestra mediante el voto electoral. La cuestión es que los idiotas están entre nosotros, y cada vez nos cuesta más distinguirlos de los sensatos.
Hace más de dos mil años apareció en Judea un hombre que no era político, pero que dejó a la humanidad el mejor programa gubernamental con el que se podría regir un país. Sus consignas eran la paz y el amor. Cuando llegaba a ver a sus amigos, su saludo era, “La paz sea con vosotros”; cuando se despedía les decía: “Mi paz os doy, mi paz os dejo”. Su muestra de amor la dejó patente con su muerte; su programa político lo resumió en ocho máximas, llamadas Bienaventuranzas.
Hay un viejo dicho aplicable a la relevancia que toman algunos personajes, y también a los políticos: quien tiene padrino se bautiza. Pero habría que añadir que si es infiel al padrino le pulveriza. Ojo al parche, con referencia a estos personajes de moda que aparecen inesperadamente, se les da cuerda mediática siguiendo las consignas de la sinarquía y se les coloca, aprovechando eso que llaman democracia, en los sitiales del poder, porque todo lo que sube suele bajar.
Convendría que la ciudadanía, más allá de ilusiones electoralistas puntuales, tomara en consideración que, pese a la democracia al uso, manda la partitocracia de turno, pero si se hurga un poco en el asunto político, aparece en escena el que realmente manda. Si la cuestión de mandar, que no la de gobernar, se planteara en términos económicos, la respuesta seria en este punto tan obvia que no merecería ni un solo comentario. Bastaría decir que el dinero.
Han causado sorpresa unas recientes declaraciones de un promotor inmobiliario australiano, Tim Gurner, sobre el desempleo y se están comentando como si fuesen la simple salida de tono de un millonario excéntrico. Ha dicho Gurner en un congreso de su sector: «Necesitamos que aumente el desempleo (…) Tiene que aumentar un 40-50%. Necesitamos ver dolor en la economía. Necesitamos recordar a la gente que son ellos los que trabajan para el empresario y no al revés».
Según Wikipedia.org, el 'gaslighting' es "una clase de manipulación psicológica que busca sembrar semillas de duda en un individuo o miembros de un grupo determinado, haciendo que cuestionen su propia memoria, percepción y cordura. Emplea la negación persistente, la distracción y la mentira para intentar desestabilizar a la víctima y deslegitimar sus convicciones".
“¡Políticos estafadores, juegan a vivir de ti!”, bramaba Evaristo allá por los pasados ochenta, entonando una canción cuyo contenido sigue por desgracia tan vigente como entonces. O casi. ¿Pero qué hemos hecho para merecer esto? Les confesaré algo en lo que a buen seguro se verán reflejados no pocos lectores: la práctica totalidad de mis allegados echan pestes sobre los políticos, así, en general, sin pararse a analizar caso por caso.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar acerca de un problema, que es estrictamente moral. Toda la vida me opuse fervientemente a sostener la típica frase cliché que sostiene que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, justamente porque pensaba que no es justo atribuir a los votantes las responsabilidades personales del impresentable que termina ganando una elección y olvida completamente la decencia al momento de asumir su cargo.
Parece que en el mundo se está desarrollando un aborregamiento social intransitorio o quizás estamos sufriendo una pandemia de miopía social preocupante, posiblemente como consecuencia de una falta de valores, de principio, de inteligencia y de cuidado a la frágil figura de la libertad y el respeto.
Después de las elecciones municipales y autonómicas del 28-M el fascismo entró, como el caballo de Atila, en las instituciones del País Valencià de la mano del Partido Popular que les tomó como socios de gobierno sin hacer ascos a la ideología fascista, porque para las mesnadas de la gaviota carroñera lo importante es acceder al poder sin importar el precio a pagar por ello.
Analicemos primeramente el vocablo, desde su etimología, para notar qué nos revela. Bien sabemos que “asombro” proviene del latín “amiratio”, entendido como admiración en cuanto que “ad” se refiere a la dirección hacia la que se dirige la “miratio”, mirada u observación. En esta acepción, se trataría de la mirada que se dirige hacia lo que causa perplejidad.
Se olvida su “Capitán”, don Pedro Sánchez, que falta la “cuna” y que si ha conseguido llegar a la “cumbre” es gracias a determinadas “fuerzas centrífugas” interesadas en expandir las imágenes, tapar sus realidades y hacer creer que hay un solo “Capitán”, el repetido “Sánchez”, lleno de “prejuicios” por miedo a la inteligencia social que le rodea.
Érase que se era la profecía, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Las hubo de todo tipo, pero destacaron, por encima del resto, las emitidas por los profetas de la catástrofe. También fueron relevantes, en ciertos momentos, las que proclamaban la buena nueva, verbigracia, el anuncio de la segunda venida de Cristo, o parusía, con Joaquín de Fiore anunciando ese advenimiento que, por otra parte, estuvo en la base del milenarismo medieval.
La primera historia, y la más importante para mí, es la del reverendo Juan Huguet y Cardona, sacerdote del pueblo menorquín de Ferrerías asesinado en la guerra civil española por Pedro Marqués, brigada del ejército republicano. Tenía 24 años y llevaba solo un mes en esa parroquia.
Decisión que un ejército de opereta debería confirmar en un mal llamado Parlamento Democrático con voto de obediencia obligado. Me niego a pensar que todos los llamados diputados, senadores o políticos de oficio, tengan el maldito “pensamiento único”, “voluntad única” y “ceguera corporativa”. Me niego a creer que las conciencias individuales, en grupo organizado, aplaudan todo tipo de decisiones, “porque sí”.
Dentro del panorama político actual, resulta inevitable someterse a la democracia del voto, porque el capitalismo de la globalización así lo impone, ya que su sola invocación permite tapar la evidencia del totalitarismo económico y dar nuevos aires a la política.
Para el gran público, lo de las elecciones de cuando en cuando tiene cierto sentido de actualidad como espectáculo para ver si cambian las caras de los que mandan, porque su presencia acaba por hacerse demasiado rutinaria en los medios visuales y llega a aburrir a una parte de los videntes, que reclaman novedades por aquello de los avances tecnológicos.
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