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El principio de respeto brilla por su ausencia, en muchas situaciones en la vida real, clásicamente por el egoísmo, la falta de reflexión de una gran mayoría de personas, porque vivimos en una sociedad muy agresiva, bastante violenta, donde impera la actitud prepotente, en una parte de la sociedad.
Hace unos cuantos días nos reunimos un grupo de amigos. Sin ningún motivo especial. Porque sí. No es necesario recurrir a una fecha o a una circunstancia en concreto para reunirnos alrededor de una mesa para compartir el pan y la sal. Basta con que a uno se le ocurra, para que los demás aceptemos alegremente la convocatoria.
Difícilmente sabemos hasta qué punto y en qué dimensiones ciertas personas nos influyen. A veces, la incidencia que tienen otros en nosotros no es cuestión de tiempo ni del número de repeticiones, sino de la confluencia de las condiciones y las circunstancias.
En esto de las sensaciones se rebelan las trayectorias emergentes frente a los numerosos intentos de los supuestos expertos. Entramos en el maravilloso mundo de las experiencias intransferibles e inexpugnables donde la vitalidad personal cobra prestancia por encima de sus enemigos. En tan extraordinario panorama se pone de manifiesto el amplio abanico de las posibilidades personales.
A pesar de que la soledad es una pandemia que golpea especialmente al mundo occidental y que en España afecta a unos cuatro millones de ciudadanos, uno no debe sentirse forzosamente candidato a padecerla. La sociedad es consciente del problema sanitario que representa la soledad porque puede generar depresión y en casos extremos: suicidio. Se pretende luchar contra ella fomentando relaciones sociales, especialmente entre las personas mayores.
En líneas generales, engloba reglas referentes a la cortesía, a la educación, a los modales, a los tratamientos y, también, a la mesa. Este conjunto de normas recibe el nombre de usos sociales que, a su vez, se engloba dentro del grupo de reglas convencionales cuyo objetivo es lograr la convivencia entre las personas de una comunidad.
Desde muy antiguo, el mucho hablar no se corresponde con la consecución de los buenos ensamblajes; por otra parte, los hechos no retroceden, si acaso vienen otros nuevos. El contenido de lo tratado en las conversaciones tiene su lógica, aunque fuera la de unas discusiones sin fin, con acuerdos imposibles
Sea como fuere, tenemos que acostumbrarnos a llamar a las cosas por su nombre, no podemos desenvolvernos en una marea de apariencias que nos tritura como seres pensantes. La irresponsabilidad es manifiesta en toda la humanidad; puesto que, la perversa invención, el odio, la inhumanidad y la deshumanización están rompiendo nuestra fibra humana, que es la que nos hermana socialmente
En consecuencia, el estímulo social del ser humano es algo inherente a toda existencia viva. Hagamos autocrítica. Valoremos ese espíritu donde vivimos, donde nos hallamos, para dejarnos de engañar unos a otros. Indudablemente, el impulso general debe fomentar un mayor bienestar, siempre que no perdamos el horizonte del sentido de la responsabilidad en el campo familiar, profesional y cívico, la iniciativa de cada cual y la libertad misma en el ejercicio de las obligaciones y derechos fundamentales de la vida.
Sea como fuere, nos espera un incesante trabajo de colaboración conjunta; en un momento de gran emergencia humana y atmosférica. Lo racional es que modifiquemos actitudes y comportamientos, fomentemos ese inherente vigor armónico que toda existencia lleva consigo, y que no se basa en la riqueza, sino en el sentirse cooperante de esa simpatía coherente entre el soñar y el hacer.
Nos une la observancia de no caer en la desolación. Cuando menos nos necesitamos para soñar otro astro más fraterno, por el que esclarezca la concordia, mediante una visión efectiva y desinteresada. Nadie avanza ni alcanza su madurez aislándose.
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