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El peligro latente de quienes, subterfugiamente, nos invaden pacíficamente

Quienes han tenido un comportamiento humillante y expresivo de una subordinación inadmisible a los intereses marroquíes ha sido el Gobierno español y su presidente
Miguel Massanet
viernes, 27 de agosto de 2021, 08:26 h (CET)

No solamente es en Ceuta la ciudad española donde se le ha permitido acceder a diputada de la Asamblea a una señora, Fátima Hamed, residente y de origen marroquí a la que, todavía no se sabe por los motivos reales, se le ha dado un protagonismo absurdo e inexplicable, en esta ocasión permitido por el señor Vivas, presidente del PP en la ciudad autónoma, cuando el grupo que preside se abstuvo en una votación en la que la señora concejala pedía que se declarase personas non gratad  a los que “fomentaban el odio contra el pueblo marroquí” refiriéndose al líder del grupo VOX, Santiago Abascal, acusándolo de racista por su comportamiento con los ciudadanos marroquíes en relación con la invasión de Ceuta por miles de inmigrantes azuzados y espoleados por el sultán Mohamet VI en represalia por el hecho de que España había acogido a un miembro destacado del Frente Polisario para que fuese tratado en un hospital español de una dolencia que padecía.


Si el comportamiento de Vivas ya nos pareció fuera de lugar, dándoles alas a los miles de marroquíes que residen en la ciudad africana, cuando la realidad es que quienes han tenido un comportamiento humillante, fuera de lugar y expresivo de una subordinación inadmisible a los intereses marroquíes ha sido el Gobierno español y su presidente, que no han sabido mantener una postura firme y contundente frente al gobierno de Marruecos ya que, en su momento, fue el señor Pedro Sánchez quien se ganó a pulso el que el sultán le tomara ojeriza, cuando no fue él el primero que recibiera al español en visita oficial al reino alahuí, tal como era costumbre inveterada, después de ser elegido presidente del gobierno español.


Pero el ejemplo ha cundido y ya existen otros cargos públicos, en ciudades españolas, también de origen marroquí, una de las etnias más numerosas que han entrado en nuestra nación; que han sabido tomar posiciones dentro de la administración española cuando, previamente, ya se habían esmerado en agruparse en grupos organizados, bajo la dirección de imanes o líderes religiosos instalados en mezquitas en las que, además, celebran sus reuniones y oficios religiosos. 


Y, en consecuencia, no es extraño que otro de los partidos separatistas de Cataluña, ERC, también haya aceptado entre sus miembros y los haya promocionado para cargos administrativos como el de diputados en el Parlament catalán a musulmanes procedentes de los miles de inmigrantes que, con el consentimiento, aprobación e interés, especialmente de la izquierda española, bajo la excusa de una solidaridad que, en ocasiones, no es más que un interés político, una hipocresía partidista,  demanden que se acojan a cuantos inmigrantes vengan de estos países infra civilizados y de religiones islamistas que forman un todo indivisible con su forma totalitaria de gobernar las naciones sobre las que pueden imponer su yugo;  sabedores de que estas personas, en su gran mayoría, proceden de origen humilde, que huyen de las dictaduras africanas para venir a España pensando en que con nosotros van a gozar de una serie de beneficios, que nos hemos ganado los españoles a costa de una guerra civil, de años de pasar peripecias, escaseces y falta de las cosas más elementales para sobrevivir y  de las que ellos, sin haber sido capaces de levantarse contra los opresores que los han sojuzgado, van a poder disfrutar desde el momento en el que consigan meterse en España. Y aprovechándose de su desesperación, de sus problemas para adaptarse, de sus instintos religiosos y de la miseria en la que viven, son terreno abonado para captarlos como afliados suyos.


Y, hete aquí que, como dice el refrán español: “de fuera vinieron quienes de casa nos echarán”, estos recién llegados, no sólo insisten en conservar sus prácticas de vida, sus costumbres, en ocasiones, muy distintas de las nuestras; sino también intentan que el resto de españoles las admitamos, las permitamos o las toleremos, aún en el caso de que vayan en contra de nuestras leyes y costumbres.


En España tenemos un ejemplo claro de la discriminación con la que el Gobierno y las izquierdas se comporta con la iglesia Católica, los límites y cargas con las que intenta poner freno a las prácticas religiosas de siempre y, por otro lado, contemplamos asombrados como se intenta facilitar el estudio del Corán en determinadas escuelas públicas, un libro religioso en el que es fácil encontrar principios totalitarios que pueden estar en contra de lo dispuesto en nuestra Constitución y ya no hablemos de cuanto hace referencia a los derechos de las mujeres, cuyo mayor ejemplo lo podemos contemplar en el nuevo Afganistán el  que las mujeres se van a ver privadas de todos los derechos que habían conseguido durante la presencia, en el país, de los soldados occidentales. Nada de reírse por la calle, nada de conducir, nada de vestir con ropas occidentales, nada de ser presentadoras o locutoras de radio, nada de enseñar el rostro, de estudiar o impartir enseñanza. 


Y choca mucho el mutis de este feminismo tan agresivo, recalcitrante, pedigüeño e omnipresente que tenemos en España, que parece que no encuentra la forma de reaccionar ante unos hechos contra los cuales son incapaces de enfrentarse debido a que, si bien lo analizan, las enfrenta a la situación en la que se encontraban las mujeres en Europa hace más de trescientos años y, claro, ellas ya parten de unas bases tan por encima de aquellas situaciones, que hacen que se enfrenten a un estado de cosas que ellas ya han venido considerando superado, inimaginable y que ya no fue necesario reivindicar porque ya estaba al alcance de cualquier mujer y, sin embargo, para sí quisieran poder disfrutarlo ahora,en su país, las mujeres afganas.


Volviendo al tema que nos ocupa, esta diputada de ERC, la señora Najat Driouech, de origen marroquí, no sólo pretende enseñarnos a los españoles lo que en su país resultaría como una blasfemia, sino que hasta rechaza nuestro sistema democrático, algo que sería como una bendición celestial si en Marruecos, en lugar de tener a una monarquía absolutista, dueña del 90% de la riqueza del país y dónde cualquier intento de socavar la autoridad del monarca es castigado de forma contundente; pues bien, esta señora se queja amargamente con las siguientes palabras: “Cabe preguntarse qué hemos hecho mal para tener 11 diputados de extrema derecha” ¡Nada en absoluto ni, tampoco, podían hacer nada, porque estos señores han conseguido los votos de un número suficiente de españoles para tener derecho, el mismo que usted, a sentarse en los escaños del Parlament catalá! 


Lo que debiera de haberse preguntado, señora, es cómo en su país usted no podría decir algo semejante de su rey, sin que le costara pasarse una temporada en la cárcel o algo peor. Pero ha tenido el privilegio de, en lugar de cobrar una miseria como funcionaria u ordeñando cabras, ahora disfruta usted de un sueldo del que no gozan muchos españoles, que no han tenido la suerte de encontrar un enchufe como el suyo.


No es extraño que, visto lo visto, para esta parlamentaria catalana, según sus propias manifestaciones, “El mejor plan de justicia social es el independentista”. Naturalmente a esta mujer le ocurre que no ha tenido tiempo de estudiar, de enterarse, de recibir unas cuantas lecciones de la historia de España y de la de Cataluña porque, la pobre inocente, no se ha enterado de que el independentismo catalán es primordialmente de tipo burgués, nada de comunista, aunque es posible que esté confundida al ver que comunistas bolivarianos, como Podemos, ahora, por conveniencia partidista, parezca que apoyan la causa separatista que, para su conocimiento, abarca a ERC, a la antigua Convergencia ( los pujolistas de la derecha catalana) y los del señor Puigdemont, el exiliado catalán que vive como un rey en Waterloo mientras los catalanes, con sus impuestos, le pagan su principesca estancia en tierras belgas, “Junts per Cataluña” al que su líder denomina como “el partido del pueblo” sin que ello signifique ninguna connotación con los comunistas de la CUP, que son otros que también van por su cuenta en la lucha por el poder.


Y hoy voy a citar a un periodista con el que no suelo coincidir en cuanto a sus análisis sobre Cataluña. Sin embargo, la frase que hoy se destaca de su artículo en La Vanguardia “Tapas de palabras bravas”, deja una idea interesante sobre el hecho de que se le dan importancia a pequeñas cuestiones, a pleitos de familia, a nimiedades de escasa entidad, a regionalismos intrascendente y a enfrentamientos de tipo local y, como dice el señor Antoni Puigvert, “Un temblor mundial enfatiza la pequeñez geopolítica de nuestros pleitos.”. Cita el periodista una frase de Julio César en su guerra de las Galias (qué oxidado tenemos aquel latín del florilegio latino de nuestro bachiller): “En general, los hombres creen en lo que desearían que pasara.”


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no puede dejar de pensar en  lo fácil que resulta para quienes tienen en sus manos el poder, el control de los medios de comunicación, el BOE y los servicios nacionales de inteligencia, crear un clima propicio a los intereses particulares de aquellos partidos políticos que ostentan la gobernación del país, obviando hacer mención de aquellos temas que, aún siendo esenciales, puedan perjudicar la imagen del gobernante y, por el contrario, dando notoriedad, enfatizando, resaltando y elevando al conocimiento de la opinión pública aquellas cuestiones que puedan mejorar la imagen o resaltar los aparentes logros de quienes utilizan este sistema de “engaña bobos” como medio para lograr establecer un cinturón sanitario en torno de la actividad de la oposición.

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