Hace muchos años descubrí las dificultades que tenemos los seres humanos para dialogar. Estamos tan pagados de nuestros propios conocimientos y del control de nuestras emociones, que desdeñamos la opinión de los demás, la cual ignoramos mientras preparamos nuestro propio discurso que intentamos hacer prevalecer sobre el de los contertulios. El asunto termina siendo una contraposición de monólogos en la que aprovechamos un mínimo espacio de silencio de nuestro interlocutor (el que precisa para no quedarse sin aliento), para largar nuestro “rollo”. Que apenas tiene nada que ver con el que le ha precedido. Se ha perdido el goce por la tertulia serena. El placer de escuchar a quién, con seguridad sabe más que nosotros de este o de otros temas, es insuperable. Se aprende mucho más escuchando que hablando. Lo que dice tu boca ya te lo sabes. La luz puede venir de tu contertulio. Los dichosos juguetitos electrónicos, que nos permiten, o nos obligan, a estar continuamente en contacto con los demás, apenas nos dejan tiempo para pensar ni casi para vivir. El nuevo apéndice de los humanos en forma de teléfono móvil, te hace estar echándole una ojeada constantemente a la pantalla, o pendiente de la vibración, para ver quién inicia una conversación. “Er mardito guassa” suena al mismo tiempo en una docena (o más) de receptores de los pertenecientes al grupo, que inmediatamente dan su opinión en forma escrita o, lo más corriente, de forma oral en forma de mensaje hablado. He contado un par de centenares de avisos en una tarde. El guirigay es tremendo. Esa conversación se va incrementando y tergiversando a través de las redes y al final las conclusiones o resultados son impredecibles. Sin querer, todos acabamos perteneciendo a un montón de grupos que te bombardean con “buenos días”, “buenas noches”, oraciones que si no cumples te llevan al abismo, cadenas de peticiones para salvar un niño escrofuloso en la Cochinchina, el plato que acaban de cocinar, la camiseta que se van a comprar, la fuga de agua de su casa o el acceso a fortunas maravillosas en forma de criptomonedas. La buena noticia de hoy la trasportan dentro de sí los propios teléfono móviles. Te puedes salir del grupo cuando quieras. Se pueden borrar los mensajes sin leerlos. Y se puede poner el aparatito en modo avión o apagarlo directamente cuando quieras. Voy a volver a la vieja tradición. Dedicar una hora diaria a leer y redactar correos, contestar whatsapps y mirar el muro de Factbook. Me queda tiempo para leer libros, hablar tranquilamente con mi gente y escuchar música (que se entienda). (Y escribir a mano, que se me está olvidando). Tenemos que reeducar nuestra actitud ante el dialogo. Olvidar prisas y escuchar a los que saben. Que hay muchos. Aunque los “influencers” los tengan postergados. La inteligencia siempre perdurará.
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