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Juan Antonio Freije Gayo
Juan Antonio Freije Gayo
Es posible que no todos los jueces sean prístinos y loables, pero en la garantía de su independencia reside nuestro último amparo frente al poder

En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

​El auténtico kit para subsistir, el que nos salva de nosotros mismos, no se guarda en una bolsa ni en una caja, y ni siquiera ocupa lugar

El auténtico kit de supervivencia, el que nos salva de nosotros mismos, no se guarda en una bolsa ni en una caja, y ni siquiera ocupa lugar, pues forma parte del universo del saber, construido a partir de los datos y del conocimiento. Nada que ver, por tanto, con el miedo como mecanismo de control y de construcción social. Se trata de un kit inmaterial y se dirige sobre todo a arrojar luz sobre el pensamiento.

Esta ideología se ha ido fundiendo con el ecologismo extremo y el anticapitalismo hasta formar parte de una tendencia genérica de rechazo hacia lo tecnológico

El rechazo a la tecnología y sus secuelas parece estar inscrito en alguna porción de nuestro ADN. No nos gustan los cambios y tendemos a pensarlos, muchas veces, como cosas del diablo, entendido este en sentido amplio. Como ejemplo de ello, en la Inglaterra de fines del siglo XVIII y principios del XIX se desarrolló el movimiento “ludita”, citado en cualquier manual historiográfico.

Ni nosotros mismos nos reconocemos, sobre todo si aceptamos la guerra como solución y si, a escala más local, acatamos como político la veleidad de un triste, y no por ello menos peligroso, autócrata

Descanse en paz el sentido común, ya fenecido o, en todo caso, viviendo los estertores de su agonía. Se trataba, o esa era la coletilla al uso, del menos común de los sentidos, y con su uso disponíamos al menos de una ubicación orientativa para centrar ideas y razonamientos. Tengo la impresión de que inauguramos una nueva realidad que solo conserva ramalazos cada vez más ocasionales del susodicho sentido.

Incapaz para valorar el “reality” geopolítico que nos invade, me inclino por reflexionar acerca de cuestiones más permanentes. Y se me ocurre que no es baladí la cuestión relativa a la oposición entre altruismo y egoísmo. No se trata de una disputa cotidiana ni explícita, pero está ahí, en segundo plano, alimentando, de manera subrepticia y subconsciente, la infraestructura de nuestro pensamiento y condicionando, por ende, el mecanismo de la ideología.

No solo de geopolítica planetaria o continental se nutren nuestras zozobras. En una escala más local, la nuestra de aquí sin ir más lejos, se dan situaciones que pasman y anonadan. Es el caso de la xenofobia en ciernes que atesora un acuerdo político de estos días, relacionado con las competencias en inmigración e impulsado o aceptado desde el Gobierno, mostrando una suerte de encumbramiento del “todo vale” según para quién y dónde.

En el contexto actual de tambores de guerra, desconozco si de este lado se la prefiere o no a la paz. Me viene al recuerdo “Elogio de la locura”, la obra que Erasmo pergeñó a principios del siglo XVI, hace ya más de quinientos años. La traducción textual sería “elogio de la estupidez”, aunque, sea como sea, no es fácil desentrañar las intenciones de su autor al escribirla.

Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político.

No tiene mala fama el hábito de actuar o pensar con parcialidad en los últimos tiempos. Se exhibe incluso, y se ejecuta, sin menoscabo de la autoestima y sin perder un ápice de prestigio. Los que venimos de otros tiempos, en los que la imparcialidad era virtud de cualquiera y finalidad de todo funcionario, nos sentimos extrañados.

Estamos muy centrados últimamente en las guerras comerciales. No son baladíes, sino sustancia esencial y constitutiva de la realidad geopolítica. La supremacía tecnológica es la antesala de cualquier otra supremacía, resumido ello en lo que se denomina, o al menos se denominaba, hegemonía.

Transcurren días de confusión, o así me lo parece, inmerso en la actual vorágine de dichos y hechos en la que se percibe, aunque pueda parecer lo contrario, un predominio del olvido sobre la memoria, pues se superponen pequeños y grandes olvidos (la magnitud, en cada caso, queda a cargo de cada cual). Pienso, en relación con ello, acerca de lo esencial y de lo accesorio. No es fácil discernir entre uno y otro.

Huyendo del frío, y sin entrar, como canta Sabina, en las rebajas de enero, ronda uno las calles entre cientos de rostros que asimismo vagan por la ciudad, hombres o mujeres, seres singulares, pues en la calle no existen los colectivos, solo las personas concretas.

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