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Juan Antonio Freije Gayo
Juan Antonio Freije Gayo
Nada hay detrás del postureo retórico y político, y ya podemos dudar de ese Estado benefactor que suponíamos nos amparaba

No es fácil escribir ni reflexionar sobre abstracciones en días de zozobra y perplejidad. Pero, asimismo, no está de más buscar un cierto distanciamiento de los acontecimientos, para no entrar al trapo de las idas y venidas en la opinión, muy dependientes de valoraciones subjetivas basadas en el desconocimiento o en datos sin contrastar.

Difícil escribir, dado el contexto, de otra cosa que no sea la DANA, antes llamada “gota fría”

Difícil escribir, dado el contexto, de otra cosa que no sea la DANA, antes llamada “gota fría”. La magnitud de lo sucedido, en cuanto a víctimas y damnificados, impone tratar el asunto, porque, en el caso de elucubrar sobre cualquier otra cuestión, uno tendría la sensación de estar mostrando falta de sensibilidad hacia los numerosos afectados.


​Apelar a la mitología clásica es siempre una opción razonable para arrojar luz sobre el caos que nos asedia, al que solemos denominar “mundo”

Apelar a la mitología clásica como fuente de metáforas, alegorías o simbolismos es siempre una opción razonable para arrojar luz sobre el caos que nos asedia, al que solemos denominar “mundo”. Por poner un ejemplo, la noción de “hilo de Ariadna”, que a Teseo le sirvió para ahondar en el laberinto y poder abandonarlo tras matar al Minotauro, sugiere una analogía aplicable a diversas escalas.

Nos instalamos en el “nunca pasa nada”, cerrando los ojos a cualquier hecho que contradiga la aserción

Juzgo que, a bastantes ciudadanos, se nos va quedando cara de distopía, ataviada, en el caso de algunos, con cierto efecto de parálisis del buen juicio. Desea uno evitar la paranoia propia de los adictos a la conspiración (calificativo demasiado vago, que alude a planteamientos muy diferentes en verosimilitud e intensidad), pero la realidad se presenta, en estos tiempos, bastante espinosa para quien pretenda encararla mediante el análisis racional.

Desconozco si es la ignorancia la que nos hace sectarios o si el propio sectarismo nos hace ignorantes por inanición intelectual. Tampoco podemos descartar a la maldad como causa, al menos en origen. Pero, asimismo, mora entre nosotros, omnipresente, la estupidez, cuyos miembros se cuentan, al parecer, por millones, superando con amplitud en número a los malos.

En sí mismo, nada tiene de malo el llamado revisionismo histórico, pues la interpretación de los hechos pasados puede, y debe, estar sujeta a discusión. Constituiría ello un elemento básico de la disciplina historiográfica. Sin embargo, todo tiene un  límite, pues no es admisible afirmar que lo blanco sea negro o viceversa, como tampoco lo es la negación de lo evidente.

Creo que, gradualmente, la desmemoria se impone a la memoria. No me refiero a la memoria histórica, o democrática, que constituye otra cuestión a tratar, así como otro debate, sino al recuerdo en general. Está más o menos contrastada, a través de variados experimentos psicosociales, la explicación de cómo alteramos la remembranza de los hechos vividos, pues nuestra evocación depende de cuestiones relacionadas con la percepción.

Se atribuye a Agustín de Hipona aquello de que “la Iglesia persigue por amor y los impíos, por crueldad”. Podría relacionarse tal afirmación con la doble moral o con lo que se ha dado en denominar ley del embudo, pues ambas se antojan óptimas para caracterizar la locución.

Proclama el tango aquello de que “el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en 510 y el 2000 también”, lo que, en realidad, nada nuevo aporta a la filosofía de calle y taberna. Pero sí da lugar a cavilación, pues me malicio que, peor que las sórdidas realidades de este valle de lágrimas, acaban resultando muchos de los intentos para erradicarlas.

Se advierte candente la disputa sobre información, desinformación, “fakes” y similares, al tiempo que parece instalarse, en las buenos propósitos progresistas, la contingencia de la censura, o el no rechazo radical de la misma.

Descubro, leyendo la prensa digital, alguna referencia al “modo de vida liberal”, inscrita en la disputa política sobre la inmigración en Europa y, asimismo, relacionada con la valoración de algunos actos violentos y luctuosos que afectan al debate migratorio. En realidad, eso que así se denomina, modo de vida liberal, se encuentra en riesgo de extinción, o tal vez ya está extinguido sin que lo advirtamos.

El término, confuso e inquietante, se ha vuelto omnipresente de un tiempo a esta parte. Y no parece una serpiente de verano, si es que todavía existen esos ofidios de la canícula. Se ha liberado la turismofobia, en España y en Europa, y no cursa, en principio, como un brote pasajero. El designado “Síndrome de Venecia”, que sería otra forma de denominar a dicho sentimiento, ejemplifica el fenómeno, como reacción frente a la masificación turística.


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