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Un día 5 de marzo de 1933, ante la impotencia y ansiedad boliviana en sus esfuerzos por vulnerar la defensa paraguaya en Toledo, se produjo el reemplazo del Teniente coronel Luis Gamarra en el mando de la División boliviana, que lanzaba sus ataques sobre los letales centros de resistencia de Juan Bautista Ayala.
El día 27 de febrero de 1933, mientras intensas negociaciones de Argentina, Brasil y Chile intentaban frenar la matanza en el Chaco, el jefe boliviano, los altos mandos bolivianos decidieron atacar Toledo. Toledo no se encontraba en España, sino en el Chaco Boreal Sudamericano. Era un fortín así bautizado en honor a Felipe Toledo, héroe de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza.
Un 16 de febrero de 1935, el Cónsul de la República Polaca en Asunción, Edward Paciorkowski, informaba que había oído rumores de un posible levantamiento militar contra el gobierno de Asunción. Su informe iba a Varsovia adjuntado por la Legación polaca en Buenos Aires.
El 10 de febrero de 1934, los paraguayos decidieron simular un ataque al sector de Magariños al sólo efecto de evitar que los bolivianos trasladen tropas para reforzar La China. En una guerra cruel y de bien lograda fealdad, Paraguay y Bolivia dilapidaron capitales que no tenían para una matanza que aún reclama una explicación a la humanidad.
En su edición del 6 de febrero de 1935, el diario Nueva Época de Salta advertía que la amenaza paraguaya de tomar la ciudad boliviana de Villamontes, era cada vez más inmediata y real. En esa misma fecha los paraguayos atacaron Ñaincoranza, dentro de las serranías del Aguaragüe, hasta donde habían llegado tras una larga y costosa ofensiva.
El lunes 28 de enero de 1935, tropas al mando del Coronel Rafael Franco ocuparon la ciudad boliviana de Macharetí, donde fue izada la bandera paraguaya, en un mástil junto a la iglesia. Los oficiales paraguayos degustaron allí novillos, lechones y pollos decomisados a los bolivianos.
El día 23 de enero de 1933, los bolivianos trataron de desalojar a los paraguayos de sus posiciones en Nanawa, sin poder ir más allá de las posiciones alcanzadas en su avance inicial del día 20, y padeciendo numerosas bajas. Si existe en la historia militar una prueba de que la guerra las ganan los hombres y no las armas, es esa batalla librada en enero de 1933.
El miércoles 16 de enero de 1935, un grupo de hombres de reavivado verde olivo, divisó por primera vez un río al que sólo habían oído mencionar en inflamadas consignas, y en una popular canción que devino en profecía. Nunca lo habían visto ni poseído, pero lo sentían.
El 4 de enero de 1916 nació en Costa Negra, Misiones, el labrador paraguayo Prisciliáno Velázquez. A los ocho años, vio desfilar a los ejércitos que en 1922 desangraron al Paraguay, en una terrible guerra civil entre enemigos de cuentas bancarias separadas, aunque filiación compartida.
El sábado 24 de Diciembre de 1932, mientras seguían las operaciones en Saavedra y los aprestos para resistir en Nanawa cuando el día de Nochebuena sorprendió a la guerra. Cuando indicaba que los batallones y regimientos pasarían navidad en medio del estridor de las armas y bajo fuego enemigo, llegó de ultramar un pedido inapelable para aquel tiempo.
En la navidad de 1932, un pedido de tregua del Papa Pio XI hizo que se silenciaran las armas en el Chaco. Allí se enfrentaban Paraguay y Bolivia en una guerra que harían famosa Dreiser, Huey Long, Augusto Céspedes y Augusto Roa Bastos entre muchos otros.
En el contexto de la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, el 12 y 13 de diciembre de 1932 los bolivianos lanzaron un furioso ataque sobre el fortín Platanillos, en manos paraguayas desde el 6 de noviembre, fecha en la cual tres regimientos paraguayos expulsaron del sitio a los bolivianos. Luego de tomar la posición, la mayor parte de las tropas paraguayas se retiraron dejando un pequeño contingente, insuficiente para defender el lugar.
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